Del Renacimiento a la simplificación: un tributo a Eduardo Rosales

El Museo del Prado conmemora el 150 aniversario de su muerte

Madrid,

Este año se cumplen 150 desde el fallecimiento, en 1873 y sin haber alcanzado las cuatro décadas, del pintor madrileño Eduardo Rosales, que se formó en su disciplina bajo la impronta del nazarenismo que entonces dominaba la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Enfermo de tuberculosis desde su infancia, sus inicios fueron difíciles: huérfano temprano y delicado de salud, sufrió además problemas económicos y sentimentales. Apoyado por amigos y compañeros, como Vicente Palmaroli y Luis ­Álvarez Catalá, pudo viajar a Italia en 1857, recalando en el camino en Burdeos y Nimes, donde quedó impresionado por las obras de temática histórica de Léon Cogniet y Paul Delaroche; ya en Roma, su centro de interés fueron los grandes del Renacimiento.

Una pensión del Gobierno, que obtuvo en 1860, le permitió realizar sus primeras obras importantes antes de regresar a Madrid. En 1865 pasó por París, junto a Martín Rico y Raimundo de Madrazo, y allí volvería en 1867, pero en los sesenta Roma sería fundamental para él: pudo trabajar en la entonces capital artística de Europa en numerosos dibujos y bocetos y proyectar cuadros antes de volver a instalarse en España en 1868, comenzando una etapa en la que recibió encargos aristocráticos, religiosos y gubernamentales, aunque también se interesó por tipos costumbristas y paisajes durante sus estancias en Panticosa o Murcia.

Figura fundamental de nuestra pintura decimonónica, desde sus primeras composiciones tendió a una monumentalidad historicista aunque sintética, como podemos apreciar en Tobías y el ángel (1860), de tonalidades frías en línea con el purismo romántico; en tipos populares como Ciocciara (1862), obra inacabada; o en retratos como el de Doña Maximina Martínez de Pedrosa, su esposa (1862), muy natural. Prosperaría su estilo a partir de la interpretación personal de los mitos pictóricos de su época, dentro de un academicismo internacional pero forjado en lo velazqueño, hasta que logró una autonomía plástica esencial que se hace patente en su retrato de Concepción Serrano, después condesa de Santovenia (1871), adquirido por la Fundación Amigos del Museo del Prado para el Museo en 1982.

Eduardo Rosales. Maximina Martínez de Pedrosa, 1860. Museo Nacional del Prado
Eduardo Rosales. Maximina Martínez de Pedrosa, 1860. Museo Nacional del Prado

Sus mayores reconocimientos dentro y fuera de España tendrían que ver, sin embargo, con su pintura de historia. En la Exposición Nacional de 1864 obtuvo una primera medalla por Doña Isabel la Católica dictando su testamento, imagen también premiada en la Universal de París de 1867 con la Legión de Honor. Repitió máximo galardón en 1871 por Muerte de Lucrecia, lienzo de pinceladas vibrantes, y en ese mismo género efectuó obras de menor formato, como Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste (1869).

Con motivo del citado aniversario, el Museo del Prado presenta en su sala 60 diecisiete obras del artista pertenecientes a sus fondos, algunas no expuestas habitualmente y otras incorporadas recientemente a su colección. Repasándolas podremos comprobar ese primer interés por el arte del Renacimiento derivado de su larga estancia romana, su atención a los pormenores del retrato y el paisaje y la cada vez mayor simplificación de sus pinturas de historia (El castillo de la Mota, La Sala de Constantino en el Vaticano) o las vinculadas a la literatura (Ofelia).

Eduardo Rosales en el Museo del Prado. © Museo Nacional del Prado.
Eduardo Rosales en el Museo del Prado. © Museo Nacional del Prado.

Constituyen estas piezas una selección del acervo que el Prado posee de Rosales, el más numeroso internacionalmente: consta de cien dibujos y veintiséis pinturas de las que once, lienzos de historia incluidos, pueden admirarse normalmente en la sala 61B; se completan con El Salón del Prado y la iglesia de San Jerónimo, que se muestra en la sala 101. En esta exposición selecta, estos trabajos pueden disfrutarse, como decíamos, junto a los recibidos a través de donaciones y legados en los últimos años y a piezas que habitualmente no pueden verse en la colección permanente de la pinacoteca, muchas restauradas para la ocasión.

Hay que subrayar que el legado de Carmen Sánchez permitió adquirir y recuperar dos obras de pintura de historia en paradero desconocido hasta hacía unos años: Doña Blanca de Navarra entregada al captal de Buch y La reina doña Juana en los adarves del castillo de la Mota, así como el estudio, también poco conocido, de la Sala de Constantino en el Vaticano, preparatorio para la citada Presentación de Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste. Además, pudo comprarse el boceto de su último gran cuadro de historia, el también mencionado La muerte de Lucrecia. Entre las donaciones recientes pueden recordarse, asimismo, las de un paisaje y el retrato de María Isabel Manuel de Villena, IX condesa de la Granja de Rocamora, que se exponen ahora por primera vez.

Eduardo Rosales. Ofelia, hacia 1871. Museo Nacional del Prado
Eduardo Rosales. Ofelia, hacia 1871. Museo Nacional del Prado
Eduardo Rosales. El castillo de la Mota (Medina del Campo) , hacia 1872. Museo Nacional del Prado
Eduardo Rosales. El castillo de la Mota (Medina del Campo) , hacia 1872. Museo Nacional del Prado

 

 

“Eduardo Rosales (1836-1873) en el Museo del Prado”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Paseo del Prado, s/n

Madrid

Del 3 de julio de 2023 al 29 de enero de 2024

 

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