¡Lumière!, la emoción de los orígenes

14/11/2017

¡Lumière! Comienza la aventuraDa igual que haya pasado más de un siglo desde que se filmaron, que las tengamos en la palma de la mano gracias a Youtube o que hayamos podido ver alguna formando parte de una exposición en un museo: disfrutar de cualquier película de los Lumière en pantalla grande y en un cine siempre tiene el sabor del descubrimiento, una emoción distinta a la que experimentaron quienes veían imágenes en movimiento por primera vez, pero también genuina, derivada de reconocerse en los que entonces se dejaban filmar mientras paseaban o trabajaban o en los que se asombraban de ver su vida en crudo en la pantalla o un tren a punto de atravesarla.

Por eso no está pagado lo que se disfruta con ¡Lumière! Comienza la aventura, un documental dirigido por Thierry Frémaux que nos da la oportunidad de ver más de cien películas seleccionadas entre el millar largo que rodaron Louis y Auguste Lumière, con explicaciones concisas y fundamentales que dialogan con la ficción y que nos sirven para entender por qué estas píldoras de cincuenta segundos –a ojos de hoy, pura artesanía– fueron revolucionarias y transformaron nuestra manera de ver el mundo y de relacionarnos con la imagen. Descubrimos cómo se resolvía la grabación desde un único punto de vista, por qué se escogían unos ángulos de filmación y no otros, qué métodos conseguían suscitar la risa, cómo reaccionaba el público de entonces viéndose a sí mismo, o a sus pares, salir de una fábrica o contemplar cómo un bebé se caía o malcomía… Aquí hay también sociología, y es interesante fijarse en cómo, progresivamente, los no actores comenzaban a actuar.

La sucesión de películas sigue un orden temático: Frémaux, que es director del Instituto Lumière de Lyon y uno de los responsables del Festival de Cannes, ha elegido presentarnos las obras en varios apartados según nos enseñen escenas urbanas, paisajes, gracias de niños pequeños, momentos de humor, a la clase trabajadora en acción… Fijándose en lo más cotidiano los Lumière estaban creando el lenguaje de la modernidad; de hecho, llegaron a explorar, desde el rudimento pero también manejando una óptica modernísima, la profundidad de campo y los travellings.

También fueron conscientes de que el cine tenía la doble posibilidad de sumergirse en el arte o en el espectáculo, y la de conjugarlos: ahí queda su filmación –mítica, y esta vez sí es buena la palabra– de la danza serpentina de la gran bailarina Loie Fuller, que continúa inspirando películas.

Todas las obras que se presentan, fechadas entre 1895 y la llegada del siglo XX, han sido restauradas digitalmente y en su sencillez, o a lo mejor gracias a ella ahora que abunda la sofisticación con escaso contenido, hechizan al espectador. Suponen un homenaje perfecto a la intuición de los pioneros y una exaltación de la magia del primer cine y sus puestas en escena básicas y completas, pero también una recopilación lúdica y didáctica: un documental con el que se sonríe y se aprende.

Si el cine es una emoción, puede que lo fuera más que nunca entonces, cuando empezó todo.

 

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