Junto a su extensa retrospectiva de Chagall “Un grito de libertad“, la Fundación MAPFRE abre al público mañana en Madrid la antología de un fotógrafo que, como el pintor de origen ruso, vivió la mayor parte del siglo XX (de 1918 a 2002), conoció de primera mano sus conflictos y convirtió su trabajo en un conjunto de miradas humanistas sobre muy diferentes individuos en contextos también dispares; como subrayó ayer Nadia Arroyo, directora de esta institución, sus obras son francas y directas y apelan a nuestro subconsciente sin querer explicar ni seducir.
Christer Strömholm, hoy considerado uno de los padres de la fotografía en Suecia, nació en Estocolmo, en el seno de una familia burguesa en cuyos ambientes afirmaría con el tiempo haberse sentido atrapado. Cuando se suicidó su padre, militar de oficio, teniendo él dieciséis años, decidió comenzar a viajar por el mundo, y se formó en arte y pintura en Dresde, París, y de nuevo en Estocolmo, pero lo cierto es que el peso de esa muerte tan cercana nunca lo abandonó. Entre sus destinos también se encontró España: recaló en nuestro país en 1938, y es posible que fuese aquí donde despertó su conciencia política: trabajó como correo entre España y Francia por mediación de algunos voluntarios suecos al servicio de la República, para después alistarse en el ejército finlandés que combatió a Rusia en la llamada Guerra de Invierno y, aún más tarde, apoyar a la resistencia noruega frente al nazismo.
Finalizada la II Guerra Mundial se estableció en un primer momento en París, donde ingresó en la Académie des Beaux-Arts y pudo conocer a Cartier-Bresson, Boubat y Brassaï; veremos que este último influyó de forma bastante directa en alguna de sus imágenes, en cuanto a puntos de vista de escenas urbanas, querencia por el lenguaje de las paredes marcadas por el tiempo y miradas a las parejas al calor de los bares y la noche. No mucho más tarde se unió al colectivo Fotoform, tras conocer a su fundador Otto Steinert, pero su pertenencia a él no sería demasiado extensa: no le interesaba la experimentación técnica, sino los contenidos de su producción.
En los años siguientes se trasladó a Japón, India, Kenia o Estados Unidos, donde llevó a cabo parte de su obra más celebrada, y también, nuevamente, a España: como guía turístico y acompañado del poeta Lasse Söderberg, queriendo seguir en parte los pasos de Buñuel. Por su objetivo no pasaron zonas monumentales, sino áreas olvidas, y retrató sobre todo a niños, dignificados más allá de su pobreza; también a algunos artistas, como Antonio Saura, al que visitaron en Cuenca, y Duchamp, a quién conoció en Cadaqués cuando buscaba a Dalí. Aquel periplo se materializaría en el libro Viaje en blanco y negro; después publicaría Poste restante.
Muy involucrado en los debates sobre la enseñanza de la fotografía en su país, dirigió durante una década la escuela de fotografía de Estocolmo, donde estudiaron algunos de los autores más relevantes de Escandinavia; el reconocimiento de su trabajo, en todo caso, no llegó hasta 1986, a raíz de la presentación de la muestra “Nueve segundos de mi vida” en el Moderna Museet (once años más tarde recibiría el Premio Hasselblad). Las razones de la espera tendrían seguramente que ver con su defensa de una imagen subjetiva y existencial cuando prevalecía una fotografía mucho más fría, con pretensión de objetividad.
No es difícil adivinar que con sus modelos entabló relaciones de cercanía y comprensión, pero no sabemos mucho de ellos más allá de sus nombres, a veces. Uno de los apodos de Strömholm era El secreto, y él mismo dio alguna pista, en Poste restante, sobre las razones de su silencio habitual, aludiendo a la Segunda Guerra Mundial: Después de un periodo tan infernal, tiendes a aislarte mucho, a no soltar prenda. Ni siquiera delante de tu círculo más cercano, de la gente con la que te relacionas íntimamente, son muchas las confidencias que salen de tus labios. Te conviertes en un charlatán, alguien que cuenta anécdotas entretenidas, que anima las veladas, pero nunca revelas realmente nada.
La antología de la Fundación MAPFRE se inicia con las obras que realizó desde 1950 junto a Fotoform, aquel colectivo centrado en la experimentación formal y el estudio de las posibilidades expresivas de la fotografía que alumbró un método al que ellos mismos se refirieron como foto subjetiva. Allí aprendió Strömholm el procedimiento de la doble exposición, y su inmersión en este grupo le ayudó además a definir los que serían sus objetivos desde entonces, por más que, como dijimos, lo abandonara años después.
Un segundo capítulo recoge una selección de sus imágenes para Poste restante, relativas a los viajes que realizó entre 1947 y 1960 y muchas de ellas ligadas a sus recuerdos de infancia y juventud: a la separación de sus padres, la muerte y la guerra. Poéticas, se basan a menudo en la oposición de dualidades, contienen visiones de la vida, quizá reflexiones sobre la condición humana, y resultan fácilmente conmovedoras.
Un apartado importante de la obra del sueco y de la muestra de la Fundación MAPFRE lo constituyen, asimismo, las fotografías que dedicó a las transexuales que conoció en Pigalle, en torno a la place Blanche: muchas de ellas trabajaban en cabarets y se prostituían ante la falta de oportunidades laborales; Strömholm se adentró en el hotel donde residían y captó su vida nocturna. Dado que todas sabían a qué se dedicaba, nunca trabajó a escondidas; tampoco se valió de luces diferentes a las existentes, teniendo preferencia por los neones. Estos retratos, reunidos en 1983 en el libro Las amigas de la place Blanche, hablan del deseo de autoexpresión de sus protagonistas.
Se cierra esta retrospectiva con sus imágenes parisinas y españolas, no melancólicas ni anecdóticas, sino líricas y directas. En la capital francesa fotografió a un buen número de artistas para periódicos suecos y brasileños, de Le Corbusier a Giacometti pasando por Breton y Tàpies, con cuya obra además se familiarizó. Hablando de Breton, compartió Strömholm con los surrealistas su gusto por crear encuentros descontextualizados de objetos encontrados y por el fragmento; alguna de sus composiciones podrá recordarnos las muñecas de Bellmer. En cuanto a su obra en nuestro país, se fijó, como avanzamos, en los ambientes urbanos menos trillados: prostitutas, guardias civiles, marines, sacerdotes y, sobre todo, niños íntegros pese a sus dificultades, que quizá le trajeran algún recuerdo propio.
Christer Strömholm
FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 2 de febrero al 5 de mayo de 2024
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: