El Greco en la Frick Collection

Dore Ashton

El Greco, Detalles de los diferentes lienzos de la Expulsión de los ladrones del templo

El Greco, Detalle de dos de los lienzos de San Jerónimo
Lo bueno, si breve, dos veces bueno, dijo Baltasar Gracián, el penetrante autor de aforismos y crítico literario del barroco, muy admirado por Schopenhauer y conocido por Nietzsche. Quizás también fue conocido por el visionario británico del siglo pasado que llamó a su excéntrico libro Small is beautiful. Hombres sabios. ¿Pero quién escucha a los sabios?. Desde luego no la mayoría de los museos contemporáneos. Tan reacia como soy a inclinarme hacia los críticos académicos, debo reconocer que en algo tienen razón: la edad del Espectáculo (y ellos siempre lo deletrean con E mayúscula) se cierne sobre nosotros y, tal y como Nietzsche predijo, está siendo tristemente confundida con el arte. Pero afortunadamente no por la Frick Collection. En una espléndida y acertadamente pequeña exposición, El Greco: themes and variations, la Frick da cumplimiento a una de las funciones tradicionales del museo: presentar obras de arte de forma respetuosa (es decir, pensando en su contemplación), con la intención de fomentar la especulación inteligente. Con este objetivo el comisario invitado Jonathan Brown ha reunido obras relacionadas con dos de los Grecos que posee la Frick, el San Jerónimo y la Purificación del templo. En total pueden verse siete obras holgadamente instaladas en una única sala que desafía al visitante a examinarlas detenidamente y a imaginar lo que debió pasar por la mente del pintor a medida que revisaba sus temas a lo largo de su carrera profesional. En otras palabras, y para parafrasear a un pintor dadá, todo hombre es su propio historiador del arte. Pero eso no es todo. En la modesta publicación que acompaña a la muestra, por primera vez ajustada de precio, con lo que incluso los estudiantes universitarios podrán permitírsela, Brown investiga el enigma de El Greco, así como las circunstancias específicas de sus reiteraciones temáticas, de forma sucinta y cuidadosa, ofreciendo numerosas vías de aproximación al espectador interesado.

El Greco, Cristo purificando el Templo, c.1567-70. National Gallery of Art, Washington, Samuel H.Krees Collection Como él mismo afirma, Brown se abre paso con cautela a través del avispero de la historiografía de El Greco, entre los que defienden que El Greco pintaba exaltadas visiones comparables a las de Santa Teresa o San Juan, y los que insisten en sus ambiciones materiales y en su marcado individualismo. Brown evita predisponer a sus lectores, presentándoles en primer lugar las circunstancias objetivas que rodearon la carrera de El Greco: la forma en que funcionaba su taller de Toledo; pruebas de su personalidad litigante; así como la llamativa forma en que se reinventó a sí mismo a lo largo de distintas etapas. Solo después de una cuidadosa depuración del material objetivo llega Brown a añadir información importante de la historiografía reciente, información que confirma el que posiblemente sea su propio punto de vista. Resulta que El Greco ¡era un intelectual!La prueba radica en sus escritos, entresacados de sus copias anotadas de Vasari y Vitruvio, y en los que, escribe Brown, la premisa básica es que la pintura es una búsqueda intelectual basada en la imaginación, no en las reglas. Y lo mismo vale para la teoría de la espiritualidad y el misticismo. Siempre ha sido difícil para los historiadores del arte captar plenamente la inteligencia de los pintores esa inteligencia interna que se desarrolla en el acto de pintar y que entraña más cosas que las aprendidas referencias iconográficas. La desconfianza de Brown merece ser elogiada. Aún así, no se necesita mucha documentación para intuir el fino intelecto de El Greco. A uno le basta con mirar a sus amigos, y por encima de todos ellos a Luis de Góngora, con su marcada actitud experimental hacia la poesía. El Greco vivió en una época en la que los intelectuales y entre ellos por su puesto están incluidos los pintores jugaban fuerte. Protagonizaban ardientes disputas y se denunciaban unos a otros sin piedad. No debe por tanto extrañarnos que El Greco y Góngora encontrarán un terreno común frente a sus antagonistas. El Greco se mostraba orgullosamente consciente de sus tendencias rebeldes y tendía hacia los espíritus afines.

El Greco, Cristo expulsando a los cambistas del Templo, 1570-76. The Minneapolis Institute of Arts
Le debo al actor, director y traductor de Shakespeare, Eusebio Lázaro, que llamó mi atención sobre un intercambio de cartas entre El Greco y Góngora, el hecho de poder argumentar a favor de la conciencia de las innovaciones formales de El Greco. Parece ser que probablemente mientras se encontraba trabajando en El entierro del Conde de Orgaz en 1586, recibió una visita de Góngora y a continuación una carta en la que menciona haber estado observándole mientras trabajaba y haber aprendido más de esa experiencia que de lo que hubiera podido aprender jamás en ningún libro. Góngora se refiere también a una discusión que debieron tener en relación a la figura humana en términos de cilindros y esferas. Señala El Greco que una atmósfera de luz transforma hasta tal punto un cuerpo que el ojo no lo reconocería si no fuese gracias a la memoria. Y añade: Me complace, vuecencia, que pueda usted ver en mis lienzos las características escondidas para otros, que las encuentran caprichosas e inconexas. Esta casual alusión a la función de la luz y a su carácter distorsionante explicar la creciente audacia experimental de El Greco, perfectamente captada en la secuencia de variaciones de la Frick.

