El Museo del Prado vuelve a abrir al público sus salas de exposiciones temporales y lo hace con “Invitadas”, una exposición que tenía prevista su inauguración el pasado mes de marzo, pero que la pandemia obligó a posponer. Aunque la muestra se enmarca en la línea de dar visibilidad a la mujer en el mundo del arte (iniciada con la exposición dedicada a Clara Peeters y continuada con la de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana que pudimos ver hace algunos meses), lo primero que habría que señalar es que esta no es una muestra de mujeres artistas, sino que trata sobre la consideración (o quizás habría que decir la falta de ella) de la mujer en el siglo XIX. Su título, “Invitadas”, alude precisamente al concepto que describe el estatus de las mujeres en el sistema oficial del arte (centros de enseñanza, la Academia, los certámenes y los propios museos), desde el reinado de Isabel II hasta el de su nieto Alfonso XIII.
“Si no entendemos el papel de la mujer no podemos entender a las mujeres”, ha señalado el director del museo, Miguel Falomir, para quien esta exposición es muy necesaria y constituye un proyecto ambicioso y con una gran labor de investigación detrás.
También en este sentido se ha manifestado el comisario de la muestra, Carlos G. Navarro, que habla de una exposición con un enfoque crítico y novedoso, que plantea cómo los museos deben hacer una revisión del canon tal y como lo hemos heredado y ofrecer al público otras formas de mirar, ver y entender el mundo del arte.
La muestra, extensa, está organizada en 17 secciones y reúne 133 obras, en su mayoría procedentes de los fondos del museo. Muchas de estas piezas se exhiben por primera vez y 40 de ellas han sido restauradas para la ocasión. Las obras firmadas por mujeres son escasas en el conjunto de la exposición, enmarcada en un periodo cronológico que va desde los tiempos de Rosario Weiss (1814-1843) hasta los de Elena Brockmann (1867-1946), y aunque se busca darles visibilidad la idea es hacerlo en un contexto que explique el molde al que tuvieron que someterse cada una de ellas, abriéndose así un debate paralelo sobre el papel del Estado y su misoginia, del que no queda exento el propio Prado.
Aunque está lejos de pretender ser un catálogo de arquetipos, a lo largo de los distintos ámbitos que abarca la exposición sí que podemos entender los distintos roles otorgados a las mujeres a partir de los moldes patriarcales establecidos. Desde las representaciones de carácter histórico que se ceban en mostrar a reinas incapacitadas para la tarea de gobernar; a la educación de las niñas, enfocada a las labores del hogar; las escenas moralizantes; la codificación de la mujer como alegoría de la pereza o la soberbia; la maternidad; o la participación del Estado en la construcción de la mujer caída y la advertencia de los riesgos de una llevar una vida disoluta, entre otros.
Frente a las imágenes más crudas y aquellas consideradas indecorosas y vinculadas a censura; o las de la mujer moderna y liberada que empieza a imponerse en las primeras décadas del siglo XX, están también las que, con finalidad protectora y educativa, reivindican el estatus de la élite social a través de la defensa de la tradición. Se inicia así una campaña de reconstrucción de la imagen de la mujer castiza como enseña de la identidad nacional.
También de corte tradicional, pero con un aire más refinado, las mujeres de Raimundo de Madrazo y Garreta plantean otro ideal de belleza, enfocado a una clientela elitista, y también tienen su espacio en la exposición.
Los últimos capítulos de la muestra nos acercan al trabajo realizado por mujeres desde la perspectiva pública del Estado. Sabemos que muchas creadoras no pudieron dedicarse profesionalmente al arte por el simple hecho de ser mujeres, ya fuera por la imposibilidad de acceder a una formación especializada o, en el caso de las que sí lo hicieron —generalmente hijas y esposas de pintores—, por quedar relegadas en los talleres a tareas meramente asistenciales.
La consideración de disciplina menor que la fotografía tuvo en sus orígenes permitió una participación más activa por parte de las mujeres y desde la década de 1840 encontramos algunas pioneras como Madama Fritz, que recorrió la península ofreciendo sus servicios como retratista, o el caso de Jane Clifford, que junto a su marido Charles (al que hasta hace poco se atribuía la documentación del Tesoro del Delfín) estableció su estudio en Madrid.
Capítulo aparte merecen y tienen las “copiantas” y las “reinas pintoras”. Y, finalmente, bajo el epígrafe “Anfitrionas de sí mismas” se comienza a perfilar, ya en las últimas dos décadas del XIX, el ligero reconocimiento de la crítica al trabajo de algunas de las artistas que con mayor frecuencia comenzaron a participar en los certámenes públicos.
El recorrido por la exposición finaliza con la proyección de la película muda Les Résultats du féminisme (Las consecuencias del feminismo) (1906), de la pionera Alice Guy-Blaché. Se trata de una comedia en la que los roles tradicionales de género aparecen intercambiados con la intención de mostrar lo absurdo de la desigualdad de género.
Como complemento a la exposición se ha editado un completo catálogo que incluye interesantes ensayos y textos de Estrella de Diego, Mathilde Assier, María de los Santos García Felguera y María Dolores Jiménez-Blanco, entres otros autores.
“Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931)”
Paseo del Prado, s/n
Madrid
Del 6 de octubre de 2020 al 14 de marzo de 2021
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