El olivo y el empuje

05/05/2016

El olivoMucha gente (muchísima) no lo entiende, pero para algunas personas, y no necesariamente ancianos, las raíces pesan y el campo que se conoce y que se ha trabajado es oxígeno. Para quien ha vivido durante décadas del alimento propio obtenido de su propia tierra y con sus propias manos, sin necesidad de que nadie más que uno mismo conozca y apruebe ese esfuerzo, lo que no es naturaleza es un mundo complejo, probablemente superfluo y hostil. Frente a la incomprensión (y presión) de muchos, ellos no aspiran al dinero, a las supuestas comodidades y muchísimo menos a aparentar, solamente a vivir tranquilos y a que no les quiten esa paz.

Así es el abuelo de Alma, la protagonista de El olivo, un señor de campo (actor no profesional) con un rostro que transmite toda esa placidez del que no ha tenido jefes ni empleados. La necesidad económica, y también un punto de avaricia en los tiempos del boom, llevan a sus hijos a vender uno de sus olivos, precioso y milenario, capaz de cobijar a más de uno y de dar a imaginar a Alma, cuando era niña, que tiene ojos y boca y cara de monstruo. A cambio, recibieron 30.000 euros y el silencio de por vida del anciano, que se oponía a la venta por entender que el olivo no era suyo sino de la tierra, y que si lleva allí anclado 2000 años quién es nadie para arrancarlo.

A quien más conmueve esa pena es a su nieta (su nombre la define), un personaje complejo, todo ternura con el abuelo y bastante macarra en otros contextos, sobre todo cuando se le lleva la contraria. Desde su posición de joven idealista, cargada de razones pero también de inexperiencia, enmienda la plana a su padre cuestionando la venta del olivo, metáfora de otros comportamientos tan propios del tiempo en que el dinero fluía que también aparecen en la película: corrupción, sacrificio de valores por dinero, negocios que daban la espalda a un campo que siempre les dio de comer… En El olivo se critican aquellos lodos, pero con la distancia adulta (que aporta Javier Gutiérrez, que interpreta al tío de Alma): es muy difícil quedar al margen de un contexto que invita a ganar dinero por encima de todas las cosas.

Alma no quiere que su abuelo muera sin volver a ver aquel olivo que no era de nadie, pesquisas complicadas mediante se entera de que se encuentra en Alemania, y engaña a su tío, y al paciente chaval que será su novio, para viajar hasta allí en camión, convenciéndolos, sobre todo al crédulo tío, de que se encuentra en el jardín de una iglesia en Düsseldorf y que hay acuerdo para recuperarlo.

En realidad el árbol se encuentra en el interior de una empresa que no da el mejor trato al medio ambiente, y el desenlace, bastante pegado a la actualidad de hace unos años, nos muestra a una Alma rodeada de decenas de alemanes movilizados por redes sociales que tratan de entrar a la fuerza en la sede de esa empresa para recuperar el olivo vendido en mala hora. Este pasaje de la película puede ser el menos convincente, porque esa rebelión de desconocidos no aporta demasiado a un argumento donde ya tenemos claras las posiciones sin ser necesario el ruido.

No vamos a desvelaros si consigue o no volver con el olivo a España, aunque si podemos adelantaros que el final, siendo previsible, emociona a todo el que no sea de granito.

Anna Castillo, la actriz que interpreta a Alma, hace una labor fabulosa teniendo en cuenta la personalidad tan rica del personaje y el ritmo narrativo mantiene en todo momento el interés.

Quizá Bollaín maneja un elenco de temas demasiado amplio para obtener el mejor resultado del tratamiento de todos (ecología, consecuencias del boom y de la crisis, relaciones familiares, valores y avaricia, evolución de la juventud a la madurez…) pero el mensaje de su película queda claro y es previsible que no pierda oportunidad con el paso del tiempo, porque está por ver que la crisis (moralmente) nos haya cambiado tanto.

El Olivo

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