La Fundación MAPFRE estrenó en octubre KBr, su nuevo centro de la imagen en Barcelona, con sendas antologías dedicadas a Bill Brandt y Paul Strand; la primera acaba de recalar en sus salas de Recoletos y, a su vez, es la primera retrospectiva que llega a nuestro país dedicada al fotógrafo de Hamburgo. Nació allí, en Alemania, en 1904 y en una familia de origen ruso, pero vivió en Viena y París antes de decidir establecerse en Londres en 1934.
Era una etapa, aquella, caracterizada por un rechazo creciente a lo alemán (tras la irrupción del nazismo y en los prolegómenos de la guerra) y Brandt buscó opacar huellas de su origen germano, llegando a identificarse como británico e incluso a cambiar su nombre. Ese deseo de ocultación y su esfuerzo por forjarse una personalidad ajena a su pasado tienen mucho que ver con la atmósfera cercana al enigma que puebla sus trabajos, muchos dedicados a Gran Bretaña, pero más cercanos en principio a la visión idealizada que cultivó del país en su infancia y juventud (a través de lecturas y relatos orales) que a la Inglaterra que conoció después.
Parece que fue en sus estancias en varios sanatorios suizos, a los que su familia lo envió para recuperarse de su tuberculosis, donde Brandt comenzó a interesarse por la fotografía, y también por la literatura (leyó a Dostoievski, Flaubert, Kafka, Maupassant, Hemingway y Dickens). En Austria se trataría de esta enfermedad por la vía del psicoanálisis y el surrealismo, o el postromanticismo, son también influencias patentes en su producción, que puede suscitar en el espectador una mezcla paradójica de atracción y rechazo que el comisario de la exhibición, Ramón Esparza, vincula con el concepto de unheimlich manejado por Sigmund Freud.
El término lo asociamos a lo extraño o lo siniestro; a lo que, según Eugenio Trías, constituye condición y límite de lo bello, y también esa noción forma parte intrínseca de tantas obras surrealistas que Brandt pudo conocer en París, donde el fotógrafo vivió al principio de la década de 1930 y donde trabajaría como asistente de Man Ray. No formó parte activa de esa vanguardia, pero sí se imbuyó de sus ideas y sus imágenes de entonces pueden entenderse como un catálogo de asuntos abordados por el psicoanálisis.
La mayor parte de estos trabajos, y también de los posteriores a la guerra, que podemos considerar más puramente artísticos, contienen tanto un potente fondo poético como un halo de misterio que era común a su vida, marcada también por la extrañeza ante lo que ocurría en su país y por el deseo de no generarla, en torno a sí, fuera de él.
Son 186 las obras ahora reunidas por la Fundación MAPFRE ahora en Madrid, todas positivadas por Brandt en sus cinco décadas de carrera: reportajes sociales, retratos, desnudos y paisajes. Se estructuran en la muestra en seis secciones, junto a escritos, cámaras de fotos que el artista utilizó y diversa documentación, incluyendo una significativa entrevista que ofreció a la BBC en 1983 y publicaciones ilustradas.
Entre sus imágenes más tempranas en la exposición encontraremos el elogiado retrato del poeta Ezra Pound que realizó en Viena (1928) o Globo sobrevolando las afueras del norte de París (1929), bajo el aura del psicoanálisis (Freud consideraba el globo un símbolo de masculinidad). Sus fotografías parisinas compartían estética con las del flàneur Atget, su declarado referente: ofrecía Brandt estampas callejeras e inquietantes visiones nocturnas.
Viajó a Hungría o España y fotografió asimismo sus ciudades (junto a su pareja Eva Boros, también fotógrafa) antes de establecerse definitivamente en Londres, donde se convirtió a sí mismo en un secreto. Decía su biógrafo, Paul Delany: Bill Brandt fue un hombre que amaba los secretos y los necesitaba. La cara que presentaba al mundo era la de un caballero nacido en Inglaterra, alguien que fácilmente podía armonizar en las carreras de Ascot que tanto le gustaba fotografiar. Una fachada que defendería con todo tipo de mentiras si fuese necesario (…). Hoy, mucha gente está dispuesta a descubrir sus raíces para poder entender y crear su propia identidad. Pero Brandt hizo exactamente lo contrario: enterró su verdadero origen y se presentó a sí mismo como una persona completamente distinta de la que había sido, de hecho, durante los primeros veinticinco años de su vida.
