La reordenación de los fondos del Prado profundiza en la huella leonardesca en la pintura europea

Si hace pocos días nos avanzaba el Museo del Prado el nuevo discurso presente en sus fondos de pintura gótica (salas 51 A y 51 B), hoy presenta la pinacoteca las intervenciones que se han llevado a cabo en los últimos meses en los espacios 52 A, 52 B y 52 C, ubicados en el recorrido de las colecciones del Románico al Renacimiento de sus fondos, en el área norte norte de la planta baja del edificio Villanueva.

La actual disposición de estas salas responde a una propuesta de David Garcia Cueto, Jefe del departamento de pintura italiana y francesa hasta 1800 del Prado; de Ana González Mozo, Técnico Superior de Museos en el Gabinete de Documentación Técnica y Joan Molina Figueras, Jefe de Departamento de Pintura Gótica Española, y tiene como fin ofrecer al público una visión aún más enriquecedora de este acervo.

Con la copia de la Mona Lisa conservada en el Museo como eje, la sala 52 C y la primera parte de la 52 B acogen ahora un diálogo inédito entre autores flamencos, italianos y españoles que tuvieron en común su fascinación por Leonardo da Vinci; esta presentación ha propiciado que se complete la restauración de la Sagrada Familia del italiano Bernardino Luini, obra que representa la influencia del genio en torno a Milán.

Hay que recordar que la producción de Leonardo tuvo un hondo impacto en la Europa de su tiempo, a través de sus discípulos pero también de quienes emularon su estilo (tratamiento pictórico de la luz, densidad atmosférica, rasgos de la figura humana…). Los enclaves donde arraigó con más fuerza su influencia fueron la citada ciudad de Milán, donde el artista residió y dirigió un importante taller, y la corte de Francia, que lo acogió al final de su vida. Más allá de esa geografía, el interés por su obra alcanzó igualmente a algunos artistas flamencos y llegó a diversas zonas de la península Ibérica, en este caso de la mano de Fernando Llanos y Fernando Yáñez de la Almedina, los llamados “los Hernandos”.

Por su parte, el segundo espacio de la sala 52 B acoge actualmente obras de algunos de los pintores más célebres en nuestro país entre 1530 y 1600: elaboraron cada uno personales fórmulas pictóricas a partir de determinados aspectos de las escuelas flamenca e italiana, contribuyendo a la renovación artística en España. Destaca el Autorretrato de Pedro de Campaña, inigualable en nuestra pintura del Renacimiento, que el Museo pudo adquirir gracias al legado de Carmen Sánchez, y también el sfumato leonardesco del Divino Morales, autor especializado en pinturas de signo devocional.

Además, Juan Correa de Vivar, el maestro de retablos más prolífico en la diócesis de Toledo hasta su muerte en 1566, se dejó influir por los modelos rafaelescos y Alonso Sánchez Coello fue asimismo sensible a las fórmulas italianas, muy presentes en el monasterio de El Escorial. Conocido por sus retratos en la corte de Felipe II, llevó a cabo pinturas religiosas de gran riqueza cromática y en las texturas. Por último, en el Toledo de fin de siglo trabajó Blas de Prado, otro autor atento a las propuestas del clasicismo romano.

En cuanto a la Sala Várez Fisa, coronada por un artesonado llegado de la iglesia de Santa Marina de Valencia de Don Juan (León), se exhibe aquí aún un singular conjunto de obras de arte español datadas entre 1200 y 1500 y donadas por la propia familia Várez Fisa, pero ese conjunto se ha enriquecido, temporalmente, con la exposición de La Virgen de las Batallas, la obra que, cuenta la leyenda, Fernán González llevaba en el arnés de su caballo al campo de batalla para asegurarse su protección. Fue adquirida y depositada en el Museo de Burgos por el Prado en 1998.

Sala 52A. Foto © Museo Nacional del Prado
Sala 52A. Fotografía: © Museo Nacional del Prado

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