El Greco, Purificación del Templo, c.1600. The Frick Collection
Cualquiera que esté dispuesto a sumergirse en la exposición durante un tiempo puede extraer de ella su propia concepción de la trayectoria pictórica de El Greco, libre de las interferencias de lo que Frank Stella llamó conservadores empresariales. El pasado invierno Stella se manifestó en contra de las tendencias hacia la extravagancia que estaban arruinando las exposiciones de los museos que anunciaban el nuevo siglo. Su principal objetivo, como es natural, fue el Museum of Modern Art, donde se han formado tantas generaciones de artistas. Stella se sentía muy ofendido por la gratuita reestructuración de las colecciones y por la vulgaridad de lo que el Museo debía considerar como toques atrevidos, tales como poner junto a un bañista de Cézanne la fotografía de un niño escuálido a tamaño natural. Más allá incluso, el artista se encontraba comprensiblemente furioso con el hecho de que el museo hubiese permitido, o más bien invitado a Michael Craig Martín a usar obras maestras de la colección del museo como parte de una obra: Al participar clamó Stella- en el menosprecio de la propia colección del Museun of Modern Art, Craig Martín se ha convertido en el primer artista en dañar las grandes obras de un museo a petición del propio museo. Y añadió ¿Quién podía imaginar que una construcción de Picasso y una pintura de Malevitch terminarían como signos de puntuación en un diseño mural asistido por ordenador?. A través de los ojos de Stella, uno puede imaginarse al equipo esos joviales conservadores con inclinaciones empresariales que compiten con los artistas para llamar la atención del público, cómodamente sentado, según dicen que se hace en las reuniones de las grandes agencias publicitarias, y soltando su lluvia de ideas. Lo que sacan en limpio son provocadoras yuxtaposiciones en beneficio de lo que Stella llama el gimmick oriented public (algo así como el público receptivo a los trucos o artilugios).

Purificación del Templo, c. 1610-14. Archidiócesis Metropolitana Meritense, Parroquia de San Ginés, Madrid Aquello me recordó mi días de juventud en el New York Times, cuando el director me ordenó que escribiera un texto rabioso, algo, no importaba lo estúpido o gratuito que fuera, que despertara la controversia. La agudeza del discurso de Stella radica en su condenación del secreto motivo que mueve a tales prácticas capciosas: el negocio. El mercado se encuentra siempre con nosotros, y los críticos de las plataformas museísticas parecen haber sido silenciados por la magnitud de la influencia del mercado. Durante mucho tiempo las instituciones culturales han hecho un guiño a la taquilla, pero solo recientemente han alargado la mano descaradamente a los valores del mercado por encima de los valores artísticos, así ocurre en las instituciones de Estados Unidos (y por lo que me han dicho, también en Gran Bretaña): en las editoriales, el departamento de ventas decide lo que será publicado, e igualmente en las universidades, los directores son elegidos por su refinado talento para los negocios. No es necesario decir que no existe un mercado visible para la crítica.

El Greco, San Jerónimo, c.1595-1600. The Frick Collection Lo que me lleva hasta mi autor de aforismos del Siglo de Oro, Gracián. Sus observaciones, llenas de ingenio jesuítico, le granjearon el destierro a provincias, donde las autoridades de su colegio fueron advertidas: Obsérvenlo, manténgalo vigilado, cuando no se de cuenta rebusquen entre los papeles de su celda, y no permitan que guarde nada bajo llave. Eventualmente fue enviado a prisión y se le prohibió publicar. Pero el hombre sabía bien cómo funcionaba el mundo. Aprende a vender tus mercancías , escribió. Su valor intrínseco no es suficiente, ya que no todo el mundo examina los productos, ni mira en profundidad; la mayoría va allí donde va la multitud, y corre porque ve a los otros correr o Saca provecho de tu novedad, ya que mientras se te considere nuevo cotizarás alto puesto que la mediocridad novedosa es más querida que la perfección deteriorada. Y por tanto, al igual que Andy Warhol, nos advierte: date cuenta de que esta gloria de lo nuevo es efímera y que en cuatro días su aura se desvanecerá. Todo esto se ha repetido numerosas veces desde entonces, la mayoría de las veces con poco provecho. Los jugadores de este juego ridículo se están divirtiendo demasiado, y los críticos de este deporte han perdido su prestigio. Escuché el lamento de Stella cerniéndose sobre la ciudad durante aquella muestra exasperante, ¿pero quién le escuchaba?. Al fin y al cabo ellos simplemente eran artistas.

El Greco, San Jerónimo como erudito, c.1600-14. The Metropolitan Museum of Art, Robert Lehman Collection

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Frick Collection, Nueva York.
Comisario: Jonathan Brown.
Del 15 de mayo al 29 de julio de 2001.
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