Close y los paraísos truncados

15/12/2022

Close. Lukas DhontCuando hablamos de juegos de niños nos referimos a asuntos fáciles y simplones, pero tan fácil y simple era ese tiempo de experimentar, sin preocupaciones nublando la mente y siendo capaces de imaginar batallas entre cuatro paredes, que superada una edad nunca ya somos capaces de repetir algo así, la misma dicha. Las primeras secuencias de Close son un monumento a esos años que parecieron eternos pero que se estropearon enseguida: no tanto como pensaba Quino, que dijo a Gistau que a partir de los tres años dejamos de ser interesantes, pero muy pronto.

Los dos chavales protagonistas se imaginan perseguidos por decenas de soldados, huyen con complicidad de esos enemigos que no ven y ríen y corren campo a través entre las flores, con una energía inexplicable que no mucho más tarde tendrán que empezar a racionar. Todo en ese inicio de la trama de la película de Lukas Dhont (es el segundo largo de este joven director belga, tras Girl) es gozo: en un paisaje lleno de luz, cultivan una amistad que no necesita ocultar su ternura.

El principio del fin llega con el regreso al colegio: la pureza del vínculo de Rémi y Leo se ve oscurecida por los comentarios de los compañeros que, sin mala fe pero también sin tacto, no entienden su cercanía; el mundo, antes amable y hospitalario, se vuelve a la hora de la escuela hostil y les exige tomar postura en aquello en lo que nunca necesitaron pensar: definirse y, no solo eso, demostrarlo. Seguros entre sí e inseguros ante el resto, su amistad queda expuesta y viciada; se hace frágil lo que parecía fuerte como una roca. La cámara les sigue sin cesar a ellos y a sus miradas (como las de Sciamma a las niñas con tanto en común de Petite Maman) y estas cada vez se esquivan más.

Rémi se mantiene fiel a sí mismo (su afición y su talento es la música, en ella se sigue empleando y sabe suscitar emociones en quien lo escucha); Leó trata de tomar distancia de él y acercarse a otros compañeros: comienza a practicar hockey sobre hielo y Dhont muestra con mucha sutileza -el conjunto de la película es un prodigio de ella- que no es ese su terreno, que aunque se acostumbre al juego este deporte será rudo para él. Ambos quieren encontrar su lugar: uno sin distanciarse, no aún, del que era ni de su amistad; el otro amoldándose a lo que el resto aprobará, no dando que hablar.

Cada paso dado en el primer acto de la película (la felicidad extrema del comienzo, que por ser tan alta no necesitaba de palabras; el corte progresivo pero tajante de esa intimidad que supone el colegio y los gestos de evitación que no dejarán de sucederse) parecen reflejo de una cotidianidad, de fases comunes en las vidas de muchos, pero el director los convierte también en la senda que alimenta el suceso trágico que terminará de tornar lo que fue luminoso en un pozo oscuro. No lo contaremos, pero sí podemos decir que el trabajo, muy pulido, de los actores protagonistas y de sus familias en el filme y la alternancia cuidadosa de los puntos de vista hará que el espectador pueda empatizar sin dificultad con las circunstancias de cada uno de ellos: de quien se ve sobrepasado por la culpa y trata de dar con una forma de expiarla y de quien quiere saber qué ocurrió enfrentándose a la delicada tesitura de que solo un adolescente desdichado puede tener alguna respuesta. Las madres, de uno y otro estudiante, se reivindican aquí como casi únicas compañías que calman, que dan alguna luz.

Close es un relato sobre la comprensión y el tacto, que en tiempo de cambio y de trauma pueden no ser nunca suficientes; sobre la salida de la infancia como camino inevitable pero lleno de fango, sobre clichés odiosos y sobre el peso que los gestos y los silencios de cualquiera pueden tener en las vidas ajenas.

Close. Lukas Dhont

 

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