El cuerpo humano ha sido un constante vehículo de expresión de ideas en los cinco continentes a lo largo de los siglos, y las colecciones del British Museum constituyen un acervo excepcional a la hora de explorar con qué fines se han empleado sus imágenes y cómo han evolucionado desde, aproximadamente, el 8.000 a.C. hasta nuestra época. Ese es el punto de partida de la muestra que, en colaboración con el museo británico y bajo el comisariado de Brendan Moore, conservador del Departamento de Exposiciones Internacionales de este centro, ha abierto hoy CaixaForum Madrid.
Se han reunido algo más de 150 piezas (entre obras de arte, máscaras, monedas o medallas), en su mayoría procedentes del British pero también, en algún caso, de las colecciones de la Fundación “la Caixa”, el MACBA o el Museo del Prado; la más antigua fue hallada en Jericó y data del IX milenio a. C y la más reciente (2016) alude al culto a la belleza occidental en Irán y es obra de Parviz Tanavoli. El conjunto de la exposición nos propone, por un lado, analizar las similitudes y diferencias en la representación humana en geografías y tiempos muy distantes; por otro, reflexionar sobre las identidades individuales y sus conexiones con lo colectivo: hasta qué punto podemos modelarnos individualmente o quedamos determinados por lo colectivo, en unos meses en que nuestros lazos como sociedad, e incluso planetarios, se han visto acentuados por la pandemia.
El discurso de la exhibición se articula en cinco secciones temáticas (Belleza ideal, Retratos, El cuerpo divino, El cuerpo político y La transformación corporal) y en todas ellas se hacen dialogar representaciones de épocas diversas, íntimamente conectadas en el discurso expositivo pero enriquecedoramente distintas en su concepción: las hay simbólicas, que responden además a marcados arquetipos, y también carentes de toda metáfora; realistas o idealizadas y aspiracionales. En su evidente disparidad, podemos entender (y así lo apuntan las claves interpretativas que se ofrecen al público en el recorrido) que responden todas a una necesidad última y esencial de entender el lugar que como personas ocupamos en el mundo, qué sabemos de la vida y de la muerte, qué queremos proyectar o hasta qué punto la apariencia ha determinado juicios. Solo si concebimos una imagen del cuerpo podemos situarnos en el mundo exterior, decía Herbert Read en El arte de la escultura.
No alcanza la vertebración temporal de la muestra a profundizar en nuestra actual tendencia al selfie y la exhibición propia en Internet (requeriría esta deriva análisis nuevos y más profundos, ha señalado hoy Moore), pero sí podemos sentirnos conectados con cada una de las figuras reales, mitológicas o ideales aquí presentes si nada humano nos es ajeno, desde las primitivas culturas africanas a Lozano-Hemmer, pasando por Henri Matisse, Goya, Luis de Madrazo, David Hockney, Durero, Édouard Manet, Tom Wesselmann, Antoni Tàpies, Vanessa Beercroft, Koya Abe, Frank Auerbach, Anton van Dyck, Craigie Horsfield, Esther Ferrer, Óscar Muñoz, Craige Horsfield, Ali Cherri o Navarro-Baldeweg.
“La imagen humana” indaga en la tendencia, a lo largo de los siglos, de aspirar a lograr la representación más perfecta del cuerpo, de la Grecia clásica al Japón de inicios de la era moderna. Es posible encontrar, entre unas y otras obras nacidas del deseo de perfección, algunos patrones comunes, pero el concepto de belleza que recrean resulta claramente dispar. Destacan las figuras femeninas vinculadas a la fertilidad presentes en numerosas civilizaciones (Europa, Oriente Medio, el mar Egeo, Egipto y el valle del Indo) y el quizá menos diverso canon actual que encontraremos en los trabajos de Matisse, Craigie Horsfield o Christopher Williams. La fotografía Untitled (Study in Yellow and Red/Berlin) de este último habremos de mirarla dos veces: parece tratarse de una imagen sexualizada, pero contiene referencias (en forma de pies sucios o clips en el sujetador) a cierta tiranía de una idea de belleza aséptica.
Los retratos no podían faltar en este proyecto, como representaciones que son de la psicología individual, la posición social o el cargo: contienen, siempre, visiones subjetivas y parciales de los modelos, no imágenes definitivas de los mismos, y los contemplaremos profundamente realistas, distorsionados o también abstractos. La Cabeza de Julia de Auerbach nace de la observación del natural, pero difumina sus formas con trazos enérgicos que las evaporan; Van Dyck se esforzó por captar a Hubert van den Eynden por fuera y por dentro y Ali Kazim eligió presentarse desnudo y profundamente calmo, despojado de signos identitarios.
Los dioses también han tenido cuerpo, quizá buscando su cercanía. Sus virtudes se hacían patentes en rostro, cuerpo, postura, gesto, indumentaria y atributos simbólicos: podemos ver una cabeza romana de Apolo en mármol, una figura del dios hindú Visnú, un Buda sentado, una figura de Amón-Ra, suprema divinidad egipcia; una Virgen María entronizada con el niño Jesús, medieval, y una propuesta de homologación contemporánea: la conmovedora Black Madonna with twins, de Beercroft.
Quisieron ganarse el favor de esos dioses, o ser considerados como tales, algunos gobernantes. En su examen a las imágenes del poder, esta muestra reúne rostros de faraones egipcios, esculturas de emperadores romanos, retratos de reyes de Etiopía y Congo, de Isabel la Católica o Napoleón e incluso chapas de Obama y Trump.
Y la última sección de esta exposición habla de identidades híbridas o cuerpos transformados: tienen cabida en ella figuras fantásticas o alteradas, magia o demonios mediante; cuerpos distorsionados, máscaras y una pieza interactiva de Lozano-Hemmer, prestada por el artista y la Galería Max Estrella, en la que este autor se sirve de tecnologías de reconocimiento facial para generar imágenes solapadas de los visitantes. Así nos miraron y nos miramos, ayer y hoy.
“La imagen humana. Arte, identidades y simbolismo”
Paseo del Prado, 36
Madrid
Del 28 de abril de 2021 al 9 de enero de 2022
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