Al otro lado del río y entre los árboles: Hemingway en la orilla

31/10/2023

Paula Ortiz. Al otro lado del río y entre los árbolesSi en la última novela de Hemingway, El viejo y el mar, un anciano invierte infinito esfuerzo y tiempo en hacerse con un marlín, y lo consigue, pero cuando trata de transportarlo a la orilla pierde su botín y seguramente la salud última, en Al otro lado del río y entre los árboles, su penúltimo texto, un no tan anciano, pero igualmente apagado, coronel del ejército estadounidense, Richard Cantwell, regresa a Venecia, superados ya los esfuerzos de la batalla, para reencontrarse con su amante mucho más joven, la aristócrata Renata, que en otras circunstancias podría ser promesa de muchas dichas. También para acudir a los lugares que suponemos que han ocupado su mente y mermado su ánimo desde hace tiempo: los paisajes donde su obediencia a los superiores costó muchas vidas y donde sabremos que comenzó para él un sentido pesado de la culpabilidad que le hace no atender ya a sus agudos males físicos.

Ambos son relatos sobre finales y sobre últimos intentos de revivir condenados al fracaso; al pescador le queda la esperanza, al soldado solo la nostalgia, y esa es también la emoción dominante en la adaptación cinematográfica que Paula Ortiz ha elaborado, en blanco y negro y tono clásico, de Al otro lado del río…, contando con Liev Schreiber como Cantwell y con una Matilda De Angelis llena de luz como Renata Contarini, muchacha atrapada en los usos y costumbres de una familia con seis siglos de historia y, en tiempo de guerra, escasa liquidez. Modificando muy suavemente el relato inicial del escritor (en el filme ambos se conocen en el regreso del militar a la ciudad, en un encuentro prodigioso por su enorme conexión, basada en la conversación y no en el contacto ni visual ni físico), propone la directora una delicada lectura de esa narración que parece tratar de llevar a la pantalla algunos de los modos de hacer de Hemingway, como su voluntad de que escasos personajes con vivencias hondas puedan servir como punto de partida para plantear reflexiones sobre asuntos atemporales y de calado que no se prestan a las conclusiones rápidas; en este caso, el amor cuando ya no es posible, la guerra, la culpa y la conciencia de la cercanía de la muerte.

Ortiz ha sabido manejar las dosis de información apropiadas en el inicio, el nudo y el desenlace del filme, que comienza presentándonos a un hombre que sabemos herido y sin tiempo, para continuar enseñándonos que aún es capaz de enamorarse y experimentar la belleza sin ilusión de que dure y terminar mostrándonos la causa de sus mayores pesares, que tienen que ver con el dolor infligido a causa de la incapacidad de maniobra frente a sus mandos, sobre su propio hijo y sobre cientos más, con el fin último de lograr objetivos militares. El gozo -en los protagonistas, siempre modulado- y el sufrimiento se dan cita, además, entre los canales de Venecia, en evidente analogía con la situación personal de Cantwell, en sus últimos compases pero aún poseedor de encanto y abierto a encontrarlo. Los fragmentos más extensos, y seguramente significativos, de la película son, de hecho, aquellos en los que Richard y Renata descubren, paseando o entre cafés, que existe la posibilidad del encuentro afortunado que no se espera, que podrían haber tenido otras vidas que el tiempo no hace ya viables y que Venecia puede ser observada con distintos ojos en función de nuestra compañía. Acierta, además, la directora, al subrayar la suavidad, casi domesticación, del soldado con su amante puntual frente a su primer trato desdeñoso hacia el joven que ha de acompañarlo o al que él mismo se concede, sin miramientos y casi sin misericordia.

El lazo fugaz entre el personaje de Contarini, cuya sensibilidad e inteligencia le hace aparentar una experiencia de vida que por edad no puede poseer, y un Cantwell ajeno ya a toda esperanza, puede hacernos recordar, solo por las circunstancias vitales de los dos, el que Akira Kurosawa hacía mantener al funcionario gris Watanabe y a su compañera de trabajo Toyo en Vivir, si bien en el filme japonés aquella fue una relación sin trasfondo amoroso, e intencionadamente buscada para encontrar un sentido a la vida cuando se acaba, y en el relato de Hemingway, y la película de Ortiz, el amor, por más que breve, surge de la casualidad y no busca respuestas, quizá solo un último deleite, un último faro antes de dos formas de claudicación: la muerte y un matrimonio de conveniencia.

Del todo basada en la conversación, pero con una fotografía bella prácticamente a cada plano, esta obra en torno a diversas formas de fallecer y algunas de -por instantes- no hacerlo es también un compendio de estados de ánimo captados en los detalles y un tratado de melancolía en su mejor escenario.

Paula Ortiz. Al otro lado del río y entre los árboles

 

Comentarios