Estudios técnicos de hace cerca de tres décadas demostraron que La Virgen del Rosario es una de las obras que Caravaggio realizó en los últimos años de su etapa en Roma; supuso el inicio de un nuevo modo de pintar en su producción y, como no tiene nada de extraño hablando de este pintor, también suscitó controversia. Los dominicos, que le habían encargado este trabajo, reconocieron sus cualidades y sus juegos de luces y sombras, pero lo rechazaron, y sería comprada la tela por un pintor de Brujas, Finsonius, que decidió enviarla a Amberes.
Allí, en esa ciudad belga, una asociación de artistas a la que pertenecían Rubens, Jan Brueghel y Van Balen pagó 1.800 florines por ella, a cuenta de los dominicos de esta localidad. A estos a su vez la adquiriría, ya en 1781, el emperador José II de Austria-Hungría, parece que entusiasmado por el lienzo.
Cuando Caravaggio fue amenazado de muerte a raíz de su conocida reyerta en Roma, en la que pudo asesinar a Ranuccio Tomassoni, era uno de los pintores más célebres de la ciudad y huyó de ella: el indulto no terminaba de llegar. Acudió a Nápoles, entonces una de las ciudades más pobladas de Europa y punto de confluencia entre corrientes artísticas, puerto de ideas nuevas; sabemos que Michelangelo Merisi recaló allí en octubre de 1606 como tarde, dado que a principios de ese mes recibió 200 ducados en pago por un gran retablo que, durante muchos años, se identificó erróneamente como este de la Virgen del Rosario. Es un hecho, sin embargo, que por esas fechas recibió el encargo de los gobernantes del Pio Monte della Misericordia para llevar a cabo el de la iglesia de la Confraternidad: las Siete obras de misericordia.
Era la primera vez que un artista se atrevía a representar esas siete obras descritas por san Mateo, juntas, no separadas. Se trata de una composición plenamente napolitana en su espíritu, sus modelos y el tratamiento pictórico: ricos y pobres aparecen representados en una escena nocturna; una joven, de tipo popular, amamanta a un hambriento a la puerta de una prisión; un gentilhombre desenvaina su espada para partir en dos su capa y entregar la mitad a un mendigo; el dueño de una fonda da de beber a un sediento, los peregrinos son acogidos, un cadáver es enterrado…
Estas Siete obras han cosechado entre los grandes críticos división de opiniones: René Jullian vio en ella los “últimos destellos del barroco caravaggiesco”, a Bernard Berenson el tema le parecía grotesco y, para Longhi, esta es una obra maestra que inspiraría a Rembrandt, Velázquez, Ribera y Hals.
En esta primera estancia napolitana, de unos ocho meses, Caravaggio pintó también, en dos ocasiones, La flagelación de Cristo. En la más temprana, como el mismo pintor explicó, reflejó las torturas que sufrió en Roma y Longhi encuentra en ella tanta brutalidad como piedad; en la última, de menor formato, los verdugos son los mismos: debía estar saldando una afrenta personal. Se conservan respectivamente en Nápoles y en Rouen.
En aquel momento, el Caravaggio antes proscrito se había convertido en el autor más prolífico en torno a la bahía, pero una vez más llevó su arte a otra parte, a Malta. Las razones no son claras: pudieron advertirlo de la llegada de agentes de la Corte papal o (quizá sea esta una opción más probable) querría obtener la Cruz de Caballero de gracia de la propia Orden de Malta, lo que le daría derecho a portar espada. Seguramente también pensó que era un modo de que se levantara su condena.
En todo caso, en julio de 1607 desembarcó en La Valeta, la capital de los caballeros que defendían la fe cristiana frente a Oriente y los piratas berberiscos. Iniciaba una etapa, también muy singular aunque fuera breve, de tan solo cinco meses: llevó a cabo obras religiosas y profanas tan distintas que, durante siglos, se dataron en distintas fases de su vida. Gracias a Malaspina y al poco de desembarcar, se le encargó un San Jerónimo para la capilla de los italianos de la Catedral de Malta, San Juan de los Caballeros; esta vez sí, la obra agradó al Gran Maestre de la Orden, el francés Alof de Wignacourt, que le confió una Decapitación del Bautista.
