El Guernica como antimonumento

El Museo Reina Sofía celebra su 80º aniversario

Madrid,

Representa lo mejor y lo peor del siglo XX y ochenta años después de su creación sigue generando interpretaciones distintas y nuevos significados.

El Museo Reina Sofía abre al público el 4 de abril “Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica”, una muestra que conmemora esas ocho décadas de la obra estudiando el camino artístico picassiano previo y posterior a su creación y el valor icónico del mural en relación con la originalidad de las representaciones de la mujer y el dolor.

Partiendo de la obra del malagueño en la segunda mitad de los veinte, asistiremos a un paso clave en su evolución: el tránsito de las representaciones de realidades íntimas, de entornos seguros (decía Picasso que él no conocía más paisajes que los suyos interiores) hacia la exploración de territorios públicos y políticos, siempre desde visiones y reflexiones estrictamente personales. La irrupción de la Guerra Civil y los fascismos y la creciente influencia de los medios de comunicación de masas tuvo mucho que ver en ello y, como hoy ha explicado Borja-Villel, el artista quiso en Guernica crear un anti-monumento a ese mundo surgido en los treinta en el que no se reconocía. Aquel afán tuvo continuidad y, tras la II Guerra Mundial, continuó Picasso trabajando en pinturas que reflejasen terror y compasión.

Picasso quiso en Guernica crear un anti-monumento a ese mundo surgido en los treinta en el que no se reconocía

Timothy J. Clark y Anne M. Wagner comisarían una exhibición no especialmente extensa en relación con las que acostumbra a ofrecernos el Reina Sofía, pero sí surgida a partir de una investigación amplia que comenzó a gestarse antes de que esta muestra estuviera en proyecto y que, según ha explicado el director del MNCARS, cuenta con préstamos cuidadosamente seleccionados (veinte de las piezas proceden del Musée National Picasso francés).

Picasso. Desnudo de pie junto al mar, 1929
Picasso. Desnudo de pie junto al mar, 1929

A través de obras fundamentales como Las tres bailarinas (1925), que ha llegado de la Tate y que el propio Picasso tenía en especial estima; esculturas como Mujer en el jardín u obras donde Picasso examina la condición femenina desde nuevos territorios, como Mujer peinándose (1940) del MoMA o Desnudo de pie junto al mar (1929), podemos entender el vuelco, progresivo pero tajante, que el nuevo panorama europeo contribuyó a introducir en sus preocupaciones, desde un optimismo inicial relacionado con la consolidación del cubismo hasta el examen profundo y dolorido de lo que la belleza contenía de monstruosidad y viceversa – entendía ambos conceptos como parte de un todo -, de la emocionalidad femenina y de vulnerabilidad humana ante la violencia que escapa a su control.

De los espacios cerrados, territorio, como decíamos, de seguridad, que presentó en sus bodegones próximos y cotidianos, pasó a exhibir cuerpos violentados en espacios imposibles pero abiertos, donde la amenaza tenía cabida y se convertía en condición intrínseca de la modernidad. Según avanzan los años veinte crece el tamaño de los monstruos y fantasmas de Picasso, fantasmas interiores que se hacen exteriores, y también la exaltación de rostros que no individualizan figuras sino que “solo” pueden expresar lo terrible.

Los devaneos creativos de Picasso en el año y medio anterior a la creación de Guernica (fue una etapa de pinturas de pequeño formato y confluencia de lenguajes anteriores) parecen indicar que buscaba dar lugar a obras que no renegasen de su pasado creativo pero que pudieran expresar la violencia de la nueva sociedad, el pesimismo derivado de la crisis internacional previa a la II Guerra Mundial.

