El cuchillo de Clara Peeters

El Museo del Prado dedica su primera muestra a una mujer artista

Clara Peeters. Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, 1611. Museo Nacional del Prado
Clara Peeters. Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, 1611. Museo Nacional del Prado

De su vida no sabemos casi nada, tan solo que nació en las últimas décadas del s XVI, que su primera obra conocida data de 1607 –se trata de una pintura de juventud y aprendizaje-, que no consta que pintara con posterioridad a 1621 y que trabajó para clientes de alcurnia: su producción formó parte de colecciones como las de Felipe IV o el Duque de Leganés, aquí en España. Es escasa: se le atribuyen cuarenta pinturas y de ellas quince, quizá las mejores, pueden verse hasta febrero del año próximo en el Museo del Prado. Son pocas, pero bastan para convertir a Clara Peeters en una de las grandes figuras del bodegón en el s XVII: las naturalezas muertas son su sello, por la meticulosidad con la que las realizó, por su originalidad, y por realizarlas desde un realismo matizado: su despensa y los objetos que incorpora a estas pinturas no son imaginarios como los de Jan Brueghel o Rubens, pero tampoco reales: se trata más bien de ficciones verosímiles, como hoy ha subrayado el comisario del proyecto, Alejandro Vergara.

Clara Peeters. Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas, 1612. Karlsruhe, Staatliche Kunsthalle
Clara Peeters. Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas, 1612. Karlsruhe, Staatliche Kunsthalle

Solo pintó bodegones, en su época un género incipiente y menor, quizá dadas las restricciones a mujeres artistas a la hora de pintar desnudos en las academias. No encontramos en ellos mensajes simbólicos concretos –quizá pudieran sugerir ciertas asociaciones a sus contemporáneos -, pero sí nos hablan, y muy a fondo, de la cultura material y culinaria del momento, y a ese aspecto se dedica también uno de los capítulos del catálogo de la exposición a cargo del propio Vergara. La pintora buscó captar la apariencia real de lo representado frente al idealismo propio del Renacimiento, subrayando el contraste entre la luminosidad de los objetos y los fondos oscuros e introduciendo elementos que generaban dinamismo y transmitían temporalidad, como el gato en posición de acción, a punto de abalanzarse a un pescado o de huir de la mesa.

La muestra que hoy ha abierto el Prado (el centro con mayor número de obras de la artista, cuatro) pretende, en primer lugar, visibilizar a una Peeters hasta hace unas décadas desconocida y poner de relieve tanto la calidad de su obra, evidente en la captación de texturas y luces en los materiales y en la comida, como su rareza singular, que se hace muy patente en los autorretratos sutiles con los que la artista se hacía presente entre sus objetos: fijaos en las superficies de jarras y copas.

A Peeters le debemos el primer bodegón con pescado, en el marco del contexto religioso del s XVII un alimento de ayuno –al ser de agua dulce, además, menos valorado -; incorporó en alguna ocasión la sal, esta sí muy apreciada, por su escasez y por su importancia para conservar la comida, y son elementos recurrentes en su pintura los cuchillos, en su época símbolo de status, porque en los banquetes no los ponía el anfitrión sino que cada invitado llevaba los suyos, que hacían referencia a su status y en ocasiones eran regalos de boda. Hay que recordar que en el norte de Europa tardó en implementarse el tenedor, considerado afeminado. Los cuchillos de Peeters presentan a menudo una inscripción con su nombre, aunque eso no quiere decir que fuera necesariamente el suyo.

Fijaos en los autorretratos sutiles con los que la artista se hacía presente entre sus objetos

Van a gustaros seguramente sus bodegones con quesos, entonces un bien comercial y un objeto de riqueza, como prueba el hecho de que se le suministraran a Felipe IV en un viaje a Andalucía, (en Rinconete y Cortadillo de Cervantes se citan también los quesos de Flandes), y también una de sus representaciones de porcelana china, especialmente azul por haberse pintado con lapislázuli. Estas piezas estaban especialmente vinculadas a los Habsburgo.

Clara Peeters. Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas, 1611. Museo Nacional del Prado
Clara Peeters. Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas, 1611. Museo Nacional del Prado

Igualmente representó cristales a la veneciana, que sabemos que se fabricaban en Amberes, donde Clara seguramente trabajó; conchas exóticas del gusto del gusto de los coleccionistas de su tiempo y aves de cetrería de cromatismo muy cuidado. En aquellos años Isabel Clara Eugenia promulgó en los Países Bajos leyes para mantener los privilegios de la aristocracia sobre la alta burguesía en lo que a caza se refería: exigió el pluma con pluma.

Antes de “enfrentarnos” a los bodegones de Peeters es conveniente tener en cuenta que, tanto en los inicios del género como en la obra de esta artista, resultaría fundamental el interés desarrollado en torno a Amberes por las ilustraciones científicas de la naturaleza y la cultura protocientífica del s XVI.

La exhibición ha sido organizada en colaboración con el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, donde pudo verse con anterioridad.

Clara Peeters. Bodegón con quesos, almendras y panecillos, hacia 1612-1615. Mauritshuis, The Hague
Clara Peeters. Bodegón con quesos, almendras y panecillos, hacia 1612-1615. Mauritshuis, The Hague

 

Comentarios