Frente al pensamiento ilustrado que concebía la Historia como una unidad global y objetiva, el pensamiento historicista, seña de identidad de la cultura del siglo XIX, la entendía como proceso diacrónico en el que cada periodo cuenta con personalidad propia a la vez que es fruto de aquellos que lo precedieron. La preponderancia dada al pasado en momentos de confusión e incertidumbre en lo político y social condujo, en el contexto europeo, a una búsqueda de la autoafirmación en siglos anteriores, fundamentalmente en la Edad Media, aunque hay que tener en cuenta que esa perspectiva historicista fue posible gracias a la reivindicación de la subjetividad en el siglo XVIII, en el marco de la consolidación de la Estética como disciplina autónoma.
Fue en Inglaterra donde el historicismo tuvo gran presencia en un primer momento, a través de la poética de lo pintoresco, que halló sus prototipos en los estilos exóticos (hindú, chino, árabe), pero también en el gótico. Ocurrió igualmente en Francia: si en el imperio de Napoleón el clasicismo se convirtió en modelo representativo, el romanticismo optó por el gótico; en el primer caso, el ejemplo moral se hallaba en la Antigüedad y en el segundo los principios se encontraron, como dijimos, en el medievo. El neogótico (en algunos lugares, el neorrománico) sirvieron, así, a los distintos sectores de la sociedad decimonónica, repitiéndose lo que ocurrió en el siglo anterior con el neoclasicismo.
En realidad, la arquitectura gótica había tenido hasta el siglo XVIII una consideración muy negativa, incluso en Inglaterra, pero en aquel momento comenzó a ser reorientada y asumida. Los valores que habían despreciado los clasicistas (como la irregularidad, la novedad, la complejidad…) fueron recuperados y alabados, incorporándose incluso a tipologías arquitectónicas mayores, como las mansiones acastilladas, al margen de los jardines.
El contexto sociopolítico británico propició, desde la década de 1820, el auge del gótico, coincidiendo con la difusión de un discurso religioso que lo convirtió en modelo arquitectónico indiscutible: la concentración de población obrera en las ciudades industriales, con su potencial revolucionario, generaba en la burguesía una preocupación que contó con la complicidad de la Iglesia anglicana, iniciándose una campaña de recristianización de la sociedad. Se planteó un regreso al cristianismo primitivo, lo que suscitó discrepancias en el anglicanismo, pero la arquitectura gótica fue para ellos el paradigma del edificio religioso en el que aquel culto anterior encontró su espacio de representación idóneo.
En ese ambiente desarrolló su carrera Augustus Welby Northmore Pugin, arquitecto y teórico del neogótico inglés que, en 1835, se convirtió al catolicismo. Llevó a cabo una defensa entusiasta del gótico, concibiéndolo como estilo cristiano por excelencia, por sus estructuras muy adecuadas para la devoción. Más que defenderlo sin más, como antes había hecho Chateaubriand, Pugin lo entendió en sí como una religión y una forma de vida, desde el deseo de recuperar claves de la sociedad medieval cristiana; su postura era la añoranza de un modelo irrecuperable y el rechazo del clasicismo por su origen pagano.
Estos postulados fueron adoptados por la Iglesia anglicana, que pretendió y hasta cierto punto logró un verdadero control del neogótico: propusieron la arquitectura bajomedieval como modelo, imitaron el diseño de todos sus elementos (mobiliario incluido), restringieron su utilización a ciertas tipologías (iglesias, escuelas, hospitales) e incluso a ciertos materiales: el hierro solo se aceptaba en pequeñas dosis, y mejor oculto.
La primera obra de Pugin como arquitecto fue el Parlamento de Londres, que llevó a cabo junto a Charles Barry, pero también proyectó iglesias inspirándose en el gótico histórico, concibiendo su estructura, su decoración escultórica y pictórica como una unidad. Solo lo logró materializar a veces, como en la Iglesia de St. Giles en Cheadle, con una única torre rematada con una alta aguja y una cabecera plana. La nave central ofrece una cubierta a dos aguas y el interior se halla recubierto de pinturas.
Otra figura relevante es George Gilbert Scott, autor de la Iglesia de San Nicolás de Hamburgo, lo que nos habla de la proyección internacional de la arquitectura neogótica inglesa. Se trata de un edificio inspirado en el gótico pleno alemán; también es artífice de varios edificios civiles y del muy ecléctico Albert Memorial de Londres.
En el periodo victoriano el neogótico continuó consolidándose en Gran Bretaña, apoyado por teóricos que lo concibieron como soporte religioso. A Pugin lo sucedió Ruskin, autor de Las siete lámparas de la arquitectura y de Las piedras de Venecia, y destacan también los estudios del historiador y arquitecto G. E. Street, a quien le debemos quizá el primer tratado sistemático sobre el gótico español: La arquitectura gótica en España (1865).