De la contemplación lenta de esta exposición podemos deducir que, al margen de la inspiración inmediata del bombardeo de Guernica, el mural tal como lo conocemos -las fotos de Dora Maar nos enseñan su elaboración paulatina- no hubiese sido posible sin los procesos de trabajo previos del malagueño, del mismo modo que, como ha apuntado Borja-Villel, tampoco percibimos las obras de arte del mismo modo tras el impacto icónico de esta, una representación bélica casi inaudita (dejando al margen ejemplos con otro formato, técnica e intención de artistas de la Nueva Objetividad) por no ofrecernos una imagen monumental de exaltación militar, sino un llamamiento sobre el dolor de la población civil, los inocentes, las madres.

El hecho de que no aluda Picasso a víctimas y guerras concretas, la contundencia de las formas y la espacialidad poco definida del mural contribuyen a acentuar su valor icónico como alegato contra cualquier guerra moderna independientemente del tiempo y el espacio. Según entiende Clark, supone el Guernica también un reconocimiento puro de la fragilidad humana, la vulnerabilidad, la posibilidad de una muerte quizá impensable hasta que llega abruptamente. De nuestra condición de seres bellos, terribles y efímeros.

Según entiende Clark, supone el Guernica también un reconocimiento puro de la fragilidad humana, la vulnerabilidad

Además, al inspirar piedad junto al horror (y la imagen de la madre con el hijo yacente en brazos tiene mucho que ver en ello), supone una defensa del humanismo, una especie de revulsivo contra esa violencia evidente.

Y hay aún otra evolución patente más: frente a su trabajo anterior, las mujeres ya no son modelos ni monstruos, sino fuerzas activas y dolientes en una guerra. Las lágrimas empiezan a ser puñales, las lenguas, cuchillos; los pechos, proyectiles, y los cuerpos completos, munición que habla a la vez de desesperación y resistencia.

Vista de la sala 2016. Guernica. Museo Reina Sofía
Vista de la sala 2016. Guernica. Museo Reina Sofía
Picasso. Woman dressing her hair, 1940
Picasso. Woman dressing her hair, 1940

Podemos considerar sus numerosas Mujeres llorando posteriores como una serie de variaciones sobre el mismo tema; y en muchas de ellas los cuerpos femeninos (el de Dora Maar) se presentan enclaustrados en habitaciones cerradas como cámaras de tortura o cuartos de seguridad. Uno de los más bellos retratos de la artista es Mujer peinándose (1940), que ha llegado a Madrid desde el MoMA, una deconstrucción poética de un cuerpo doliente.

Además de conocer los antecedentes y repercusiones del Guernica en la producción de Picasso, podremos adentrarnos de primera mano en sus viajes: en el epígrafe de la muestra numerosos documentos (algunos inéditos) y material audiovisual nos llevan a las distintas sedes donde el mural pudo verse al finalizar la Exposición Universal de 1937. Más adelante esos documentos y 2000 imágenes formarán parte de un site; tanto ese portal como la propia exposición se enmarcan, según Rosario Peiró, en la obligación del Reina Sofía de ofrecer nuevos discursos en torno al Guernica para mantener la obra viva.

“Piedad y terror en Picasso. El camino al Guernica” coincide, por otro lado, con el 25º aniversario de la apertura al público del Reina Sofía y también de la presencia en el centro de esta obra, y se acompaña de oportunos fragmentos literarios de autores contemporáneos a Picasso (no olvidéis levantar un poco la vista).

Más adelante, el Reina Sofía y A/CE desarrollarán una versión reducida de esta muestra (con dibujos preparatorios, pinturas relacionadas con el Guernica, una maqueta del pabellón español en la Exposición de París…) para que viaje a Colombia, México y Estados Unidos.

Entretanto, sabemos algo más: el Museo Reina Sofía no se plantea realizar una restauración del mural que conlleve una intervención estructural, pero sí estudia la eliminación del barniz que se le aplicó cuando viajó a España en 1981.

 

“Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica

MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS

c/ Santa Isabel, 52

28012 Madrid

Del 4 de abril al 4 de septiembre de 2017

 

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