Zuloaga antes, durante y después de Zuloaga

Bilbao le dedica una gran retrospectiva hasta octubre

Bilbao,

Nació en Eibar en 1870, por cronología y por sintonía argumental perteneció a la Generación del 98 (fue el pintor más admirado por sus intelectuales y amigo de muchos de ellos, como Unamuno, que sería su gran defensor) y con Zuloaga alcanzó su plenitud pictórica el concepto de la España negra, aunque también desplegara ligereza y vanguardia durante su estancia en París, donde se consagró antes que en nuestro país como artista cosmopolita.

Ignacio Zuloaga. Mujer de Alcalá de Guadaíra, 1896. Museo Ignacio Zuloaga, Castillo de Pedraza
Ignacio Zuloaga. Mujer de Alcalá de Guadaíra, 1896. Museo Ignacio Zuloaga, Castillo de Pedraza

Allí también entabló relación con Degas y Rodin, alcanzando un éxito internacional que siempre lo acompañó en vida, aunque su interpretación personal y a menudo inquietante de lo español produjera reacciones ambivalentes de seducción y rechazo.

En su camino hacia la madurez, el estilo de Zuloaga ganó naturalismo bajo la influencia de Manet, que interesó al español (entre otras razones) por su querencia por El Greco y Velázquez, en quienes él también se fijó para abordar en su obra asuntos “españoles” conforme a los modos tradicionales de nuestra pintura; Goya y Ribera serían otras figuras de referencia.

A Zuloaga le debemos la reivindicación pictórica de Castilla, paralela a la literaria y ensayística llevada a cabo por Azorín o el citado Unamuno y planteada, como la de estos autores, desde una introspección a la vez geográfica y creativa. Cuando los pueblos y ciudades, su gente y sus paisajes, no eran el centro de su trabajo, retrataba a personajes sugestivos e inquietantes, como La Celestina o La gitana del loro, captadas desde una sensualidad negra que incidía en que la belleza podía no solo acompañarse de luz, sino también de oscuridad.

El próximo 29 de mayo, el Museo de Bellas Artes de Bilbao abrirá al público una extensa retrospectiva dedicada al artista que incidirá en la conjunción en su producción de inspiración popular y referencias clásicas y de los lenguajes de la tradición de la escuela española y de la vanguardia europea.

La antología reunirá un centenar de pinturas y será la primera en repasar el conjunto de su obra en casi treinta años (a comienzos del año pasado, la Fundación MAPFRE presentaba sus pinturas más relacionadas con el contexto europeo). Veremos sus trabajos pertenecientes a la colección de este centro, como Retrato del marqués de Villamarciel (hacia 1893), El cardenal (1912) o el lánguido Retrato de la condesa Mathieu de Noailles (1913), junto a préstamos llegados de instituciones nacionales e internacionales como el Museo Ignacio Zuloaga de Pedraza, donde vivió; el Museo Reina Sofía, el MNAC barcelonés, la Hispanic Society, el Museo de Orsay, Ca Pesaro o el Museo Franz Mayer.

Junto a sus pinturas encontraremos abundante material documental: libros, revistas, fotografías, cartas… que permitirán al público conocer mejor su personalidad y también la magnitud de su éxito en vida.

Este proyecto, comisariado por Javier Novo González, jefe del Departamento de Colecciones del museo, y el investigador Mikel Lertxundi Galiana, se estructura en tres secciones cronológicas. La primera se centra en su obra desarrollada entre 1889 y 1898, conforme a postulados realistas, los que manejó mientras aprendía, prácticamente de forma autodidacta, entre Madrid, Roma y París.

En la capital francesa se acentuarían sus preocupaciones sociales y también su acercamiento a la estética simbolista, que se traduciría en su obra en colores fríos y atmósferas de ensoñación a las que algunas veces regresó más tarde. La mayoría de sus trabajos de entonces eran de pequeño formato.

El segundo apartado de esta retrospectiva se dedica a la etapa 1898-1925, en la que alcanzó un reconocimiento mundial inédito entre los artistas españoles de su época, quizá con las salvedades de Fortuny y Sorolla. Fue durante esas casi tres décadas cuando Zuloaga comenzó a fijarse en los paisajes de Castilla, a los que brindó grandes lienzos; también a sus tipos singulares. Levantaron tanta admiración como críticas por parte de quienes entendían que hurgaba en las heridas de la pérdida de las colonias y ofrecía una visión del campo pesimista y propia de otro tiempo, que fueron jurados, críticos e instituciones.

En cualquier caso, antes de finalizar el siglo XIX, esto es, antes de cumplir los treinta, Zuloaga ya había consolidado un estilo propio, que aunaba referencias a su experiencia vanguardista francesa y sobre todo lecciones aprendidas de la tradición española, desde el barroco hasta las pinturas negras de Goya. Intelectual y, como decíamos, cosmopolita, se movió en círculos que respondían a su personalidad e intereses y nunca perdería el interés por el atractivo de mundanos y bohemios y de los tipos singulares, teniendo la sabiduría de encontrarlos por igual en los pueblos de Segovia y en París. Sus pinturas de entonces están pobladas por enanos, adivinas, mendigas, cantantes, toreros o prostitutas, aunque también retratara a figuras profundamente elegantes conforme a los cánones convencionales y de nuevo en formatos monumentales.

1925 es precisamente el año en que protagonizó una exitosa muestra itinerante en Estados Unidos y, desde entonces y hasta su muerte en 1945 (esa etapa examinará el epílogo de la exposición bilbaína) trabajó fundamentalmente en retratos nacidos de encargos de clientelas selectas y en algunos, escasos, bodegones.

Ignacio Zuloaga. El cardenal, 1912. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Donación de don Javier Horn Prado en 1966
Ignacio Zuloaga. El cardenal, 1912. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Donación de don Javier Horn Prado en 1966

 

 

“Zuloaga 1870-1945”

MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO

Museo Plaza, 2

Bilbao

Del 29 de mayo al 20 de octubre de 2019

 

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