Aquella imagen contribuyó a la buena fama de Caravaggio: se sabe que pintores del norte de Europa acudieron a la isla para contemplar el patetismo de esa escena de prisión, sombras y vacío. El santo aparece degollado, tendido en el suelo y con las manos atadas a su espalda, mientras el verdugo que acaba de cometer aquello termina su trabajo y Salomé sostiene la bandeja que habrá de recibir la cabeza del mártir, como parece exigir el carcelero. Una mujer mayor, que evoca la sirvienta de la Cena de Emaús, hace un movimiento de horror y dos prisioneros contemplan el panorama desde una verja. Ambrogiani fue claro al escribir: No se puede evitar pensar que el pintor se inspiró en recuerdos personales.
La Decapitación es, en todo caso, el único lienzo firmado por Caravaggio y su nombre parece escrito con la sangre del Bautista, por eso hay quien ha interpretado que el pintor se identificaría con la víctima. Y dado que una f, de Fray, precede su nombre, tenemos que interpretar que ya era miembro de la Orden de Malta.
Wignacourt también le encargó su retrato y lo presentó Caravaggio como un guerrero temible, con armadura arcaica, junto a un paje extrañamente bello con su casco de combate. Este paje de mirada atrevida se haría célebre, tanto que Delacroix lo reprodujo en sus apuntes y a Manet le inspiró su Niño con espada, hoy en el Metropolitan. La obra de Caravaggio la terminó adquiriendo Luis XIV en 1670.
Y, en 1608, pintaría Caravaggio su Amorcillo durmiente, que recuerda al niño desnudo de La Virgen de los palafreneros pero es más púdico. Discreción que, sin embargo, no le evitó, incluso siendo ya Caballero de la Orden de Malta, ser arrestado y encerrado en Sant´Angelo (en la isla, no en Roma) tras una pelea en la que fue herido por arma de fuego otro caballero maltés como él, Giovanni Rodomonte Roero. Unos meses después escapó de la prisión y abandonó el lugar; aquello era alta traición, así que fue expulsado de la Orden (corría ya diciembre de aquel año) y se marchó a Siracusa.
Su primer encargo allí, en Sicilia, fue para la Basílica de Santa Lucía, situada a orillas del mar donde supuestamente fue martirizada esta santa. En La sepultura de Santa Lucía (1608) dio lugar a una nueva relación entre figuras y espacio, pero el hecho de que la muralla ocupase la mayor parte de la composición no fue bien recibido. Tampoco gustaron los sepultureros en primer plano que, enormes en relación con otras figuras, parecen quedar un tanto aplastados por la decoración.
Dada esa experiencia, Caravaggio cambió de nuevo de rumbo: esta vez fue a Messina. Allí sería bien acogido y le llegó otro encargo: una Resurrección de Lázaro para la Iglesia de los Padres Crucíferos, obra en la que, de nuevo, plasmó algunas angustias propias. Lázaro aparece sin lienzo, desnudo, y su hedor lo sugiere uno de los presentes, tapándose la nariz. Además, no surge de un sepulcro antiguo, sino de una tumba embaldosada, esto es, moderna en ese momento.
Es posible que, también en Messina y en 1608, elaborara su Ecce Homo, atribuido al artista en 1953 y conservado en el Palazzo Bianco genovés. Solo permaneció Caravaggio un año en Sicilia antes de embarcar de nuevo hacia Nápoles, quizá con el deseo último de regresar a Roma, que no se cumpliría. En su periplo sin fin había perdido muchas cosas, y había envejecido mucho, pero mantenía su impulso creador.
Le quedaba un año de vida, aunque pudo ser menos: fue atacado y sobrevivió de milagro, con una cicatriz cruzándole la cara. En este periodo final se fechan un San Juan Bautista, cuyo rostro triste, de ojos cansados, contiene seguramente algo de autorretrato, y un David con la cabeza de Goliat en el que tampoco es osado pensar que se autorretrató en ese rostro sin cuerpo. Ya había tratado Caravaggio el mismo asunto, pero nunca de este modo: David no aparece triunfante, sino desesperado.
En 1610 se data igualmente su Martirio de santa Úrsula, realizado para el príncipe Marcantonio Doria: si en buena parte de su producción la muerte se nos hace muy presente, en esta composición no hay mayor tema que ese. La flecha del arco del rey de los hunos acaba de ser disparada y la santa acepta resignada su fin. Caravaggio ya no pintará nada más: abandonó Nápoles rumbo al norte y desembarcó en Porto Ercole, entonces tomado por tropas españolas. Allí fue encontrado gravemente herido en una playa y, esta vez, no se recuperó: no llegó a cumplir los cuarenta.
BIBLIOGRAFÍA
Gilles Lambert. Caravaggio. Taschen, 2001
Andrew Graham Dixon. Caravaggio. Una vida sagrada y profana. Taurus, 2022