En los años cincuenta y sesenta se intensificó en Gran Bretaña el arqueologismo, generalizándose el color en el interior y el exterior de los edificios; así se aprecia en la All Saints Church de Londres, de William Butterfield: por primera vez se combinó aquí el ladrillo rojo con el negro en bandas y rombos, contando el interior con decoración polícroma.
En Alemania, el neogótico está ligado al nacionalismo, ingrediente fundamental, asimismo, del romanticismo en este país. La continuidad histórica entre los nuevos y los viejos alemanes, en este caso, quedaría demostrada al mirar a la Edad Media: las catedrales se adoptarían como emblemas de la nación; tiempo antes Goethe había escrito un Himno a la Catedral de Estrasburgo, iniciando esa apropiación ideológica.
Ese rol simbólico se otorgó, sobre todo, a la de Colonia: su fábrica quedó inacabada en el siglo XVI y la finalización del templo se convirtió en una empresa nacional. Fue este un escenario de experimentación de la arquitectura neogótica, pues de cara a los trabajos se realizaron investigaciones profundas de la historia de este edificio y de los sistemas constructivos góticos. Sulpiz Boisserèe, de origen belga, fue fundamental en el proceso y sus estudios sobre esta construcción evidencian ese sentido patriótico. Por aquí pasarían en adelante arquitectos como Schinkel, Friedrich Ahler, Friedrich Zwiner, Von Schmidt… y el modelo de esta Catedral tendría gran éxito en Centroeuropa.
Colonia nos sirve como ejemplo a la hora de señalar que una parte fundamental del movimiento neogótico se centró en la intervención en edificios medievales, para concluirlos, como ese caso, o para frenar su deterioro. La restauración adquirió una gran importancia como medio para proteger los monumentos considerados símbolos nacionales y religiosos, con un valor adicional del que carecían las construcciones contemporáneas. Ese rumbo tuvo especial relevancia en Francia, de la mano de J.B.A. Lassus y de Viollet-le-Duc, que desarrollaron una interpretación racionalista de la arquitectura medieval.
Lassus iniciaría un giro radical en las restauraciones medievales que generó un amplio debate sobre estas prácticas; fue colaborador estrecho de Le-Duc y su gran proyecto conjunto fue su intervención en Notre Dame de París, empresa para la que fueron seleccionados precisamente por su comprensión del sistema constructivo gótico.
Hablábamos de controversias sobre restauración: Ruskin era contrario a cualquier tipo de ella, por sacralizar la ruina, estado sublime en el que se mezclan arquitectura y naturaleza; para el británico, nada debía alterar el proceso de degradación de un edificio. La posición dominante era, sin embargo, la de frenar el deterioro, pero hubo opiniones enconadas en torno al nivel adecuado de modificación de lo existente. Fue en 1839 cuando Didron diferenció restauración (rejuvenecer una obra) de su reparación (destinada a consolidarla), pero muy pronto se planteó la legitimidad de la reconstrucción de las partes desaparecidas, siempre que respondiera a la idea original.
La opción de Lassus y Le Duc era transformar hasta llegar al supuesto estado original y, entre 1844 y 1879, Viollet llevó a cabo numerosísimas restauraciones, desde la citada de Notre Dame hasta la de Clermont-Ferrand, Saint-Sernin de Toulouse o el recinto amurallado de Carcasona. También formuló teorías sobre arquitectura contemporánea y, bajo un enfoque positivista, analizó el edificio gótico como modelo ideal de cara al presente, en su caso desde lecturas del todo técnicas, pues él era agnóstico. Creía que podía resolver retos constructivos y que permitiría el uso de nuevos materiales (efectivamente, del hierro): favorecería la renovación de las formas constructivas, su racionalización, la incorporación de tecnologías nuevas…
Sus proyectos de nueva planta, en todo caso, no fueron muchos: diseñó algunas viviendas en el casco urbano de París, determinadas por la racionalidad y la ausencia de ornamentaciones gratuitas.
El goticismo se extendió, en fin, a lo largo y ancho de Europa y Norteamérica, en edificios tanto religiosos como civiles y más allá de la carga ideológica de los ejemplos señalados. Podemos citar el sobrio Ayuntamiento de Viena de Von Schmidt, el más tardío y muy decorativo de Múnich, a cargo de Von Hauberriser; el Parlamento de Budapest de Imre Steindl o el Rijksmuseum de Ámsterdam, ideado por Petrus J.H. Cuypers.
BIBLIOGRAFÍA
Historia del Arte. El mundo contemporáneo. Alianza Editorial, 2012
Viollet-Le-Duc. La construcción medieval. Centro de Estudios y Experimentación de Obras Publicas, 2000