Hace cuatro años se cumplieron 150 años del nacimiento de Kandinsky y CentroCentro presentó en Madrid una retrospectiva del pintor, examinando la evolución de sus lienzos en su paso por Múnich (1896-1914), Rusia (1914-1921), la Escuela Bauhaus (1921-1933) y París (1933-1944). Aquella exposición se nutría por completo de obras procedentes del Centre Pompidou de París; ahora es en el Museo Guggenheim Bilbao el que repasa la trayectoria del autor de De lo espiritual en el arte a partir, sobre todo, de los fondos de la Fundación Guggenheim neoyorquina.
Hay que recordar que su figura está estrechamente unida a la historia de esa Fundación, creada en 1937, que posee de él 150 piezas. Ya en 1929 el industrial y fundador del Museo, Solomon R. Guggenheim, comenzó a coleccionar sus trabajos y un año después lo conocería en la Bauhaus de Dessau.
A partir de mañana podremos contemplar en Bilbao pinturas y trabajos en papel del que fuera precursor de la abstracción y teórico estético, empeñado en liberar a su disciplina de sus potentes nexos históricos con la naturaleza y en convertirla en escenario del despliegue de las necesidades interiores del artista, interés que le acompañó a lo largo de toda su carrera.
Kandinsky nació en Moscú, en el seno de una familia sensible hacia el arte y la música, y estudió derecho y economía antes de trabajar en una firma de artes gráficas y de trasladarse a Múnich, ya con la intención de dedicarse a la creación y siendo admirador del impresionismo y de Wagner. Su producción temprana quedó imbuida de recuerdos de su país, en forma de muebles de colores vivos o de imágenes votivas, del historicismo romántico y también de poesía lírica, folclore y fantasía.
Desde Múnich viajó por toda Europea y el norte de África y allí creó paisajes bávaros llenos de color, con elementos propios del grabado, como el delineamiento potente de las formas o el aplanamiento. Se trata de obras notablemente avanzadas respecto a sus anteriores ensayos neoimpresionistas.
Hacia 1909, su estilo avanzaba ya firme hasta el expresionismo y se alejaba, en ese mismo camino, de sus anteriores referentes naturales en favor de las escenas apocalípticas. Caballos y jinetes, motivos ya habituales en su obra antes, se convirtieron entonces en símbolos de su distanciamiento de los valores estéticos pasados y de su anhelo de que fuera posible la consecución de una sociedad más espiritual por el camino del arte: del color, de la línea y la forma.
En Múnich sería cabeza Kandinsky de los principales grupos de vanguardia en la ciudad, entre ellos La falange y la Nueva asociación de artistas de Múnich; allí escribiría el mencionado tratado De lo espiritual en el arte y y fundaría, junto a Franz Marc, El jinete azul, sociedad de autores volcados en explorar (y explotar) las posibilidades expresivas del color y los ecos simbólicos de las formas. En 1913 tanto la línea como el cromatismo eran ya temas esenciales en obra, aunque continuara representando árboles, torres, colinas o, por supuesto, jinetes y caballos. La figuración fue perdiendo cuerpo en favor de formas rítmicas y contornos caligráficos: comenzaba a formular el que llamaba oculto poder de la paleta.
Tras la irrupción de la I Guerra Mundial, se vio obligado Kandinsky a abandonar Alemania y regresar a Moscú, donde la vanguardia rusa se adentraba ya en las posibilidades de la geometría como base de un lenguaje estético que pudiera ser universal. Percibió el pintor, sin embargo, que su enfoque objetivo tenía difícil encaje con la búsqueda personal (y subjetiva) de la espiritualidad que él había emprendido.
Regresó a Alemania en 1922 y allí comenzó a impartir clases en la Bauhaus de Gropius, un entorno favorable a su creencia en el poder transformador del arte tanto a nivel individual como colectivo. En la escuela continuó investigando Kandinsky en las correspondencias entre colores y formas y en los efectos psicológicos de estas, sin abandonar algunas geometrías que, por influencia rusa, trabajaba en planos superpuestos. No confiaba, no obstante, en el mecanicismo constructivista ni en la pretendida pureza del suprematismo: su terreno eran las formas abstractas con contenido expresivo e íntimo. Fue justo entonces cuando se interesó por su pintura Guggenheim, que lo visitó, como avanzábamos, en Dessau en 1930 y adquirió, entre otras piezas, Composición 8 (1923).
Hasta 1933 continuaría el pintor ofreciendo clases en la Bauhaus; ese fue el año de su cierre a raíz de la presión del régimen nazi.
La última década de su vida la pasó Kandinsky en París, en el barrio de Neuilly-sur-Seine. Fue una etapa muy prolífica, pese a la inestabilidad política y la penuria económica: experimentó con materiales, sus tonalidades se hicieron más suaves y sus formas, biomórficas. Sería hacia 1934 cuando introdujo en su obra lo orgánico (antes había coleccionado especímenes y atesorado enciclopedias científicas); sus composiciones intrincadas de ese periodo tienen que ver con el surrealismo, con Arp y Miró y sobre todo con las ciencias naturales, dada su fascinación por la botánica y la zoología.
Sintetizó elementos de sus etapas anteriores en pinturas a gran escala, con fondos oscuros de raíz expresionista que también beben de sus imágenes inspiradas en Rusia.
La II Guerra Mundial traería la confiscación de sus trabajos por las autoridades alemanas, dada su consideración de arte degenerado, y el pintor no llegó a ver ni el fin de la contienda ni su restitución crítica, pues murió en 1944.
“Kandinsky”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 20 de noviembre de 2020 al 23 de mayo de 2021
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: