La Pedrera y las décadas abstractas

La Fundación Catalunya La Pedrera repasa los caminos de este movimiento en España

Barcelona,
Mark Rothko. Sin título, 1969. Museo Universidad de Navarra © 1998 Kate Rothko Prizel and Christopher Rothko/VEGAP/Barcelona, 2022
Mark Rothko. Sin título, 1969. Museo Universidad de Navarra © 1998 Kate Rothko Prizel and Christopher Rothko/VEGAP/Barcelona, 2022

Corría 1966 cuando, tras un lustro de preparaciones y negociación, se inauguraba oficialmente el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca a partir de la colección de Fernando Zóbel. Las más de 250 obras de 87 artistas que conformaban sus fondos, pertenecientes a la generación abstracta española de los cincuenta, se exhibirían en adelante en rotación en sus salas y ese mismo año Alfred H. Barr, fundador y primer director del MoMA neyorquino, fue nombrado su conservador honorario.

Mientras ese centro revisa ahora su historia a partir de testimonios audiovisuales, en la exposición “Las memorias. Una historia oral del Museo de Arte Abstracto Español”, la Fundación Catalunya La Pedrera presenta con su colaboración la colectiva “Los caminos de la abstracción, 1957-1978”, un repaso al desarrollo de la no figuración en España en esas dos décadas en diálogo con autores representativos de esta corriente en el ámbito europeo y estadounidense: pinturas de Antoni Tàpies, Antonio Saura, Rafael Canogar, Pablo Palazuelo, Millares, Cuixart, Tharrats, Guinovart, Ràfols-Casamada o José Guerrero conviven en el edificio de Gaudí con obras de Mark Rothko, Alberto Burri, Willem de Kooning, Hans Hartung, Jean Dubuffet, Helen Frankenthaler o Jackson Pollock.

Es interesante, por eso, enlazar también este proyecto con alguna otra muestra de la Fundación March, como “Lo nunca visto. De la pintura informalista al fotolibro de postguerra (1945-1965)”, que analizaba un tiempo inmediatamente anterior al de la actual desde un enfoque, asimismo, europeo y americano. A la hora de profundizar en el desarrollo de la abstracción en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial es inevitable incidir en el peso del horror que la contienda trajo; más allá del lema de Adorno sobre lo que la poesía tiene de barbarie después de Auschwitz, la disolución de las formas entre los participantes en el informalismo tiene mucho de representación de un duelo colectivo.

En Estados Unidos, envuelto en la guerra pero no en territorio propio, se daría la reacción paralela del Expresionismo Abstracto, con otras connotaciones respecto al informalismo europeo, como la búsqueda de la identidad del individuo en una naciente sociedad de consumo. Las dos corrientes no solo no se contraponen, sino que yuxtapusieron mutuamente sus experiencias, y como bien apuntó el coleccionista Jean-Claude Gandur las obras americanas contienen un claro espíritu europeo derivado de la influencia de Masson, quizá menos recordado hoy de lo que se debiera como enlace entre pintores de ambos lados del Atlántico en este periodo.

A los expresionistas abstractos les interesó mucho, en general, el mito del pionero, con sus implicaciones de soledad, dureza y énfasis en el proceso creativo. Decimos en general porque su producción no obedece a un estilo unitario: define al movimiento su afirmación del individuo y del carácter expresivo del arte y agrupa, en realidad como el informalismo, búsquedas personales, más que colectivas, en torno al signo gráfico (trazo o mancha) y en torno a la materia. Subrayaron la materialidad del cuadro como superficie, dejando a un lado atisbos de ilusionismo en cuanto a perspectiva y en cuanto a representación de otra realidad que no sea la del propio trazo o materia.

Por tanto, mantuvieron estos autores el principio de la sola pintura y la creencia en el artista como individuo que se expresa a través del plano pictórico, el gesto y la acción física: entendieron su disciplina como fruto de una experiencia dramática en la que el creador, desalentado por un contexto histórico perturbador, se refugia en su interior y abandona referencias externas. Rechazaron las formas para adoptar manchas, arenas, goteos… convirtiendo el proceso artístico en un rito sustancial y la pintura en un lugar durante ese proceso, y en huella o documento del mismo más tarde.

El informalismo europeo, del que bebió el español, también tuvo, como decíamos, mucho de arte de supervivencia, a la intemperie, y significó en buena medida el canto de cisne de París como capital artística internacional. Íntimo, al modo de un grito silencioso, fue además un movimiento cosmopolita que reunió a creadores de diferentes procedencias: fuera de Centroeuropa destacaron los pintores y fotógrafos checos, así como autores españoles que trabajaron entre los cincuenta y los setenta y cuya obra, como en esta exposición catalana veremos, tenía una genealogía continental y en muchos casos representó un medio para escapar del control ideológico en la etapa franquista.

