Miroslav Tichý y el desconcierto

El Museo del Romanticismo expone este verano sus fotografías

Madrid,
Miroslav Tichý Untitled / Sin título, c. 1960-80 © Miroslav Tichý, VEGAP, Madrid, 2016
Miroslav Tichý Untitled / Sin título, c. 1960-80 © Miroslav Tichý, VEGAP, Madrid, 2016

El talento no va por barrios, ni se lleva escrito en la ropa ni tampoco en la expresión; jamás podremos pensar que somos capaces de reconocer un artista a primera vista. Miroslav Tichý fue hijo de sastre, padeció la II Guerra Mundial y se formó en la Escuela de Bellas Artes de Praga, pero desde que acabó sus estudios su trayectoria dejó de seguir los pasos convencionales para tomar caminos propios: sus problemas con la policía checoslovaca llevaron a Tichý a vivir con la libertad y la pobreza de un indigente al que la misma policía consideró un enfermo mental hasta el punto de ser internado muchas veces en psiquiátricos y cárceles.

Es difícil conocer rasgos significativos de su personalidad más allá de los que señalan sus obras, porque vivió siempre como un vagabundo y apenas concedió declaraciones; lo que sí sabemos es que su barba espesa y sus ojos pequeños y medio cerrados eran la muralla de una cabeza donde solo mandaba él y que sus manos (mirad algún retrato) eran fibrosas como las de un agricultor, las manos de quien ha trabajado mucho y duro con ellas. Como la gente de campo, rechazó en lo que pudo comprar en tienda nada que pudiera hacer él, y hacia 1960 construyó (con sus propias manos, claro) su primera cámara fotográfica elaborada con material de desecho: rollos de papel higiénico, tubos de plomería, madera aglomerada…

En las fotografías de Tichý, que no tuvieron como soporte, como podéis imaginar, papeles fotográficos más o menos sofisticados, sino cartulinas y cartones viejos que recogía, el checo dejó patente la enorme capacidad de observación y de fijarse en los detalles de esos ojos medio cerrados: no prestó atención a no lugares, ni a rostros bellos, ni a escenas en las que fuera posible encontrar belleza sin estrujarnos demasiado la cabeza; lo suyo fueron visiones muy personales, fragmentadas, distorsionadas, cuya baja calidad de revelado (este proceso lo realizaba en su chabola, con escasísimos medios) las hace únicas.

Se trata de instantes, no decisivos, pero sí fugaces y robados, lo que convierte al espectador en observador clandestino de una intimidad que no era para él

MIROSLAV TICHÝ O LA CELEBRACIÓN DEL PROCESO FOTOGRÁFICO
Miroslav Tichý. Sin título, 1960-1980
MIROSLAV TICHÝ O LA CELEBRACIÓN DEL PROCESO FOTOGRÁFICO
Miroslav Tichý. Sin título, 1960-1980

Su originalidad es riquísima, su técnica pobre, y la combinación de ambas da lugar a imágenes artesanales (en su mayoría, retratos femeninos de mujeres de su pueblo natal, tomados a escondidas) que no se parecen a nada. Se trata de instantes, no decisivos, pero sí fugaces y robados; imágenes que el artista tomó casi como voyeur, por ejemplo a través de la reja de una piscina, lo que convierte también al espectador en observador clandestino de una intimidad que no era para él.

El proceso no acaba ahí: muchas de estas obras eran luego retocadas: dibujaba paspartús o favorecía la acción de los elementos externos y del tiempo sobre las mismas.

El descubrimiento de Tichý se lo debemos al crítico Harald Szeeman, que conoció su obra en 2000 y le brindó su primera exposición en la desaparecida Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla cuatro años más tarde. Después llegarían muestras en el Centre Pompidou, Ivorypress o el International Center of Photography de Nueva York, reconocimientos que el fotógrafo no despreció pero sobre los que mantuvo una distancia muy coherente. Murió en 2011, a los 85 años.

El 2 de junio, el Museo Nacional del Romanticismo inaugura “Miroslav Tichý o la celebración del proceso fotográfico”, la muestra, comisariada por Pía Ogea, con la que participa en PHotoEspaña. Mostrará una selección de sus imágenes hasta el 28 de agosto.

 

 

MIROSLAV TICHÝ O LA CELEBRACIÓN DEL PROCESO FOTOGRÁFICO
Miroslav Tichý. Sin título, 1960-1980

 

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