Una de las líneas expositivas que la Fundación MAPFRE desarrolla en su centro KBr de Barcelona consiste en el estudio de los inicios de la fotografía en Cataluña: el pasado verano pudimos ver allí las imágenes que Jean Laurent encargó a Jules Ainaud sobre la región y, hasta el próximo mayo y bajo el comisariado de Núria F. Rius, este espacio nos presenta la muestra “La cámara doméstica. La afición fotográfica en Cataluña (ca. 1880-1936)”, que examina los inicios de la fotografía amateur en esta zona y su desarrollo hasta que comenzó la Guerra Civil.
Recoge, por tanto, esta exposición imágenes tomadas fuera del ámbito profesional y de las lógicas productivas; esto no quiere decir que en algún momento no entraran en el mercado o que no puedan ser consideradas artísticas, pero ese origen íntimo apunta, sobre todo, a su dimensión afectiva y a que albergan información relevante sobre los modos de vida y las maneras de ver el mundo hace un siglo.
A fines del siglo XIX, y por tanto en las primeras décadas de desarrollo de la fotografía, se diferenciaba ya al aficionado del amateur en su práctica: el primero utiliza la cámara de manera ocasional o estacional; el segundo dedica tiempo y esfuerzo al medio, desea mejorar en él, y quizá participa en concursos o exposiciones aunque no haya llegado a profesionalizarse. Propone el planteamiento de esta muestra que el fotógrafo amateur, a la hora de retratar, puede participar de manera más activa en el establecimiento de relaciones entre los retratados y el espacio donde se encuentran y en la propia actitud de los modelos.
En el periodo analizado en este proyecto, en todo caso, la imagen doméstica llegó a alcanzar una enorme popularidad (quizá no tanto como a día de hoy, pero muy relevante), extendiéndose entre casi todas las clases sociales, entre población de todas las edades, y entre hombres y mujeres, y su evolución, en España y en particular en Cataluña, guarda honda relación con la de la cultura visual en general: desde la influencia fundamental de la pintura, sobre todo la de paisaje, a la de los medios de comunicación de masas, el cine o la publicidad. Esa extensión creciente tuvo que ver con la progresiva aparición de distintos avances técnicos (como la voluntariedad de uso del trípode) y de la entonces nueva emulsión de plata en gelatina, estable, rápida y económica, que implicó, a su vez, el paso de esta técnica del ámbito artesanal al industrial.
Hasta ahora, la fotografía doméstica se había mantenido al margen de los estudios de historia de esta disciplina, o constituía un capítulo menor, por su carácter masivo o su ocasional ejecución defectuosa, pero en las últimas décadas se le ha prestado una atención cada vez mayor al encontrarse en estas instantáneas algo más que contenido anecdótico o ingenuidad en la mirada: una estética propia, lecturas sociales e, incluso, un carácter político.
En el contexto de Cataluña, aproximadamente desde 1860, la sustitución de procedimientos más antiguos por el colodión húmedo conllevó que fotógrafos profesionales y comercios de óptica empezaran a usar las primeras cámaras domésticas y que tomaran lecciones aficionados, niños y señoritas; veinte años más tarde, había surgido ya un incipiente mercado de material fotográfico y distintas iniciativas culturales y comerciales en torno a la imagen. También nacieron asociaciones de aficionados y de excursionistas que no comenzaban sus rutas sin la cámara, como el Centre Excursionista de Catalunya (1890), y publicaciones especializadas.
La disparidad de nuevos autores de fotografías explica la diversidad de motivos y de técnicas de las imágenes reunidas en KBr: si los primeros usuarios de la cámara fueron burgueses con economías desahogadas y tiempo libre que proyectaron en sus obras ciertos valores socioculturales ligados entonces a su posición, cuando las clases medias pudieron hacerse con aparatos más baratos, los aficionados (especialmente mujeres y niños) dieron cuenta de momentos de recreo o armonía familiar. En los ateneos y las asociaciones culturales obreras fue habitual que se instalaran laboratorios fotográficos autogestionados donde se alentaba a los trabajadores a introducirse en el arte (y a liberarse de las nuevas presiones propias de la urbe industrial) mediante la práctica de la foto.
Y del interior al exterior: sería la emulsión de plata en gelatina la que permitió la obtención de imágenes instantáneas y el hecho de que la cámara pudiese comenzar a utilizarse en espacios públicos. Así, los hasta entonces fotógrafos aficionados de puertas adentro pudieron convertirse en cronistas locales, dando cuenta de las transformaciones urbanas, de acontecimientos puntuales (como, en el caso de Barcelona, la Exposición Internacional de 1929), o de las desigualdades sociales en un momento en que crecían las migraciones. En este último caso, y en el de la captación de acontecimientos políticos o protestas, la fotografía era ya testimonio; aún así, los asuntos más reiterados en estas primeras imágenes privadas eran, más bien, calles y mercados, fiestas populares y ferias.
Vincula, asimismo, “La cámara doméstica” la popularización de la fotografía ligada al excursionismo científico, deportivo y turístico con el auge de los nacionalismos en Europa: la captación de parajes locales, también de costumbres y tipos particulares, favoreció la construcción de imaginarios nacionales. Otro capítulo de la exposición recoge la presencia fundamental de la cámara entre quienes comenzaban a viajar, los primeros turistas, socios a menudo de distintas entidades culturales que publicaban los frutos visuales de sus viajes en revistas de esas organizaciones.
Uno de los mayores cambios que implicó la generalización de la fotografía entre capas sociales diversas fue la realización de retratos sin acudir a estudios especializados, en una época en que esas imágenes, los retratos familiares, cumplían la función de certificar la existencia de personas, su posición por edad en el grupo y su evolución en el paso de los años. A los más pequeños solía retratárselos solos, pero la mayoría de las fotos domésticas primeras eran de grupo y manifestaban unión. También eran felices: captaban momentos entrañables y de ocio, sobre todo cuando este último comenzó a tomar carta de naturaleza, ligado a la salud o el descanso.
Merece la pena reparar en las expresiones de los modelos porque, a partir de la aparición de las instantáneas, trataban de controlar su gestualidad y, a veces, teatralizaban sus acciones: veremos muecas, acrobacias, risas, escenas recreadas o actores de Hollywood imitados. Y finaliza “La cámara doméstica” con la vertiente más íntima de este tipo de imágenes: la autoproducción y el control de cada paso del proceso (también del revelado) favoreció el desarrollo de una iconografía sexual cercana a parámetros pictóricos, aunque en este momento todavía escasa.
“La cámara doméstica. La afición fotográfica en Cataluña (ca. 1880-1936)”
Avenida Litoral, 30
Barcelona
Del 15 de febrero al 12 de mayo de 2024
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