El goce estético perdió relevancia en favor de imágenes que debían hacer frente a la cuestión del vacío ante la falta evidente de referentes tras quedar relegados los propósitos transformadores de las vanguardias anteriores a los treinta. El recurso único de los informalistas sería lo subjetivo, irracional e inmediato, las verdades innegociables que habían de imponerse como forma de relación con uno mismo y con el entorno. De este, claro, les importaba lo más humilde y hasta entonces despreciable: se propone una aproximación a lo más profundo desde el deseo de hacerlo emerger.

Vista de la exposición "Los caminos de la abstracción, 1957-1978". Sala de Exposiciones de La Pedrera
Vista de la exposición “Los caminos de la abstracción, 1957-1978”. Sala de Exposiciones de La Pedrera

¿Y en el caso español? En torno al Museo de Cuenca afirmarían sus búsquedas de libertad personal y cosmopolitismo un nutrido grupo de autores y, de hecho, este fue un momento especialmente fructífero en la gestación de colectivos; Pórtico y Altamira fueron de los más tempranos. Entre los presentes en la exposición destaca Dau al Set, creado por Brossa y Ponç y al que después se unirían Tharats, Cuixart, Arnau Puig, Cirlot o el mismo Tàpies; transitaron desde el surrealismo y sus automatismos a la abstracción matérica (después llegarían la gestual, la geométrica, la lírica).

Millares impulsaría LADAC (Los Arqueros del Arte Contemporáneo) que, como Altamira en torno a Goeritz y Santillana del Mar, encontró en las imágenes prehistóricas y en creaciones aborígenes los inicios del espíritu abstracto, y Sílex trató de enlazar las inquietudes de los artistas españoles con las de autores internacionales, prestando atención también a esa querencia primitivista. Lo iniciaron en 1955 Guinovart, Hernández Pijuán, Planell, Terricabras, Rovira Brull y Alcoi, que compartían más actitudes que líneas de trabajo.

Dos años después surgiría El Paso, el colectivo más importante de la vanguardia de posguerra en nuestro país. Arrancó de la mano de Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manolo Millares, Manuel Rivera, Antonio Suárez, Antonio Saura y el escultor Pablo Serrano, junto a los críticos José Ayllón y Manolo Conde, y se incorporaron más tarde Martín Chirino y Manuel Viola. Manteniendo sus personalidades, dieron forma entre todos al lenguaje, abstracto e informalista, que definió el panorama español en los cincuenta y sesenta. Por su parte, Parpalló -colectivo en el que llegaron a integrarse Salvador Soria, Manolo Gil, Monjalés, Eusebio Sempere, Amadeo Gabino, Balaguer y Andreu Alfaro- introdujo el informalismo en la Comunidad Valenciana.

Coincidiendo con los trabajos de renovación de la climatización del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, la Fundación Juan March viene llevando esta exposición, adaptada a los contextos locales, a cuatro espacios: el Centro José Guerrero de Granada, donde pudo verse hasta septiembre; la citada Pedrera, el Meadows Museum de Dallas y el Ludwig Museum Koblenz (a estos últimos llegará en 2023). En paralelo a la muestra barcelonesa, comisariada por Manuel Fontán del Junco, Sergi Plans y Marga Viza, la Fundació Suñol nos enseña obras de Elena Asins, Pablo Palazuelo y Fernando Zóbel procedentes también  de los fondos March, junto a trabajos de artistas de su colección, como Susana Solano y Josep Guinovart.

Y, además, el Gran Teatre del Liceu acoge un recital de Pierre-Laurent Aimard; la Biblioteca de Catalunya exhibe piezas abstractas de artistas de esta comunidad, la Filmoteca proyecta experimentaciones con abstracción en movimiento; Foto Colectania expone a Perejaume y la ESMUC y la Fundació Antoni Tàpies harán dialogar a este último con piezas musicales.

Conoced aquí todas las actividades: www.lapedrera.com

Pablo Palazuelo. Omphale V, 1965-1967. Colección Fundación Juan March, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca
Pablo Palazuelo. Omphale V, 1965-1967. Colección Fundación Juan March, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca

 

“Los caminos de la abstracción, 1957-1978”

FUNDACIÓ CATALUNYA LA PEDRERA

Paseo de Gracia, 92

Barcelona

Del 29 de septiembre de 2022 al 15 de enero de 2023

 

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