El rebobinador

El coleccionismo papal durante el Renacimiento: de fervor y adquisiciones

Hemos hablado de studiolos, cámaras de las maravillas, de la pasión coleccionista de los Médicis… y hoy es el turno de referirnos al coleccionismo papal en la etapa renacentista. Como los príncipes, los papas del momento también entendieron esta actividad como signo de prestigio y poder, pero algunos adquirieron arte, además, por pasión y deleite, interesándose sobre todo por piezas grecorromanas encontradas en las excavaciones que patrocinaban. Consolidaron riquísimas colecciones de monedas, medallas o esculturas antiguas, por eso desarrollaron un rol muy importante en el estudio y la valoración de la Antigüedad clásica.

Empezaremos hablando de Nicolás V, papa entre 1447 y 1455 y uno de los introductores del espíritu renacentista en España. Fue bibliotecario de Cosme de Médicis, humanista y seguidor del neoplatonismo; le interesaban los textos clásicos, fundó la Biblioteca Vaticana y fue asimismo un mecenas generoso que intentó hacer de Roma la capital del Renacimiento.

Entre sus iniciativas en el campo del arte, encargó a Fra Angelico la decoración de su capilla. Su papado coincidió con el Quattrocento y el predominio de la pintura al fresco y decorativa, previo a la posterior irrupción de los cuadros y piezas de coleccionista por influencia de Flandes.

Fra Angelico en la Capilla Nicolina, hacia 1448
Fra Angelico en la Capilla Nicolina, hacia 1448

Pío II, al frente de la cristiandad entre 1458 y 1464, nació en Siena y se educó en Florencia, también en el ámbito neoplatónico y en torno a los Médicis. Filólogo, como papa se preocupó por defender el patrimonio antiguo romano, ignorado o maltratado durante la Edad Media. En 1462 prohibió la reutilización de las ruinas romanas para otras construcciones, pero la medida no pudo frenar otros desmanes: el saqueo de varios yacimientos arqueológicos, las excavaciones incontroladas, el comercio de antigüedades o las restauraciones incorrectas, que nunca han tenido edad.

Coleccionistas y mercaderes demandaban entonces piezas antiguas y, aunque en esta época aún se valoraba la obra perfecta y terminada, nada impedía que ese aspecto de integridad se lograra a partir de fragmentos diversos. Tampoco pudo atajar el papa fraudes y falsificaciones, algunas a cargo de artistas fundamentales: por sugerencia de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, Miguel Ángel avejentó su Cupido durmiente enterrándolo. Y como obra antigua (y por tanto, más cara), se vendió la escultura al cardenal Riario, aunque no fue el artista el principal beneficiario de esa venta, sino su marchante.

Paulo II, veneciano, es considerado el primer papa plenamente coleccionista. Ocupó el cargo entre 1464 y 1471 y llevó a Roma el amor por la Antigüedad y el arte, aunque parece que la ostentación le seducía al menos tanto como la erudición. Contó con una extensa colección de piezas llegadas de Oriente y se fijaba, a la hora de adquirir, en la calidad y el lujo; también en la posible articulación de las obras en series, acercándose así al manierismo.

En un inventario de su colección datado en 1457, cuando aún no era papa sino cardenal (Pietro Barbo), figuraban entre sus fondos un gran número de camafeos, gemas, numismática, tapices, pinturas de aire orientalizante, mosaicos portátiles, relicarios, pequeños bronces y dípticos consulares de marfil procedentes de Bizancio.

Hay que recordar que, tras la toma de Constantinopla, las piezas bizantinas inundaban los mercados de las ciudades europeas, con Venecia como intermediario. Hay quien achacó la apoplejía que padecía Paulo II a su tiara cargada de joyas.

Tumba de Paulo II en las grutas vaticanas
Tumba de Paulo II en las grutas vaticanas

Sixto IV, papa entre 1471 y 1484, era franciscano, teólogo y enemigo de los Médici, tanto que intentó excomulgar a Lorenzo el Magnífico. Destacó en la defensa del patrimonio artístico, continuando la labor de Pío II, y publicó una bula que prohibía la exportación de antigüedades, aunque no fue complida por príncipes y comerciantes.

Fue también mecenas y humanista: reabrió la Academia de Roma, a la que llevó muchos eruditos para que pudiera entrar en competencia con la florentina, y también engrandeció y abrió al público la Biblioteca Vaticana.

Supo, igualmente, rodearse de artistas: empezó a decorar la Capilla Sixtina en sus muros inferiores, con encargos a artistas florentinos encabezados por Botticelli, y donó su colección personal de estatuaria antigua a la ciudad de Roma, en 1471. Aquellos fondos, además, dieron lugar a la apertura del Museo de Antigüedades del Campidoglio o Antiquarium, en la plaza remodelada en el siglo XVI por Miguel Ángel.

