Soledad Sevilla, entre el módulo y la emoción

El Museo Reina Sofía repasa su trayectoria

Madrid,

Solo unos meses después de poner punto y final a la actividad expositiva de la Galería Marlborough, su sala habitual hasta el pasado junio (próximamente la encontraremos en Maisterravalbuena), Soledad Sevilla presenta ya en el Museo Reina Sofía una anhelada y merecida retrospectiva que repasa sus cerca de sesenta años de trayectoria haciendo hincapié en la coherencia del conjunto de su producción, de hecho las salas que reúnen su trabajo más temprano y el más reciente se sitúan contiguas, de modo que podamos contemplar el inicio y la actualidad de un proceso que ella siempre ha afirmado entender como el de pintar siempre el mismo cuadro.

“Ritmos, tramas, variables”, que así se ha llamado esta exhibición, comisariada por Isabel Tejera, compendia sus primeras abstracciones geométricas; su inmersión en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense, que potenciaría los lazos entre el arte y disciplinas como la música y la arquitectura; sus abstracciones más emocionales de los ochenta; sus piezas de inspiración vegetal o sus creaciones inspiradas en la obra de su amigo Eusebio Sempere. Contemplaremos, a lo largo de esa andadura que nunca se ha detenido (cuando padeció problemas de salud, adaptó sus trabajos a esas circunstancias), composiciones basadas en la aplicación, constante pero nunca igual, de módulos, líneas, tramas, variaciones y ritmos, normalmente en grandes formatos y, especialmente desde hace cuarenta años, reclamando las posibilidades sugerentes, emocionales, de lo abstracto.

Esa capacidad sugestiva tiene a menudo que ver con sus fuentes, que como ella dice no pueden buscarse sino que salen imperativamente a su encuentro: desde la luz del atardecer en el Patio de los Leones de la Alhambra a los secaderos granadinos, pasando por el Apostolado de Rubens, Guido Reni y su Hipómenes y Atalanta, ruinas de Siria, las vegetaciones sobre una pared, los plásticos de los invernaderos o las preocupaciones de sus jóvenes alumnas por el paso del tiempo.

Sevilla se formó en la primera mitad de los sesenta en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi y, como a otros autores de su generación (Asins, Yturralde, Teixidor, Lola Bosshard), el normativismo académico de la enseñanza entonces y la influencia del citado Sempere le condujeron pronto a la abstracción y a una geometría que nunca ha ligado a la frialdad.

Soledad Sevilla. Sin título, 1977. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Soledad Sevilla. Sin título, 1977. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Sus primeras composiciones, tanto pictóricas como tridimensionales (veremos en el Reina Sofía algún metacrilato), se basaron en la línea, la simetría y la superposición; más adelante, también en la retícula, de hecho, Mondrian fue otro de sus referentes y con su nombre tituló una pieza del 73 que le serviría de base para tratar de construir, en esa década de los setenta, una concepción del espacio a partir de la profundidad y el color, que desplegaría en módulos de pentágonos o hexágonos. Trazaría en dibujos líneas superpuestas o intercaladas con cuadrículas, las llevaría a desarrollos muy variables e incluso a pinturas de gran formato, blancas y ligeras, y las reflexiones que esos procedimientos le suscitaron las volcó en un texto, Análisis perceptivo y desarrollo de una red biomorfa compuesta por dos cuadrados. Proporción Fibonacci, que en 1979 le valió una beca de la Fundación March.

Años antes había acudido a seminarios sobre la generación automática de formas plásticas en el citado Centro de Cálculo, en el que se favorecían las reuniones entre artistas, músicos, diseñadores, matemáticos e informáticos; participó allí de enriquecedores debates, pero sus incursiones en los procesos informáticos a la hora de establecer módulos y formas seriadas no irían mucho más allá: no le ofrecía el ordenador la agilidad que deseaba, en la presentación de esta antología se refirió a él como un lápiz torpe.

Soledad Sevilla. Mondrian, 1973. Estudio Soledad Sevilla
Soledad Sevilla. Mondrian, 1973. Estudio Soledad Sevilla

Otra beca, del Comité conjunto hispanoamericano, le permitió acudir entre 1980 y 1982 a la Universidad de Harvard, donde pudo avanzar en la generación de intervenciones espaciales vertebradoras de experiencias sensoriales. Además de un proyecto que no llegó a materializarse, Seven Days of Solitude, en el que experimentaba con el lado performativo de la pintura expandida a partir de líneas diagonales trazadas en el suelo, en Estados Unidos llevó a cabo series (Stella, Keiko, Belmont) que podemos entender como antecedentes de la que, ya en España, dedicaría a Las Meninas, apelando en sus líneas y tramas al aire, el espacio y la luz de la composición de Velázquez. Es uno de sus conjuntos fundamentales, articulado tomando como eje la línea del lienzo del pintor dentro del cuadro; le emocionó saber a Sevilla que el genio barroco no había dibujado previamente las figuras con mayor o menor detalle, únicamente marcó manchones, un rasgo de modernidad poco esperable en 1656.

Soledad Sevilla. Belmont VI, 1980. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Soledad Sevilla. Belmont VI, 1980. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Soledad Sevilla. Las Meninas, 1983. Colección particular
Soledad Sevilla. Las Meninas, 1983. Colección particular

La culminación de esos esfuerzos por captar en composiciones abstractas lo físico y lo metafísico la encontramos en la serie Alhambras, donde la profundidad se logra mediante tramas entrecruzadas. Motivo de partida y desarrollo no figurativo se conjugan en una ambigüedad refinada; explica Sevilla que ese tema le proporciona la tensión necesaria para mantenerse a medio camino entre una abstracción que desdeña su propio sistema y una figuración que huye de la imagen directa e incluso de la referencia metafórica.

Algunas piezas se basaron en la observación de las líneas e iluminaciones de espacios concretos en un momento en que la Alhambra no recibía el flujo de visitas de hoy; fue el caso del Cuarto Dorado, el Patio de los Leones o el Salón de Comares: poemas hallados en las yeserías dan título a estas obras, que en el Reina Sofía se disponen en montajes que, por sus grandes formatos y por la cercanía entre las telas, Tejera bautiza como pintura instalada. Existe una razón para que, una y otra vez, la valenciana trabaje en series: entiende que sus análisis no pueden resolverse en una única imagen, que es necesario el diálogo entre varias.

Soledad Sevilla. Sin tener hora de ocaso, 1985. Serie La Alhambra. Colección Patrimonio Nacional
Soledad Sevilla. Sin tener hora de ocaso, 1985. Serie La Alhambra. Colección Patrimonio Nacional

A veces, también se requiere la tercera dimensión: si en Boston recurrió a extensos rollos de papel kraft para intervenir las fachadas de la Universidad, años después daría forma a la celebrada Leche y sangre en la Galería Montenegro, cuyas paredes quedaron cubiertas por decenas de miles de claveles rojos que, al marchitarse, desvelaban el blanco de los muros, como recuerdo de la condición efímera de lo vivo. En 1992, coincidiendo con la Exposición Universal de Sevilla, intervino el castillo de Vélez Blanco restaurando en tela los espacios dejados por el traslado piedra a piedra de su claustro renacentista, vendido en 1904 a Estados Unidos; es una de sus propuestas más poéticas e incluía la proyección, breve, de imágenes de la construcción original.

Con pinceladas rápidas, gestuales, y ya con forma de hoja abriría Sevilla el siglo XXI: la serie Insomnios nació del intento de plasmar, no los pensamientos que recorren su cabeza cuando no puede dormir, sino lo que en su mente hay antes de que esas inquietudes cotidianas aparezcan. Acumulaciones vibrantes de hojas, en blanco, negro, gris y muy ocasional rojo, contienen sutiles luces entre la oscuridad; dichas hojas son aquí lo que fueron en sus comienzos sus líneas y módulos, también en repetición infinita.

Soledad Sevilla. Insomnio de madrugada, 2000. Colección "La Caixa", Valencia
Soledad Sevilla. Insomnio de madrugada, 2000. Colección “La Caixa”, Valencia

Sus siguientes vegetaciones (Ida, Hotel Triunfo, Díptico de Valencia), sobre superficies semejantes a muros, serían ya mucho más luminosas y es posible encontrar en ellas también recordatorios de lo fugaz de la vida de la planta y de su color, como no es sino una vanitas la instalación El tiempo vuela, que contiene un reloj, un verso de Machado en el mismo sentido (Y es hoy aquel mañana de ayer) y decenas de mariposas en repetido vuelo.

Soledad Sevilla. Díptico de Valencia, 1996. Instituto Valenciano de Arte Moderno
Soledad Sevilla. Díptico de Valencia, 1996. Instituto Valenciano de Arte Moderno

Avanzan igualmente hacia su desaparición, entre algunos proyectos para ser recuperados, los secaderos de la Vega de Granada que le inspiraron esculturas en metal, papel o neopreno; los plásticos de los invernaderos de la zona, mecidos por el viento, fueron el germen de los conjuntos Nuevas Lejanías y Luces de invierno. No veremos en estas series pinceladas, sino líneas paralelas realizadas a mano alzada que generan campos de color sutiles.

Culmina esta retrospectiva con sus trabajos a partir de un pequeño gouache de Sempere, basados en líneas de tinta, grafito o rotulador, y con una instalación específica para el Museo Reina Sofía, que es a su vez la primera en la que ha utilizado hilos en disposición horizontal, originando un velo en la arquitectura: Horizontes. Trabajó con urdimbres sencillas, adquiridas en mercerías, en alusión clara al acto cotidiano y tradicionalmente femenino de tejer y a las distintas opciones de trasladarlo a la esfera pública.

Tan intelectual como sensorial, “Ritmos, tramas, variables” es una de las exposiciones más emocionantes que hemos visto en los últimos años en el MNCARS.

Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables. Museo Reina Sofía, 2024
Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables. Museo Reina Sofía, 2024

 

 

Soledad Sevilla. “Ritmos, tramas, variables”

MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS

C/ Santa Isabel, 52

Madrid

Del 25 de septiembre de 2024 al 10 de marzo de 2025

 

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