Su primera obra británica mostró las desigualdades sociales del país: se trata de retratos de familias pudientes o humildes en sus momentos de ocio, contraponiendo unos y otros en libros como The English at Home -también la Fundación exhibe unos y otros en contraste-. Después publicaría A Night in London, su réplica a Paris de Nuit de Brassaï e, iniciada la II Guerra Mundial y por encargo del Ministerio de Información, llevaría a cabo dos de sus series más célebres: una dedicada a las estaciones de metro convertidas en refugios; otra, al Londres fantasmal de la superficie, la sombra de lo que fue, durante los bombardeos. Las pasadas diferencias de clase quedaban ahora diluidas ante la amenaza común, pero incluso en aquellas circunstancias era posible el humor: retrató Brandt a un individuo durmiendo plácidamente en un ataúd durante uno de esos ataques.
Fue en 1943, año en que comenzó a trabajar en la edición americana de Harper’s Bazaar, cuando se inició profesionalmente en el género del retrato, en el que fue especialmente prolífico (llevó a cabo en torno a cuatrocientos). En ellos buscaba, sobre todo, la captación de la psicología del modelo y estos fueron, muy a menudo, intelectuales, de E.M.Forster a Graham Greene pasando por Barbara Hepworth y Picasso: Un retrato no debe ser solo una imagen, sino un oráculo que uno interroga, y la meta del fotógrafo debe ser encontrar una semejanza profunda que, física y moralmente, sugiera algo del futuro del sujeto; el fotógrafo tiene que esperar hasta que en la expresión del retratado ocurra algo intermedio entre el sueño y la acción.
En cualquier caso, estas obras dejaron especialmente patente su evolución: avanzó hacia la distorsión del espacio (Francis Bacon en Primrose Hill, Londres, 1963) y, bajo la impronta del surrealismo, dedicó una serie a los ojos de autores como Henry Moore, Georges Braque o Antoni Tàpies, potentes símbolos de sus visiones del mundo.
Nunca dejó de lado el retrato, pero progresivamente ganaron espacio en su trabajo los paisajes, con los que buscaba suscitar en el espectador respuestas emocionales. Nuevamente, más que aspirar a su representación fiel, deseaba capturar esencias, atmósferas (Hail Hell & Halifax, Río Cuckmere). Lo lograría sobre todo en sus imágenes de tumbas y cruceros y bajo la influencia de la tradición pictórica y literaria británica.
En el desnudo, el otro género clásico en el que se sumergió Brandt, nos brindó sus obras más logradas desde 1944, sirviéndose de una vieja cámara de placas a la hora de conceder tono onírico a los espacios cotidianos. Entre sus imágenes más bellas se encuentran las que realizaría en los cincuenta en las playas del canal de Mancha, adonde había acudido para retratar a Braque.
Quiso captar partes del cuerpo femenino como si se tratara de las mismas piedras junto al mar, con un discurso formal en el que conjugaba lo duro y lo blando, el frío y el calor, alcanzando distorsiones enriquecedoras en sus motivos originales, que parecen disolverse en favor de la poesía. Ya a fines de los setenta, regresaría a este género desde un enfoque más violento, que parecía subrayar la incomodidad del autor respecto a una sociedad o un tiempo que quizá ya no sintiera propios.
La última sección de la muestra, “Elogio de la imperfección”, hace hincapié en sus procesos de trabajo, a los que Brandt también imprimió un sello muy personal: Considero esencial que el fotógrafo haga sus propias copias y ampliaciones. El efecto final de la imagen depende en gran medida de esas operaciones, y solo el fotógrafo sabe lo que pretende. Se preocupó del revelado de sus imágenes analógicas y por el control de las fotografías finales, en largas horas en el laboratorio. También empleó, desde sus inicios, numerosos recursos artesanales: pinceles, raspadores u otros útiles acentuaron el cariz inquietante de su obra.
Obra que viajará, por cierto, tras esta exposición madrileña, al Kunstfoyer Versicherungskammer Kulturstiftung de Múnich y el FOAM de Ámsterdam.
Bill Brandt
FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 3 de junio al 29 de agosto de 2021
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