Desde hoy la Fundación March abre al público en Madrid “Lo nunca visto. De la pintura informalista al fotolibro de postguerra (1945-1965)”, una muestra que continúa con su línea de exposiciones de tesis evidenciadas en el montaje (y profusamente documentadas en sus catálogos) y que conmueve en su fondo y su (ausencia de) formas.
En la II Guerra Mundial, como ha subrayado Javier Gomá, triunfó la civilización pero tras cobrarse la barbarie un alto precio, sin precedentes en Europa. Si Adorno entendió que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, la respuesta a la pregunta inevitable de cómo crear arte después de los campos de concentración, o de Hiroshima, la encontramos en esta exposición informalista. Del mismo modo que lo humano quedó diluido en la guerra, los artistas europeos correspondieron a aquel duelo inconsolable colectivo diluyendo la forma.
En Estados Unidos, que participó en la guerra pero no la vivió en territorio propio, se produjo la reacción paralela del Expresionismo Abstracto, pero este movimiento incorporó otras connotaciones, como la búsqueda de la identidad del individuo en la incipiente sociedad de consumo americana. El coleccionista francés Jean-Claude Gandur, cuya fundación ha sido uno de los mayores prestadores en este proyecto, ha subrayado, no obstante, que ambas corrientes no solo no se contraponen sino que yuxtapusieron mutuamente sus experiencias, incidiendo en que las obras americanas contienen un claro espíritu europeo derivado de la influencia de André Masson, menos recordado hoy de lo que debiera como figura fundamental de los nexos entre la pintura estadounidense y la europea en este periodo.
El Informalismo europeo fue, como ha subrayado Gomá, un arte de supervivencia, un arte a la intemperie y quizá también el canto de cisne de París como capital artística internacional. Íntimo, como una suerte de grito silencioso, fue además un movimiento cosmopolita al reunir a creadores de distintas procedencias: fuera de Centroeuropa destacaron los pintores y fotógrafos checos y también autores españoles que trabajaron entre los cincuenta y los setenta y cuya obra, como en esta exposición veremos, tenía una genealogía continental, como Tàpies, Saura, Millares, Torner, Feito o Paco Gómez. Hablando de ellos, el director de la Fundación March ha comentado que esta institución estudia dedicar una muestra al arte abstracto realizado durante el franquismo como medio para escapar del control ideológico; podría titularse “Dictadura y abstracción”.
El Informalismo europeo fue, como ha subrayado Gomá, un arte de supervivencia, un arte a la intemperie
A Madrid han llegado también un buen número de trabajos del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, pero Dolores Jiménez Blanco, comisaria de la exposición junto a Horacio Fernández, ha incidido en que los trabajos presentes, complejos y decididamente dramáticos, buscan más la expresión que la abstracción: no siguen la estela de una pintura pura, sino que transparentan estados de ánimo y estados del mundo. En algún sentido incluso podríamos referirnos a ellos como pinturas de historia alejadas del tradicional gran relato.
COMPROMISO Y SUPERVIVENCIA
Se rechazan las formas, sí, pero no el compromiso con su tiempo y sus circunstancias, y un ejemplo evidente es una de las pinturas de la serie de cabezas de rehenes de Jean Fautrier que abre la muestra y que podríamos entender como el equivalente informalista del “Yo lo vi” goyesco. Ya que no es posible representar el dolor desmedido, al menos sí había que configurar una pintura “dolorida”. Tras Fautrier llegan, en paredes grises o negras y dispuestos a alturas que nos permiten disfrutar muy de cerca de la contemplación de las texturas o de la pastosidad de las pinceladas, trabajos de Pierre Alechinsky, Burri, Vostell, Dubuffet, Pierre Solulages, Karel Appel, Wols y George Mathieu, o de los más desconocidos André Marfaing, Natalia Dumitresco, Georges Noël, Jan Koblasa o Pavla Mautnerová.
Otra vertiente fundamental de esta pintura, además de la comprometida, es la relacionada de forma clara con la supervivencia: cada una de las obras expuestas es un manifiesto que aboga por continuar creando arte pero cambiando inevitablemente de maneras, dejando a un lado la belleza tradicional.
Tanto como materiales y soportes, cambiaron los gestos de la pintura, cuyo tema fundamental pasó a ser ella misma y sus deformaciones
En esa línea, los artistas informalistas utilizaron materiales de baja extracción, como trapos, arpilleras, residuos, arena o cartón, y los emplearon con procedimientos en absoluto convencionales, fragmentándolos, destruyéndolos, rasgándolos, cosiéndolos, pegándolos o pintando sobre ellos. Tanto como materiales y soportes, cambiaron los gestos de la pintura, cuyo tema fundamental pasó a ser ella misma y sus deformaciones.
Ese cambio de maneras escapa del formato pictórico: uno de los rasgos indisociables al arte del s XX es la caída de las hegemonías y la entrada, lenta pero imparable, de la fotografía y el cine en los museos. De ahí que en “Lo nunca visto” estén presentes fotolibros de algunos de los fotógrafos más representativos del periodo: la disposición de estos en la muestra prueba que no existe relación jerárquica entre estos y la pintura, y que el conjunto de unas y otras piezas plantea, como ha explicado Horacio Fernández, el mapa de un mundo sin características claras.
Muchas de las fotografías seleccionadas atienden a planteamientos paralelos a los que vemos en las pinturas informalistas: lo vemos en Chizu-The Map, de Kikujo Kawada o en las creaciones de la alemana Subjektive Fotografie.
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