El Greco: un hallazgo francés

El Grand Palais acoge su primera retrospectiva francesa

París,

En colaboración con el Louvre y el Art Institute of Chicago, donde esta exhibición podrá verse en la primavera de 2020, el Grand Palais de París presenta la primera retrospectiva francesa dedicada a El Greco, el pintor nacido en Creta que siguió primero la tradición bizantina, después perfeccionó su formación en Venecia y Roma y finalmente alcanzó su madurez artística en nuestro país, donde se instaló de manera definitiva en 1577 atraído por la posibilidad de trabajar con fecundidad en El Escorial.

Ya sabéis que sus planes primeros no salieron adelante: no llegó a convertirse en pintor de corte de Felipe II después de que su Martirio de San Mauricio (1580-1582) fuera rechazado por primar en esta obra los criterios puramente artísticos frente a la iconografía confesional que el monarca deseaba incorporar. Ya contamos en el rebobinador que decía el rey que los santos se han de pintar de tal modo que no le quiten a uno el deseo de rezar ante ellos.

Aquella frustración derivó en la profundización de la relación entre El Greco y Toledo, que tuvo como mayor manifestación el encargo de El entierro del Conde Orgaz por el párroco de Santo Tomé. Si en un principio la pintura del griego trajo a España el cromatismo de Tiziano, la audacia compositiva de Tintoretto y ciertos toques de contundencia heroica miguelangelesca, en la ciudad castellana abandonaría progresivamente las concepciones del Renacimiento romano para centrarse en el tratamiento de la luz y en sus connotaciones simbólicas.

La observación de la naturaleza era para él una base importante: terminó criticando a Rafael por tomar demasiados elementos de la Antigüedad clásica y a Miguel Ángel por su tratamiento poco diferenciador del cromatismo, pero consideró a Tiziano el pintor más importante de su tiempo, por “la gracia de sus colores” y su capacidad de imitar la naturaleza. También contradijo a Vasari cuando calificó el arte bizantino de tosco, situándolo por encima de Giotto, con quien el florentino equiparó el comienzo del Renacimiento y del arte moderno en general.

Fallecido solo cuatro años después de Caravaggio, hoy consideramos a El Greco el primer gran autor del Siglo de Oro. Para dar razón a su personalísimo estilo y a la osadía de su paleta se han generado infinitas teorías, desde la herejía al misticismo pasando por el astigmatismo, pero la realidad tiene más que ver con su deseo de encontrar un camino propio frente a sus maestros.

El Greco. San Martín y el pobre, 1597-1599. National Gallery of Art, Washington
El Greco. San Martín y el pobre, 1597-1599. National Gallery of Art, Washington

Además de repasar su trayectoria, la exposición del Grand Palais, que reúne cerca de 75 obras, hace hincapié en su posterior valoración crítica: cayó en un relativo olvido hasta su redescubrimiento a fines del siglo XIX e incluso su adopción por las vanguardias; se fijaron en su trabajo cubistas, expresionistas, vorticistas y abstractos, como señalaría Jean Cocteau.

También hará hincapié en sus referencias menos evidentes, como las de Pâris Bordone, de cuyas perspectivas arquitectónicas fue admirador, o Jacopo Bassano, que incidiría en sus claroscuros. Frente a los partidarios de la línea, con el citado Vasari al frente, abrazó la causa de los defensores del color.

Fue en sus primeros años italianos, entre 1567 y 1570, cuando transformó su escritura artística. Inspirándose en grabados, pero sobre todo en la observación directa y la intuición, dejó de atender a los iconos bizantinos para adherirse a las ambiciones del Renacimiento, y el tríptico de Módena, que se muestra ahora en París, da fe de esa conversión.

Además, sus dos Adoraciones de los Magos, llegadas del Museo Benaki y el Lázaro Galdiano, dan fe de la rapidez de su evolución hasta las primeras pinturas propiamente venecianas del autor, que abandonó la ciudad de los canales al no poder abrirse hueco en su competitivo mercado.

En sus comienzos romanos realizaría sobre todo obras en pequeño formato sobre madera, durante mucho tiempo su medio favorito (quizá por su evidente vinculación a los iconos que conocía bien). Para él fue un terreno ideal en el que perfeccionar su aprendizaje y experimentar con nuevas soluciones pictóricas; además, casi desconocido en Italia y apenas ducho en el fresco, no tenía acceso a encargos importantes ni a la realización de cuadros de altar. Las tablas devocionales y las pinturas de gabinete sí eran opciones abiertas.

