La esquizofrenia de la materia gris en la obra de Tàpies

Por Estel Julià
alt 


Antoni Tàpies. Superposición de materia gris, 1961

Después de algunos meses de mi visita a Madrid, todavía pervive el impacto en mis ojos alrededor de la experiencia resultante de la visita al Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía. Fue en marzo cuando acudí a una iniciativa que llevó a cabo el museo en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid. La finalidad: acercar el arte al visitante de un modo interactivo a través de la exploración y profundización en los significados de una serie de obras pertenecientes a la colección permanente. La actividad llevaba por título La obra del mes, con ella, se abría una puerta al conocimiento de la obra de un artista plástico emblemático, como era el caso de Antoni Tàpies, a través de la obra Superposición de materia gris (1961).

La experiencia fue muy interesante e intentaré describirla. Desde el punto de encuentro situado en la planta baja del museo esperábamos diez mujeres y un hombre. Subimos a la primera planta con las dos guías que nos acompañaban y allí nos situamos frente a una enorme mole gris con aspecto de piedra. Centrarse en aquel muro era bastante difícil, presidía en aquellos momentos cierta esquizofrenia, las mujeres hablaban acaloradamente ante las divergencias que surgían entre visitar o no la obra, entre visitar o no el museo. El hombre circunspecto en un intento de descifrar aquel enjambre, participaba en alguna ocasión. Yo observaba e intentaba asépticamente centrarme en aquel gris que no dejaba de desconcertarme. Me preguntaba si en algún momento conseguiría descubrir, o al menos conectar, con el arte supuestamente allí encerrado.

El gris intenso de los primeros momentos incitó a la esquizofrenia, yo misma intentaba no ser presa de la algarabía que se había ocasionado, tal vez como consecuencia del impacto y la dureza aparente de la obra de gran tamaño y color oscuro que producía rechazo.

Poco a poco los primeros comentarios surgieron, las voces, se iban silenciando a medida que las dos guías, que nos conducían hacia la experiencia, comenzaban a explicar cómo Tàpies había luchado con la materia en esta creación.

El óleo y el cemento se mezclaban en láminas que parecían cortadas. En algunos casos, en la parte inferior se presentaban agujeros e incluso huellas, que según nos explicaron, pudieron haber sido producidas por la proyección de calor sobre la superficie. En algunos de los lugares se percibían, pese al gris intenso, diminutos brillos, producto de la mezcla de los materiales con polvo de mármol. En otros lugares aparecían huecos donde la materia, sin duda, había sido arrancada casi de cuajo.

El cuadro presentaba una división vertical central que presentaba de modo claro dos áreas, casi simétricas, pero que contenían diferencias sustanciales a medida que nos aproximábamos a observarlas. En la parte derecha, tal vez la más elaborada, se apreciaban unas estrías en ascenso vertical con incisiones, simulando pequeños cuadros. En el lado izquierdo llamaba la atención una forma rectangular en la que el material presentaba un color distinto, más marrón, simulaba tierra. En los extremos se veían unas franjas verticales más oscuras que a simple vista daban la sensación de ser asfalto.

Las nueve mujeres (procedentes de Euskadi a juzgar por sus comentarios) aquel hombre y yo, poco a poco nos fuimos subyugándonos a la obra, ante la expectación que comenzaba a suscitarse. Las palabras resonaban, parecía que todo comenzaba a iluminarse, aquella gran materia superpuesta, una u otra vez arrancada, comenzaba a cobrar vida ante nuestros ojos.

Si teníamos en cuenta el año en que fue realizada (1961) avanzaríamos sobre las pistas que nos conducirían a su interpretación. El momento histórico que se vivía en España en aquel momento parecía vislumbrarse en aquella creación. Pese a la uniformidad del gris, la materia evocaba dos mitades divididas, tal vez era el símil de una sociedad presidida por un período de dictadura, gris, producto de la reconciliación, tras una guerra fraticida. Dos mitades, dos Españas, dos áreas que podían incluso simbolizar dos sociedades: la industrial y la rural en un mismo contexto.

