En este recién estrenado 2024 se cumplen dos siglos y medio del nacimiento de Caspar David Friedrich en Greifswald, ciudad entonces danesa y hoy alemana desde la que prácticamente no viajó. Allí creció en una familia modesta, numerosa y muy religiosa; después se formó en Copenhague y muy pronto se interesó por el paisaje desde una perspectiva panteísta, identificando la naturaleza con Dios. El diálogo íntimo con ella era para él un camino para acercarse a lo divino.
En esa época, una revolución religiosa afectaba al mundo protestante: se desarrollaba el pietismo, una visión de la religión desde un enfoque sentimental y subjetivo que generaría interpretaciones nuevas de la fe. Frente a la desnudez austera de los templos protestantes y el puritanismo anterior, los pietistas deseaban hallar renovadas imágenes devocionales y las encontraron justamente en el paisaje, en el que vieron, igualmente, la identidad de lo sagrado.
Estos puntos de vista despertaron mucho interés en Friedrich, quien tuvo un éxito precoz como pintor. El momento álgido de su producción tuvo lugar hacia 1810 y fue decayendo hasta los treinta; siendo coherente con sus creencias, vivió apartado, en buena medida, de la sociedad, y dedicó su obra, casi por completo, al paisaje, representando con ensimismamiento los que conocía bien y recuperando, en ocasiones, la influencia del gótico germano que reivindicaban otros artistas románticos y también Goethe.
Si su Monje en la orilla del mar vino a definir una línea espiritual en el arte contemporáneo (en Rothko hay algo de ese cielo y esa arena), varios de sus trabajos hicieron hincapié en la esperanza espiritual que podía surgir de los antes temidos inviernos y sus habituales ruinas, al igual que sus túmulos, introdujeron reflexiones elegiacas, ligadas a la presencia de la muerte en la naturaleza. El caminante sobre el mar de nubes (1818) es otra de sus composiciones que son pura metáfora: no va vestido como un alpinista, está de espaldas, mira la tierra a sus pies y ejemplifica la contemplación solitaria. En línea con los filósofos románticos alemanes, como Novalis, y con otros artistas coetáneos, como Runge, su figura unida al entorno proyecta lo absoluto y encarna un estado en el que se alcanza la unidad de la naturaleza y el espíritu en la divinidad.
Greifswald, como dijimos, siempre lo inspiró: no fue solo su lugar de nacimiento, allí recibió bautismo, tomó sus primeras lecciones de arte y a este lugar regresó después de su citada estancia formativa en Copenhague y tras residir un tiempo en Dresde. Por eso este enclave, situado junto al mar Báltico, acogerá las principales citas que conmemorarán este aniversario, cuya ceremonia de apertura tendrá lugar el 20 de enero en la Catedral de San Nicolás, templo donde, desde el próximo abril, podremos contemplar vidrieras diseñadas por Olafur Eliasson recreando el espectro cromático propio del pintor.
Pero el eje de la programación del centenario serán las muestras que acogerán el Pomeranian State Museum, el CDF Centre y St. Spiritus. El primero nos ofrecerá desde abril “Lifelines”, que desplegará casi al completo el acervo que de Friedrich posee ese museo (seis pinturas y cerca de sesenta dibujos y grabados, además de préstamos, cartas y material de archivo, incluyendo la partida de bautismo del pintor). Nos permitirá rastrear esta exposición la evolución de este autor desde sus primeras incursiones sobre papel hasta sus lienzos últimos.
En agosto llegará a ese espacio “Places of Longing”, que permitirá contemplar, por primera vez en la ciudad de Friedrich y durante siete semanas, la obra Rocas cretáceas en Rügen, actualmente custodiada en la Fundación Oskar Reinhart de Winterthur, junto a piezas también esenciales como Puerto de Greifswald y Las ruinas de Eldena en las montañas gigantes. En este trabajo el artista se autorretrató asomándose al abismo, junto a su mujer, Caroline Bommer, que señala a las profundidades, y a su hermano, apoyado en un árbol contemplando el horizonte; tela muy dramática, en ella se establece un paralelismo entre quienes contemplan el paisaje y los veleros: el peregrinaje de estos simboliza el camino de la vida humana. Por último, y desde octubre, la exhibición “Hometown” también llevará a Pomerania una obra que habitualmente no puede admirarse allí, sino en Hamburger Kunsthalle: Prados cerca de Greifswald; será el centro de un recorrido que pondrá luz a los lazos del pintor con el lugar donde nació y que contará con dibujos preparatorios, vistas de la ciudad a cargo de sus contemporáneos y una instalación relativa a esas praderas.
En cuanto al Caspar David Friedrich Centre, albergará desde mayo “The hidden life of pictures”, un acercamiento a su trayectoria vital a partir de determinadas obras en diversas técnicas, y el St. Spiritus Centre, ya desde junio, analizará en otro montaje sus amistades y a quienes atesoraron sus piezas, haciendo hincapié en la figura de su primer profesor de arte, Johann Gottfried Quistorp.
Más propuestas llegarán en verano: como parte del festival de música clásica Festspiele, podremos escuchar una pieza compuesta específicamente para este aniversario por Christian Jost, y titulada The Sea of Ice (será el 26 de julio en la Catedral) y, el 31 de agosto, en las mencionadas ruinas de la abadía de Eldena, llevará a cabo un concierto inspirado en sus representaciones románticas por Friedrich Martin Kohlstedt, a medio camino entre el piano clásico y los sonidos electrónicos. Por último, el 5 de septiembre, habitantes y visitantes de Greifswald están invitados a sumarse a una fiesta de aniversario, Cake for Caspar, en la que habrá teatro, música y pasteles.
Y Greifswald no será el único escenario alemán de este aniversario: en Hamburger Kunsthalle podemos disfrutar, desde el pasado diciembre y hasta abril, de “CASPAR DAVID FRIEDRICH. Art for a New Age”, una retrospectiva que reúne sesenta de sus pinturas, algunas icónicas, y un centenar de sus dibujos, junto a trabajos de una veintena de autores contemporáneos que también han ahondado, desde sus distintas perspectivas y prestando atención a los desafíos del cambio climático, en la relación entre el ser humano y el paisaje. El genio alemán se codea aquí con Ann Böttcher, Elina Brotherus, Julian Charrière, David Claerbout, Mari Eastman, Olafur Eliasson, Jonas Fischer, Alex Grein, Swaantje Güntzel, Jochen Hein, Nina K. Jurk, Johanna Karlsson, Hiroyuki Masuyama, Lyoudmila Milanova, Andreas Mühe, Mariele Neudecker, Ulrike Rosenbach, Susan Schuppli, Santeri Tuori y Kehinde Wiley.
Por su parte, la Alte Nationalgalerie de Berlín y la Staatliche Kunstsammlungen de Dresde dedicarán cada una una exposición temática a este autor: la primera exhibirá, de abril a agosto, sus paisajes infinitos de cuidadas atmósferas, como Monje junto al mar y Abadía en el bosque de robles, e incidirá en el rol de este museo en la recuperación crítica de Friedrich a principios del siglo XX; la segunda subrayará su relación con Dresde, donde residió varias décadas y participó de los debates del arte de su tiempo; su subjetividad radical y su precisión en los detalles. Esta última se inaugurará en agosto.
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