En los últimos meses, la obra de Jesús Rafael Soto ha formado parte de numerosas muestras internacionales: el Centre Pompidou de París le dedicó una retrospectiva en 2013; “Dynamo. Un siglo de la luz y el movimiento en el arte. 1913-2013”, presentada ese año en el Grand Palais también contó con sus trabajos y la actual presentación de “ZERO: Countdown to Tomorrow, 1950s–60s” supone el regreso de su producción al Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, que ya le brindó una extensa antología en 1974.
En este 2015, en que se cumplen diez años de su muerte, la Galerie Perrotin nos ofrece en sus sedes de París y Nueva York y simultáneas exhibiciones en torno a Soto que engloban sesenta piezas fechadas entre 1957 y 2003 y que proceden de su legado y de diversas colecciones internacionales. La francesa puede visitarse hasta el 28 de febrero; la estadounidense, desde el 15 de enero hasta el 21 del próximo mes. Nos permitirán ahondar en el redescubrimiento reciente de la obra de este autor, que nació en Venezuela en 1923 y se formó en la Escuela de Bellas Artes de Caracas antes de trasladarse en 1950 a París, donde residió y trabajó hasta el final de sus días.
Podemos considerar que únicamente el desplazamiento de los visitantes permite a estas obras existir en plenitud
Bajo la influencia del neoplasticismo de Mondrian y de las teorías sobre la luz de László Moholy-Nagy llevó a cabo sus primeros experimentos de “vibraciones ópticas”, en torno a las que trabajaría a lo largo de toda su carrera. Abordó los nexos entre movimiento, color (con especial querencia por los primarios), volumen y formas tridimensionales con el fin de crear piezas en las que el espectador pudiera penetrar, superando el estatismo y enarbolando los principios del arte cinético.
Encontramos a menudo fondos estriados, rayas blancas y negras tras cuadrados, hilos de hierro y formas diferentes entre sí que parecen moverse cuando el espectador se desplaza delante de las obras. Podemos considerar que únicamente el desplazamiento de los visitantes permite a estas obras existir en plenitud, atendiendo a la consideración de Soto de que el arte abstracto no puede permanecer definitivamente estático, pues este arte se mide en el movimiento, en la duración, en el desplazamiento.
El venezolano alcanzaría el reconocimiento internacional en los sesenta, década en la que logró exponer en numerosas ciudades europeas, y pese a que en los años siguientes el movimiento cinético perdería vigencia, su obra se difundiría cada vez más.
Los materiales constituyeron otro de los ejes de sus investigaciones: empleó plexiglás en sus inicios y después metal, chatarra usada e hilos de hierro o de nylon suspendidos que utilizaría para configurar ilusiones ópticas e invitarnos a jugar con los volúmenes y el espacio.
La doble muestra de Perrotin supone en parte un eco de la que en 1969 brindó a Soto el Musée d´ Art Moderne de la Ville de París y enfatiza la dimensión espiritual de su obra, la desmaterialización radical que propone.
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