Shomei Tomatsu, la guerra o la vida

La Fundación MAPFRE repasa en Barcelona su trayectoria

Barcelona,

Shomei Tomatsu nació en 1930 en Nagoya (ciudad que hoy tiene, para muchos, ecos de Murakami) y comenzó a fotografiar cuando solo tenía 20 años, así que, inevitablemente, su obra inicial estuvo marcada por la sombra de la guerra, y en sus escritos dejó el artista constancia de hasta qué punto la pobreza y la devastación que asolaban Japón entonces marcó sus maneras de mirar y trabajar.

Sus inicios en el medio no fueron del todo casuales, porque sus hermanos usaron la cámara antes que él e incluso dispusieron un cuarto oscuro en un armario, aunque no por eso aquellos comienzos de Tomatsu fueron sencillos: su primer estilo, el instintivo, se acercaba al surrealismo, pero sus profesores recondujeron sus pasos hacia el realismo y él lo aceptó, sin llegar a ejercer nunca como fotoperiodista ni pretender la objetividad. Progresivamente, su fotografía ganó solidez y personalidad en los sesenta, cuando decidió convertir la cotidianidad en el eje de su trabajo y establecer diálogos, a partir de ella, con el pasado, sin caer en enfoques en exceso literales o directos.

Shomei Tomatsu. Prostituta, Nagoya, 1957. Colección Per Amor a l’Art, Valencia © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film
Shomei Tomatsu. Prostituta, Nagoya, 1957. Colección Per Amor a l’Art, Valencia © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film

La Fundación MAPFRE, que, como sabéis, hace años que tiene por costumbre presentar en España antologías de los grandes nombres de la fotografía internacional (muchos apenas conocidos en nuestro país), presenta ahora una selección de su producción en su sede barcelonesa: 180 imágenes agrupadas temáticamente que dan fe tanto de su aguda capacidad de observación como de su estética singular; abundan las perspectivas inesperadas y los ángulos en picado o contrapicado. Tomatsu, quizá aún bajo la huella de aquel surrealismo temprano, era un maestro de los enfoques atrevidos.

Pero sus innovaciones iban más allá, y así ha querido subrayarlo el comisario, Juan Vicente Aliaga: sus series no eran estáticas, sino que periódicamente las reorganizaba y las volvía a titular, permitiendo generar lecturas nuevas de las mismas en cada muestra o en cada fotolibro.

Se trata de procedimientos muy personales que no menoscabaron ni su reconocimiento crítico (contó con el apoyo de revistas destacadas, como Camera Mainichi o Asahi Camera, y participó en la creación de la agencia VIVO), ni su afán por conocer la obra de sus antecesores y dejarse influenciar por ellos. Él mismo comisarió “Cien años de fotografía. Historia de la expresión fotográfica japonesa”, una popular exposición en los almacenes Seibu de Tokio que, hace justo medio siglo, permitió a muchos japoneses adentrarse en la fotografía desarrollada en su país entre mediados del siglo XIX y el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Corría 1968, año en que las revueltas estudiantiles también llegaron a Japón. Somatsu las fotografió, plasmándolas después en un celebrado libro, ¡Oh! Shinjuku, que llegó algo después del que podemos considerar su proyecto más significativo: fue invitado a fotografiar a los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagashaki, llamados allí hibakusha, y en sus imágenes es fácil apreciar el respeto pudoroso con el que los abordó. Con algunos mantuvo contacto con el paso de los años.

En los ochenta se produjo en él cierto cambio: se interesó por los ritos desplegados en templos y festivales religiosos (como los que vemos en su serie Kioto) y también por uno de los emblemas más bellos de la naturaleza japonesa: el sakura o cerezo en floración. Desde un espíritu parcialmente impresionista, los captó a distintas horas del día y en distintos lugares, buscando transmitir todo su esplendor.

Lo natural no dejaría de estar presente en su obra tras padecer, en 1986, una enfermedad coronaria que le tuvo largo tiempo convaleciente, pero cedió protagonismo a los residuos, como los que observó en las arenas negras de las playas de la prefectura de Chiba. Tienen un toque extraño al convivir con el paisaje en la serie Plásticos.

La muestra de MAPFRE incorpora imágenes tanto en blanco y negro como en color. Más allá de consideraciones técnicas, Tomatsu les concedía distintos significados: asociaba los grises a la presencia estadounidense en su país y el color a la vida naciente tras la guerra, que él dijo descubrir en Okinawa, donde residió los últimos años de su vida.

Shomei Tomatsu. Isla Hateruma, Okinawa, 1971 Colección del legado de Shomei Tomatsu –INTERFACE, Okinawa © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film
Shomei Tomatsu. Isla Hateruma, Okinawa, 1971. Colección del legado de Shomei Tomatsu –INTERFACE, Okinawa © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film

Veremos en la Casa Garriga i Nogués imágenes de la posguerra nipona volcadas en los efectos del conflicto a nivel humano, fotografías dedicadas a la vida en Japón de los soldados americanos, cuya presencia criticó y supo valorar a partes iguales; otras centradas en los efectos de Nagasaki o en la contracultura japonesa incipiente en los sesenta y la progresiva modernización de las costumbres en el marco de una sociedad aún conservadora. Varias revueltas pasaron frente a su objetivo: contra la guerra de Vietnam, la ocupación de Okinawa, la militarización de Japón o la falta de autonomía en las universidades.

De esta retrospectiva también forman parte las llamativas imágenes que tomó en Afganistán en 1963, enviado por la revista Taiyo, en las que la supervivencia se abre paso entre la pobreza y el polvo; las series dedicadas a los residuos y objetos artificiales desperdiciados por la sociedad consumista, como Asfalto o la citada Plásticos; sus imágenes del paisaje amado de Okinawa, los sakura y los mares del sur y aquellas en las que buscó hallar el Japón ancestral y el desconocido, como las que brindó a los actores y músicos chindonya, en busca de trabajo.

Tomatsu fue uno de los fotógrafos japoneses que supo dar testimonio, con vivacidad y empatía, de la evolución social de su país en la segunda mitad del siglo XX. Mantuvo, respecto a ese proceso de modernización, una mirada escéptica: se fijó en los rascacielos, pero también en la basura en el suelo; en las celebraciones de las Olimpiadas de Tokio de 1964 y en la contaminación de la industria petroquímica.

Shomei Tomatsu. Oh Shinjuku, 1963. Colección del Tokyo Photographic Art Museum, Tokio © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film
Shomei Tomatsu. Oh Shinjuku, 1963. Colección del Tokyo Photographic Art Museum, Tokio © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film

 

Shomei Tomatsu Kadena, Okinawa, 1969 Colección del legado de Shomei Tomatsu –INTERFACE, Okinawa © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film
Shomei Tomatsu. Kadena, Okinawa, 1969. Colección del legado de Shomei Tomatsu –INTERFACE, Okinawa © Shomei Tomatsu –INTERFACE / Cortesía de Taka Ishii Gallery Photography / Film

 

 

“Shomei Tomatsu”

FUNDACIÓN MAPFRE. CASA GARRIGA NOGUÉS

c/ Diputació, 250

Barcelona

Del 5 de junio al 16 de septiembre de 2018

 

 

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