Helénico, homérico y modernista: azul

CaixaForum Sevilla dedica una muestra a la importancia de este color en el arte de fines del siglo XIX

Sevilla,

El color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y del firmamento. Así se refería al azul Rubén Darío, subrayando en 1888 la importancia de este tono en el movimiento modernista. A las muy distintas gradaciones del color que encontramos en la obra de sus artistas plásticos se dedica la muestra que hasta el próximo agosto podemos visitar en CaixaForum Sevilla, “Azul. El color del Modernismo”, un recorrido nostálgico y delicioso por lapislázulis, azules ultramares, de Prusia o cerúleos presentes en la producción de, entre otros, Gustave Courbet, Pablo Picasso, Ferdinand Hodler, Santiago Rusiñol, Joaquim Mir, Emil Nolde, Maurice de Vlaminck, Joaquín Torres-García o Isidre Nonell. No todos ellos fueron simbolistas ni se asociaron al modernismo, pero sí trabajaron en época coincidente al desarrollo de esas corrientes llenas de azul.

La exposición, comisariada por Teresa Sala y producida en colaboración con el MNAC y los Musées d’Art et d’Histoire de Ginebra, quiere ofrecer a los visitantes una experiencia estética y sensorial nacida en los albores del romanticismo, pero no solo acoge pinturas (setenta y dos, varias inéditas): también se detiene en el incipiente uso del color en los primeros tiempos del cine, exhibiendo cinco películas con la colaboración de la Filmoteca Catalana.

Santiago Rusiñol. Patio azul, 1907. Museu Nacional d’Art de Catalunya. © Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, 2019
Santiago Rusiñol. Patio azul, 1907. Museu Nacional d’Art de Catalunya. © Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, 2019
Utagawa Kunisada. Onoe Kikujiro II/ Shigeyasu tsuma Sayuri, 1852-1853. Colección ”la Caixa”. © David Bonet
Utagawa Kunisada. Onoe Kikujiro II/ Shigeyasu tsuma Sayuri, 1852-1853. Colección ”la Caixa”. © David Bonet

Las muestras de los centros CaixaForum han venido prestando una atención destacada al modernismo y justamente fue a Anglada-Camarasa, de cuya colección ahora se exponen varias estampas japonesas, a quien se dedicó la primera exhibición que pudo visitarse en el espacio sevillano, en 2017. Menos frecuentes han sido, naturalmente, las centradas en colores y la actual ha estudiado qué significados y sentidos simbólicos se le dio al azul a fines del XIX y de qué modo las formas simbolistas afectan a nuestra percepción de ese color.

Hay que recordar que fue a fines del siglo XIX y principios del XX cuando comenzaron a establecerse, en el arte y también en la literatura, relaciones poéticas entre el paisaje y los estados de ánimo, conexión que, en el fondo, tiene mucho que ver con el espíritu moderno y con el mismo cine, en sus orígenes y hoy.

Las pinturas y poesías trazadas en las últimas décadas del siglo XIX estuvieron pobladas de paisajes crepusculares, cielos casi nocturnos, montañas y mares sublimes, pero también retratos y estampas cotidianas en las que el azul transmite enigma, melancolía, soledad y misticismo, cuando no abre puertas al subconsciente.

En aquel tiempo se desarrollaron los pigmentos sintéticos, así que las posibilidades cromáticas se multiplicaron y a los azules habituales se sumaron el ultramar o lapislázuli, el índigo o cobalto, el azul ultramar francés o los mencionados de Prusia y cerúleo. Sus variedades y su expresividad le convirtieron, como subrayó Darío, en el color del modernismo, que conectaba Oriente y Occidente.

No era una atención del todo nueva, porque en el romanticismo ya se consideraba que transmitía virtudes poéticas: Víctor Hugo afirmó que el arte es el azul, Baudelaire consideró que nacía de la belleza de las sombras y que simbolizaba lo inalcanzable y Mallarmé lo entendió como vehículo en la búsqueda de la belleza absoluta. Por supuesto, Darío escribiría, inspirándose justamente en la poesía francesa, Azul…, libro que influiría en los artistas modernistas.

En cuanto al cine, en sus comienzos el color se aplicaba fotograma a fotograma, empleando plantillas, tintes y pinceles y generando atmósferas cuidadosamente pensadas: aunque sea inconscientemente, hoy continuamos asociando el rojo al peligro, el azul a la noche y el amarillo a la alegría. La mecanización llegaría en 1906, gracias a innovaciones como el Pathécolor galo, un procedimiento de coloreado de imágenes con plantilla, pero en rigor no podemos hablar de cine en color hasta los años veinte y treinta.

Joaquim Torres-García. Templo a las ninfas, 1901-1911. Museu Nacional d’Art de Catalunya
Joaquim Torres-García. Templo a las ninfas, 1901-1911. Museu Nacional d’Art de Catalunya

Son cinco las secciones de esta exposición. La primera nos presenta los nuevos matices del azul nacidos en el tardío XIX a partir de la fabricación industrial de pigmentos y la segunda incide en su poder evocador en manos de artistas y poetas hartos de materialismo y amantes del misterio. De esta última forman parte visiones alpinas de Courbet y mares bravos de Martí i Alsina, ambos ligados al realismo, pero autores de obras que escapan, como estas, a categorías por su fuerza y profundidad.

Eliseu Meifrèn i Roig. Marina de Cadaqués (Cúmulos). Colección BBVA, Madrid © David Mecha.
Eliseu Meifrèn i Roig. Marina de Cadaqués (Cúmulos). Colección BBVA, Madrid, © David Mecha.

El tercer apartado nos habla de sinestesia y de las cercanías entre el simbolismo y la música, subrayadas por Gauguin, que ya indicó que el color es una vibración antes de que Kandinsky desplegara sus ritmos. En algunas pinturas simbolistas, la música se ve y los paisajes se oyen: sobre todo las escenas nocturnas son sinfonías en azul, evidente color de la melancolía en los retratos femeninos de Hodler y Nonell. No es casual tampoco que llamemos al crepúsculo la hora azul, color igualmente presente en infinitas imágenes oníricas, artísticas y literarias, y vigente en las representaciones atemporales de la Arcadia, mito también para los simbolistas, y en las descripciones de las flores y pájaros de Novalis, Maeterlinck o Darío.

Justamente al pájaro y a la flor azules, como emblemas de la unión de la realidad y el sueño, se dedica la cuarta sección de esta exposición sevillana, que se cierra con estampas nocturnas en las que el azul nos habla de onirismo, abismo y muerte, de lo siniestro y de la angustia existencial. Sobre tinieblas que pueden cobijar tesoros.

Gustave Courbet. Panorama de los Alpes, hacia 1876. © Musées d'art et d'histoire, Ginebra
Gustave Courbet. Panorama de los Alpes, hacia 1876. © Musées d’art et d’histoire, Ginebra

 

 

“Azul. El color del modernismo”

CAIXAFORUM SEVILLA

c/ López Pintado, s/n

Sevilla

Del 3 de mayo al 25 de agosto de 2019

 

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