De estos años romanos contemplaremos en Madrid su Piedad o La sepultura de Cristo, que podemos entender como respuestas críticas a Miguel Ángel; precisamente su actitud respecto a la obra del maestro de la Capilla Sixtina le llevó a ser expulsado del Palazzo Farnese en 1572. Ese mismo año, su nombre aparecería en los registros de la Academia de San Lucas, pero calificado, por error, como pintor de miniaturas. Aunque no lo era, nunca dejó de prestar atención a esos formatos íntimos y no dudó en representar al mismo  santo, patrón de los pintores, como iluminador.

Sí fue El Greco un extraordinario retratista, con sólida reputación como tal ya desde aquella etapa romana. En una carta de recomendación al cardenal Farnese, Giulio Clovio mencionó un autorretrato del cretense que había causado admiración y en este campo, como en el resto, evolucionó desde su estilo veneciano a otro más poderoso y personal, línea que continuaría en Toledo.

Como Venecia, la ciudad de los Papas también daría la espalda a El Greco; se ha dicho que por su carácter arrogante, pero no debemos subestimar las dificultades que encontraban entonces los pintores extranjeros. Sin apoyo, sin dominar el italiano e ignorando el fresco, no fue fácil asentarse, pese a su cercanía a distintos círculos académicos. Y España fue su Eldorado.

En 1577, firmó dos encargos con Diego de Castilla, decano de los canónigos de la Catedral toledana: el de El expolio de la sacristía y el del monumental retablo y los dos altares laterales de la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo; finalmente tenía la oportunidad de mostrar su talento. Poco después, en 1578-1579, pintaría para el rey La adoración del nombre de Jesús, todo un manifiesto devocional, y logró un éxito que, como dijimos, no pudo repetir con su más libre Martirio de San Mauricio. Y no hubo tercera oportunidad con el monarca.

Pero Toledo era entonces un gran centro artístico y cultural y El Greco logró allí el apoyo de una clientela alfabetizada y de espíritu humanista. La antigua ciudad imperial se convirtió en el marco, y casi en el personaje secundario, de muchas de sus composiciones, cuyos fondos muestran la Catedral, el Alcázar, el puente de Alcántara…

El Greco aprovechó este contexto favorable y pronto puso en marcha un taller para poder responder a encargos ordinarios mientras trabajaba en los más importantes. Hay que subrayar que las variaciones fueron fundamentales en su proceso creativo, pudiera ser que por herencia bizantina (en su arte era constante la repetición de prototipos) o por observar la práctica en los talleres venecianos. En cualquier caso, su arte parece estar animado por esa tensión permanente entre invención y variación: reelaboraba fórmulas y buscaba alternativas para alcanzar soluciones innovadoras y más refinadas. Aunque su imaginación fue fértil, también desarrolló su obra bajo una lógica autorreferencial que terminó dando lugar a un mundo creativo cerrado, retroalimentado y aislado.

Y la exhibición francesa también aborda el interés de El Greco por la arquitectura, la escultura y el dibujo. Admiró a Serlio y Palladio, a quienes conoció; de su biblioteca formaron parte los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio y, aunque nunca diseñó monumento alguno, sí modeló arquitecturas efímeras hoy desaparecidas, además de dibujar previamente los retablos que le habían sido encargados: el tabernáculo del Hospital Tavera es un ejemplo excepcional. Albergaría un conjunto de esculturas de las que solo se ha conservado un Cristo crucificado, testimonio de su hacer como escultor.

Sabemos, por otro lado, que El Greco jerarquizó al dibujo como la primera de las artes, aunque lo practicara mínimamente. Solo siete de ellos pueden atribuírsele sin duda: dos de su periodo italiano, correspondientes a meditaciones a partir de Miguel Ángel, que pueden verse al inicio de esta retrospectiva; tres preparatorios para el retablo de Santo Domingo el Antiguo toledano y dos vinculados a un encargo de Doña María de Aragón.

 

 

“Greco”

GALERIES NATIONALES DU GRAND PALAIS

3 Avenue du Général Eisenhower

París

Del 16 de octubre de 2019 al 10 de febrero de 2020

 

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