Ese mismo año de 1471, también donó al Senado cuatro bronces antiguos para que enriquecieran el Antiquarium, en un acto más político que museológico. Fueron solemnemente trasladados desde el Palacio Papal, junto a la basílica de San Juan de Letrán, hasta el Campidoglio, y entre ellos figuraban El espinario, La loba capitolina -fue en esta época cuando se le añadieron Rómulo y Remo y se convirtió en símbolo de Roma-y la escultura ecuestre de Marco Aurelio, que se dispuso entonces en el centro de la plaza (hoy encontramos allí una copia). La loba capitolina, por su parte, se colocó en la puerta del Antiquarium, el mismo emplazamiento que había tenido en San Juan de Letrán.

Los Museos Capitolinos, símbolo de los ciudadanos romanos, supusieron una de las primeras tentativas organizadas de protección del patrimonio, al que se busca contenedor y resguardo en un espacio abierto al público, favoreciendo a su vez que los artistas, sobre todo los escultores, pudieran ver y aprender de piezas de la Antigüedad, convertidas en un modelo a imitar. Este centro continuó enriqueciéndose con donaciones papales en la primera mitad del siglo XVIII.

El niño de la espina o El espinario, s. I a.C. Palacio de los Conservadores, Roma
El niño de la espina o El espinario, s. I a.C. Palacio de los Conservadores, Roma

Sobrino de Sixto IV fue Julio II, que en su década como papa (de 1503 a 1513) supo hacer brillar a Roma como centro artístico, recuperando, según muchos, el esplendor imperial. Fue un pontífice guerrero, consciente de que el arte era un instrumento de prestigio tanto para él como para Roma, y encargó a Bramante la construcción de una nueva Basílica papal, retomada más tarde por otros artistas y arquitectos.

También encargó a Miguel Ángel su tumba, que quedó inacabada, y las tortuosas pinturas de la Capilla Sixtina. A Rafael lo mimó y engrandeció (le encargó decorar las Estancias Vaticanas, por ejemplo con la célebre Escuela de Atenas), coleccionó obras de la Antigüedad y potenció excavaciones arqueológicas.

Siendo aún cardenal, adquirió el Apolo de Belvedere del siglo IV a.C., que había sido descubierto a fines del siglo XV y que Winckelmann consideraría modelo de belleza, y también se hizo con el Laocoonte, hallado en 1506 en una viña próxima al emplazamiento de la Domus Aurea de Nerón. Fue quizá el descubrimiento más importante del siglo: los humanistas ya conocían la obra, por las referencias de Plinio el Viejo, pero no podían imaginar que fuese a aparecer. De hecho, el día de su traslado a las colecciones papales del Vaticano fue festivo en Roma.

Tal conjunto de esculturas antiguas se reunió en torno al papa, que en los terrenos del Vaticano hizo construir un complejo de patios y jardines donde colocarlas: como avanzábamos, Julio II, al que muchos inevitablemente imaginamos como Rex Harrison en El tormento y el éxtasis, encargó a Bramante en 1503 construir una serie de patios y galerías que unieran el Belvedere, palacio de verano de los papas mandado construir por Inocencio VIII a finales del siglo XV, con los antiguos Palacios Vaticanos, donde se encontraban las capillas y estancias papales, para disponer en ellos su colección de esculturas.

En 1508 se levantaron las dos grandes galerías con hornacinas del Belvedere y en el centro del conjunto se dispuso el Laocoonte: así Julio II creó un museo al aire libre, enriquecido por papas posteriores.

Laocoonte, 40-30 a.C. Museos Vaticanos
Laocoonte, 40-30 a.C. Museos Vaticanos

A él le sucedió León X, hijo de Lorenzo el Magnífico. Procedía de la corte intelectual de los Médicis, había recibido una esmerada educación y continuó la política de sus antecesores en cuanto a protección del patrimonio, aunque de forma más sistemática: estamos a las puertas del manierismo.

Papa entre 1513 y 1521, se preocupó por la conservación de las obras de arte antiguas y nombró a Rafael superintendente de las antigüedades de Roma, poniendo bajo su dirección los museos del Capitolio y del Vaticano y todo el programa de excavaciones, además de la conservación de todos los monumentos antiguos. A Miguel Ángel, por su parte, le encargó la Capilla Medicea de Florencia y la fachada de San Lorenzo.

Pero el más apasionado coleccionista de los papas, con el que vamos a cerrar el repaso, fue Paulo III Borgia, en el Vaticano de 1534 a 1549. Cuando aún era cardenal, consiguió que Alejandro VI, entonces pontífice, accediera a la libre explotación de las ruinas cercanas a San Pablo Extramuros, zona que se sabía rica en hallazgos artísticos, para construir allí su palacio. Se dice que se encontraron, en un solo día, una veintena de cabezas de emperadores en ese lugar.

También obtuvo permiso de él para hacer suyas cuantas antigüedades pudiera conseguir y transportar en una sola noche, en toda Roma: contrató a personal para cavar zanjas en zonas como los jardines del César, el Foro de Trajano o las Termas de Caracalla y movilizó setecientos carros de bueyes para transportar lo encontrado, según las crónicas.

Sus fondos, sin embargo, no fueron a parar a las Colecciones Vaticanas al convertirse en papa, sino que se dispersaron por cuestiones sucesorias.

Comentarios