La obra como producto, era a la vez división, dos lugares irreconciliables que producían la esquizofrenia del color gris en una falsa unión en el muro. Avanzar en esta idea, supone reconocer la misma dualidad que se produce en muchos ámbitos: civilización, cultura, religión e incluso en el ser humano. Tàpies como gran estudioso de diversas disciplinas, tal vez proyectó en esta obra la búsqueda del ser humano que aspira a fundir en uno sus dos hemisferios. El intento de uniformar una dualidad que en ocasiones entra en lucha y produce el conflicto, produce la esquizofrenia de la duda, comparable al gris. El ser humano atrapado en el gris de dos mundos casi simétricos, esta podría ser una interpretación alternativa de esta obra: Tàpies luchó con la materia, intentó reconducir el reencuentro entre ellos.

Si vamos un poco más allá, podíamos, incluso recordar que, en 1961 comenzó a levantarse el muro de Berlín. Europa vivía entonces bajo la catarsis de los residuos de una guerra en la que el holocausto fue la peor de las esquizofrenias del ser humano. El gris del cielo de Europa se reflejaba en el muro de Berlín que dividía en dos mitades Alemania, pude ver todo aquello en la obra de Tàpies. Mis ojos recorrían la materia gris una y otra vez y de nuevo las dos mitades de la obra de Tàpies se representaban en una Alemania industrializada, rica, edificios de estrías ascendentes y ventanas, frente a la otra que quedó empobrecida al otro lado del muro, con aspecto de madre tierra antigua.

Y de nuevo las nueve mujeres volvían su mirada hacia el gris y se observaban entre ellas como si hubieran descubierto algo que hasta entonces pasaba desapercibido. El hombre permanecía también en silencio expectante.

Por momentos se percibía más luz en el gris, podría pensarse que la obra de Tàpies seguía tan vigente como el primer día. Por un momento pensé que sólo tendría que darle un giro de noventa grados y ponerla en vertical en mi imaginación y sería capaz de ver la representación del diálogo entre el norte y el sur, en un mundo dividido.

Arriba el norte y su riqueza, abajo el sur, la pobreza, el desierto. Recordé todos los conflictos que hoy todavía siguen vigentes, la esquizofrenia del ser humano y su conflicto de nuevo, producto de su conducta invasora e irresponsable que trasciende al gris restándole todo atisbo de luz.

Después de un largo rato de suposiciones y preguntas acerca de la interpretación de esta obra visitamos otras del mismo autor que había en la sala. Me atrevería a decir que hay una constante en su obra: la cruz que puede interpretarse, no tanto como símbolo religioso, sino más bien como símbolo de la búsqueda de la espiritualidad del ser humano capaz de unir dos mundos, dos ciudades o sencillamente unir las contradicciones que se albergan en su propia alma. Y de nuevo esta suposición conectaba y dirigía mi mirada hacia el gris y se posaba en la esquizofrenia de una cruz que se esbozaba y que al mismo tiempo separaba por las condiciones históricas en las que vive la materia gris en el muro, pavimento o lienzo. Dos mundos, dos hemisferios distintos, dos sexos que no terminan de reconciliarse bajo el gris de un falso horizonte sin apenas luz, podría muy bien ser la metáfora del hombre y la mujer en un mundo sin diálogo o la esquizofrenia de la incomprensión.

La materia como medio formada por el óleo, el cemento, la tierra, el polvo de mármol, es la materia como medio en un mundo dividido. La materia como tierra o como agua, porque también se intuía el agua en la obra de Tàpies, cuando una vez desprendida, bajo quedaron espacios a modo de lagos, u otros lugares donde un mar muerto parecía ondularse ligeramente.

Y de nuevo yo miraba a aquellas nueve mujeres que a su vez miraban la esquizofrenia del gris y parecían callar con el agua sobre el lienzo, sobre el muro, clavado sobre las tablas de madera, así lo imaginé, reposando en el suelo. Imaginé a Tàpies luchando con la materia y todavía cruda, líquida, que resbalaba al levantar la obra dejando chorreras de agua como si se tratara de una fuente de agua espesa y oscura. La fuente del gris sobre la materia es el agua que todo lo impregna, el agua que unifica conceptos pese a que debajo de las superposiciones haya dos mundos divididos, dos lugares, dos áreas casi simétricas.

Y así llegó el silencio después de que las nueve mujeres, las dos guías y el hombre abandonaran la sala. Eran más de las dos de la tarde y solo se escuchaba el silencio de unos pasos frente al gris del muro y mi respiración. Era hora de marcharse. La visita había terminado.

Estel Julià.

Comentarios