Quizá debiéramos dejar de calificar a Vivian Maier como la niñera fotógrafa o la Mary Poppins de la fotografía (hay gente que lo dice, palabra) para hablar de ella como una fotógrafa por derecho propio que, casualmente y por circunstancias, cuidó niños. Es cierto que sus condiciones de vida y las del descubrimiento de su producción se prestan a hacer leyenda (para los no iniciados, trabajó siempre en el absoluto anonimato y en él murió, sin conocer el éxito que sus fotografías tendrían a partir de su hallazgo en 2010, un año después de su muerte), pero por experiencia sabemos que existen anónimos con un talento increíble que suele pasarnos desapercibido durante décadas (véase Tichý, ahora en el Museo del Romanticismo).
Lo que debería fascinarnos de Maier es fundamentalmente su trabajo, y la muestra que mañana abre sus puertas al público en la Fundación Canal de Madrid, “Vivian Maier. Street Photographer”, dentro del Programa General de PHotoEspaña, puede ser una buena ocasión de conocerlo bien.
Comisariada por Anne Morin, directora de DiChroma Photography, consta de 120 fotografías (seleccionadas entre las cerca de 100.000 que Maier realizó y no enseñó a nadie) y nueve películas en Super8 que, como las propias imágenes, reflejan la vida urbana en Nueva York y Chicago. Este es el eje temático fundamental de la obra de la artista: la ciudad y quienes la pueblan, captados desde una mirada personal, liberada de cualquier prejuicio visual o intención enciclopédica y con la autonomía de quien no pretende obtener de su trabajo nada más que la propia satisfacción.
FOTOGRAFÍA HUMILDE Y OSADA
Seis secciones estructuran la exposición, abierta hasta el 16 de agosto: Infancia, Retratos, Formalismos, Escenas de calle, Autorretratos y Fotografías a color, las últimas que hizo, buscando la experimentación cromática (no lo hemos mencionado, pero la mayor parte de sus fotografías las realizó en blanco y negro).
Retrató a niños individualmente o en grupo, mirando y posando frente a la cámara o en actitudes absolutamente espontáneas; también a indigentes, ancianos y mujeres; a cualquier persona que encontrara en la calle y que, por sus rasgos, actitud u ocupación, llamará su atención. A ellos les dio todo el protagonismo en sus imágenes, sin invadir su espacio, fotografiándolos desde el umbral.
Incluso cuando se autorretrataba lo hacía Maier desde la discreción, nunca de forma directa: aprovechaba espejos, reflejos, recursos que le permitieran un cierto resguardo, o miraba hacia arriba o hacia un lado. Conocemos bien su rostro, pero ella no miró de frente a su cámara.
Incluso cuando se autorretrata lo hacía Maier desde la discreción, nunca de forma directa: aprovechaba espejos, reflejos, recursos que le permitieran un cierto resguardo
También en sus películas en Super8 nos deleitó con los encuadres: se acerca y se aleja de los motivos concretos, los rodea, hasta que decide pararse y enfocar allí donde le resulta interesante. Hablando de películas, la Fundación Canal proyectará próximamente, dentro de sus Encuentros a conciencia, el documental Finding Vivian Maier, que dirigió hace tres años el responsable de que hoy disfrutemos de su obra, John Maloof. En 2014, esta pieza fue nominada al Óscar al Mejor Documental.
El citado Maloof descubrió que Maier, nacida en 1926 en Nueva York, residió en su infancia en casa de Jeanne Bertrand, amiga de su madre que era escultora y fotógrafa, de hecho el Boston Globe la había proclamado décadas antes como una de las mejores fotógrafas de Connecticut. No sabemos qué tipo de influencia ejerció Bertrand sobre la niña, pero parece evidente que hubo alguna y no menor.
Vivian comenzaría a fotografiar en los cuarenta, residiendo en Francia, con una Kodak Brownie, técnicamente muy sencilla. En la década siguiente emigraría a Estados Unidos, donde se instalaría primero en Nueva York y luego en Chicago, y es en su producción a partir de entonces en la que se centra la muestra de la Fundación Canal.
Es posible que para Maier fotografiar fuera un modo de relacionarse con la gente, de mostrar su cercanía a unos u otros en determinados momentos, de hacer patente su empatía, curiosidad o extrañamiento. Queda muy claro en sus imágenes de niños, con los que se hace evidente que mantenía un vínculo especial; y también notamos que, cuando los retrataba junto a adultos, cuidaba de enseñarnos qué tipo de relación mantenían entre sí. A partir de los chavales elaboraba más que retratos: escenificaciones propias, juegos, narraciones…
Refiriéndonos al resto de sus modelos, podemos percibir con claridad a quiénes fotografío más o menos a escondidas, sin entablar relación previa, y con quienes sí la mantuvo, porque los fotografía de frente y a corta distancia. Entre estos últimos encontramos a menudo vagabundos, personas marginadas que renuncian a posar y simplemente se nos muestran tal y como son, con toda la dignidad y ninguna pretensión; a las personas de clases adineradas, en contraste, los retrataba tras chocar con ellos o empujándolas de modo que pareciese un accidente, captando luego su reacción.
Maier era humilde pero osada, y podemos verlo también en otros retratos en los que imprimió su rostro sobre los de las personas que fotografió, así que podríamos considerarlos como autorretratos subvertidos, de identidad cambiante.
Más allá de en anónimos como ella, también supo encontrar belleza en escenas callejeras y ordinarias y les dio la solemnidad de lo atemporal captándolas desde el mejor ángulo, midiendo, no tanto la luz, como su distancia, punto clave en el conjunto de su producción.
Sus intereses fueron amplios, y no quedaron en el retrato sino que se zambulleron en la estética: en Formalismos vemos imágenes de formas, geometrías y estructuras, trabajos de un minimalismo fotográfico en las que la figura humana desaparece para dar espacio a líneas y volúmenes. Seguramente estas obras fuesen el preámbulo de sus fotografías en color, que inició en 1965.
Aquel cambio vino acompañado de otro técnico: empezó a trabajar con una Leica, en sustitución de su Rolleiflex anterior. Por su ligereza y su visor situado a la altura de la mirada, le permitía entablar un contacto visual más directo con sus modelos. Buscó lo chillón, los contrastes cromáticos, la singularidad. Son puro divertimento.
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