El rebobinador

El arte otro de Antoni Tàpies

Nacido en Barcelona en 1923, no hace demasiada falta señalar que Antoni Tàpies fue uno de nuestros pintores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Por generación hubo de vivir, justo al comienzo de su adolescencia, la Guerra Civil y después la posguerra, con el consiguiente aislamiento de España en el terreno artístico y cultural hasta, al menos, 1950, lo cual constituiría una grave limitación en su proyección. Pese a esas circunstancias, y también superponiéndose a una salud delicada (superó una enfermedad pulmonar que lo mantuvo postrado en 1942 y 1943), logró afirmarse en su vocación creativa y, después de abandonar su formación en Derecho, se orientó por los caminos de la vanguardia.

Así, ahondando en sus propias inquietudes y también rebuscando en libros y revistas, el catalán conectó con otros jóvenes de inclinaciones parecidas y fundó con ellos el colectivo Dau al Set, una de las primeras plataformas de renovación artística en la España de posguerra, al convertirse parcialmente en reflejo del anhelo cosmopolita en nuestro país y también de recuperar la memoria histórica inmediata. Los números publicados por la revista del grupo, trilingüe, ofrecen en este sentido un material muy valioso: entre sus colaboradores figuraban Arnau Puig, Joan Brossa, Tharrats, Juan Eduardo Cirlot, Santos Torroella, Gaya Nuño, Antonio Saura, Ricardo Gullón…

Antoni Tàpies. Creu de paper de diari, 1946-1947
Antoni Tàpies. Creu de paper de diari, 1946-1947

En su autobiografía Memoria personal, Tàpies recuerda aquellos años primeros desde su propia mirada como joven pintor que trata de labrarse una formación intelectual y conectaba con colectivos que se iban paulatinamente gestando, como Els Vuits, con quienes expuso en los Blaus de Sarriá, y con los colaboradores de la revista Ariel. Redescubría, además, a las grandes figuras de la vanguardia histórica, como Picasso o Miró, contemplados entonces con recelo por las instancias oficiales, y se relacionaba asimismo con Joan Brossa, Josep Vicenç Foix o Joan Prats.

En lo estrictamente pictórico, mostró su fascinación por Paul Klee, Miró, Kurt Schwitters, Duchamp…; en sus palabras, todo esto fue como un chorro de nuevas ideas que se ponían en marcha dentro de mí, aunque con mucho retraso, debido a los años de cerrazón de nuestro país. Si hubiéramos vivido en una situación normal tal vez las habría asimilado antes y con resultados más positivos. Como otros jóvenes artistas de su tiempo, buscó intuitivamente una salida en la recuperación de lo censurado y en una acentuada búsqueda de cosmopolitismo. Motivaciones parecidas las encontramos, a finales de los cuarenta, en el Grupo Pórtico de Zaragoza o la Escuela Altamira de Santander y ese era también el momento del arranque de Eusebio Sempere, Manolo Millares o el citadoSaura.

Aunque su producción temprana, la datada en la segunda mitad de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, refleja las circunstancias de esa etapa en España, no se puede circunscribir en ningún sentido a nuestro país. La estancia de Tàpies en París en 1950, a partir de la cual empezó a relacionarse con el informalismo galo y con la vanguardia internacional, fue esencial en la maduración de su lenguaje y en la ampliación de sus horizontes estéticos; en 1953 abandonó por completo la figuración mágico-surrealizante y, desde entonces, inició una trayectoria personal que pronto lo convirtió en uno de los autores más relevantes de la segunda mitad del siglo.

En este sentido, superó pronto los postulados de la abstracción francesa, mostrando inquietudes distintas; para él fue más relevante la influencia del crítico e intelectual francés Michel Tapié, autor del ensayo fundamental Un arte otro (1952); repercutió, además, en la configuración de su propio mundo artístico la filosofía existencialista y su fascinación por la cultura y el pensamiento orientales. A mediados de los cincuenta, ya se había decantado el pintor por un empleo muy personal de la materia.

Su estilo maduraría desde entonces precisamente en las coordenadas del informalismo matérico, que le llevaría a experimentar con arena, polvo de mármol, resinas o tierras coloreadas. Sobre ese soporte físico simultáneamente destiló su programa de signos, que comprende no solo algunos de gran calado simbólico (la cruz, que coincide y se identifica con la primera letra de su apellido), sino también una personal manera de incidir sobre la materia. Comparando esos signos o huellas con su repertorio figurativo anterior, se aprecia una austeridad, una economía de medios, más interesante y eficaz.

Analizando su estilo en el tiempo, estas obras demuestran una complejidad y una riqueza sorprendentes, porque remiten a lo mejor de la tradición pictórica de nuestro país (a la sensibilidad de los místicos del siglo XVI), pero también al arte contemporáneo de vanguardia, pues interesaron a Tàpies más corrientes que el informalismo y el expresionismo abstracto: sus imágenes indican una asimilación del espacialismo, del arte del ensamblaje y de otros caminos frecuentados por el dadaísmo. Por lo demás, la riqueza de registro que demuestra el catalán en los cincuenta creció y se hizo más compleja en los años siguientes, cuando también cultivó su sintonía con el arte povera y Joseph Beuys y experimentó con abundancia con las tres dimensiones.

Durante la década de 1980, volvió al plano pero lo hizo, nuevamente, con originalidad, sirviéndose de grandes formatos, de una utilización virtuosa de los barnices y de algunos elementos figurativos con ecos eróticos.

Antoni Tàpies. Cruz y tierra, 1971
Antoni Tàpies. Cruz y tierra, 1971
Antoni Tàpies. Butaca, 1987. Col·lecció Suñol Soler © Comissió Tàpies, VEGAP, Barcelona, 2020
Antoni Tàpies. Butaca, 1987. Col·lecció Suñol Soler © Comissió Tàpies, VEGAP, Barcelona, 2020

Activo hasta su fallecimiento, es difícil resumir sus aportaciones artísticas. Culto, refinado y comprometido, es autor de varios libros, como La práctica artística (1970), L´art contra l´estètica (1974) o La realidad como arte (1989). Como creador, también ilustró textos poéticos de grandes escritores españoles y extranjeros.

En 1990 inauguró en Barcelona la Fundación que lleva su nombre, cuya colección se nutre de obras de los que fueron sus fondos personales y también de su biblioteca, repleta de libros de arte y de una esmerada selección de publicaciones sobre cultura oriental.

Antoni Tàpies. Incendi, 1991. Museo Universidad de Navarra
Antoni Tàpies. Incendi, 1991. Museo Universidad de Navarra

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Juan Pablo Fusi, Francisco Calvo Serraller. El espejo del tiempo. La historia y el arte de España. Taurus, 2012

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