La cabaña y la energía: Cristina Iglesias vuelve al Centro Botín

Presenta una veintena de trabajos espaciales creados desde los noventa

Santander,

Cinco años después de la extensa retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía, muy recordada por el diálogo que sus instalaciones pudieron entablar con la luz de su jardín central, el Centro Botín presenta una exhibición de piezas de Cristina Iglesias: obras con vocación de crear y transformar espacios que se fechan desde 1992 a la actualidad. La exhibición, comisariada por el buen conocedor de la artista Vicente Todolí, ha dejado a un lado sus inicios en los ochenta para centrarse en la etapa en que la escultora adquirió mayor reconocimiento internacional, coincidiendo con su participación en la Bienal de Venecia de 1993 junto a Tàpies, y hace hincapié también en su producción monumental, solo acompañada aquí por un conjunto de serigrafías sobre cobre.

Tanto las piezas escogidas como su emplazamiento favorecen el diálogo entre esculturas y arquitectura, una relación abierta y fluida entre ambas disciplinas de la que posiblemente se empapó Iglesias en Londres en los ochenta, de la mano de la nueva escultura británica, y también de la Escuela de Düsseldorf. Allí se familiarizó con las propuestas de Eva Hesse y con las más cercanas al Land Art de Robert Smithson, aunque ella decidiera mantenerse alejada de corrientes definidas y trabajar desde una estela propia, conjugando materiales de orígenes diversos con formas naturales u orgánicas y acercando interiores y exteriores hasta sorprender al espectador con espacios sensoriales e inmersivos dentro de los propios de la exposición. Sus lecturas son diversas, pero es fácil percibir que Iglesias apela a las esencias básicas y telúricas de las construcciones arquitectónicas primigenias o a la idea de refugio en el medio natural sobre la que han creado tantos autores desde el Renacimiento, uniendo simbolismo y pasado arquitectónico al tratar el agua, el aire o los volúmenes. Al margen de esas conexiones historicistas, o incluso energéticas, estas obras también conectan con la imaginación: con lugares de la mente y con los umbrales que los separan de lo tangible y real. Para Giuliana Bruno, autora de alguno de los textos del catálogo de aquella antología que se presentó en 2013 en el Reina Sofía, se trata de piezas que demandan mecanismos fluidos tanto de vivir como de habitar y, aunque no lo parezca dado el hermetismo del espectador, siempre abren una puerta a su presencia o a su mirada, una vía de acceso, si no física, virtual, hacia fronteras insospechadas. Lo explicaba así: Un viaje introspectivo se inicia en el momento en que nos encontramos con esta forma de escultura que no concibe el espacio como un mero contexto ni la arquitectura como corolario. El espacio es la obra, y uno debe tener presentes sus diferentes planos de existencia.

Cristina Iglesias. Habitación Vegetal III, 2005. Foto: Attilio Maranzano
Cristina Iglesias. Habitación Vegetal III, 2005. Foto: Attilio Maranzano

La mayoría de las obras expuestas pertenecen a la colección de la artista, que hace apenas unos días terminó de impartir un taller para creadores en Villa Iris, y se completan -no hay que olvidarlo- con la intervención suya que es parte emblemática del Centro Botín desde que abrió sus puertas hace algo más de un año: los cuatro pozos y el estanque de piedra, acero y agua que conforman Desde lo subterráneo, pieza que se considera parte de la muestra y que se engloba en la voluntad de diálogo de la exposición con el entorno de los Jardines de Pereda. Subraya, además, otro aspecto fundamental de su trabajo: la exaltación del lado vivo de los materiales, solo perceptible por quienes son capaces de trascender la contemplación su apariencia inerte. El recorrido de estos entrespacios está tejido de corredores, habitaciones, pasajes suspendidos, celosías y de obras fruto de investigaciones más recientes con distintas texturas y materiales. Destaca el extenso Corredor Suspendido I, que inunda el espacio central de la planta segunda con sus quince metros de longitud generadora de sombras, de sombras literarias porque replican textos de Ballard. Próximo queda su Pabellón de cristal I de hace cuatro años, que a la vez que acota espacios físicos parece poner fronteras entre el ser y el estar humano en el lado físico y en el espiritual, así como dos habitaciones: una vegetal y otra de acero inoxidable. La primera confunde el sentido de la perspectiva del espectador cuando la recorre, con sus pliegues y distorsiones, y la segunda, de grandes proporciones, lo que distorsiona es el exterior, por su aspecto pulido.

Por situación, una de las piezas que más claramente dialoga con los Jardines de Pereda es también una de las más sutiles, Pasaje I, techo suspendido tejido en esparto que transforma con su sombra el espacio arquitectónico bajo él, creando vacíos, redimensionando sus volúmenes y también transformando nuestra visión del exterior.

A continuación, en dos salas centrales, se han situado obras que, sin retrotraernos a los inicios de la carrera de Iglesias -ya dijimos que las obras más tempranas datan del 92- sí acercan al público a los intereses que son origen de sus creaciones: se trata de varios polípticos y de otro de sus techos suspendidos, de 1997, que genera un pasadizo sensorial que claramente pone de manifiesto ese doble juego en el lenguaje de la escultora: crea espacios imaginarios mientras acota los existentes, enlaza lo finito y lo infinito, lo que se ve y lo que solo se deduce. Esas serigrafías sobre cobre que mencionábamos antes también se exponen aquí, y proponen lecturas ilusionísticas de lugares reales a partir de maquetas en miniatura. También vemos estructuras enrejadas que enmarcan vacíos con sus naturalezas convertidas en ornamento y un tapiz curvado de los noventa, elaborado sobre un panel con una escena de caza que parece despegarse de su plancha, nuevo ejemplo de trampantojo, del juego – que aquí no es perverso – entre verdad e imagen.

Cierra la muestra el Pabellón Suspendido III (Los sueños), cuyos muros son también textos que se reflejan en el suelo pero que no son fáciles de leer. Con una intención: En cierto momento, necesitas tanto tiempo para descifrarlo…, y es como estar en la cárcel y decir que tendrás tantos días y tantas noches en la cárcel. Y también pone el epílogo su trabajo más reciente, e inédito para el público: la escultura cilíndrica Growth I, en la que parecen crecer formas pseudonaturales cristalizadas con color. Cuando la luz atraviesa la pieza, proyecta el color del cristal y los huecos entre las raíces en el espacio de la sala.

Cristina Iglesias. Sin título, 1993-1993. Foto: Attilio Maranzano
Cristina Iglesias. Sin título, 1993-1993. Foto: Attilio Maranzano

 

 

Cristina Iglesias. “ENTRƎSPACIOS”

CENTRO BOTÍN

Muelle de Albareda, s/n

Santander

Del 6 de octubre de 2018 al 3 de marzo de 2019

 

 

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