Rosa Torres o la gramática de la pintura

La Galería Fernández-Braso presenta su primera exposición de la artista valenciana

Madrid,

Coincidiendo con la pasada edición de Apertura Madrid Gallery Weekend, la Galería Fernández-Braso abrió la primera muestra en sus salas de la artista valenciana Rosa Torres, habitual de la Galería Sen hasta su cierre en 2009 y poseedora de un lenguaje personal basado en la investigación en torno a la pintura y sus esencias, más allá de discursos políticos o del realismo crítico en boga en sus inicios, en los años setenta.

Repasa la exhibición, a través de pinturas, dibujos y algunos trabajos tridimensionales, el conjunto de su trayectoria, que comenzó cuando finalizaba sus estudios de Bellas Artes en la Facultad de San Carlos y se empleaba como asistente en el estudio de Equipo Crónica, colectivo que ejercería influencia sobre ella más en el cariz conceptual de sus discursos que en los aspectos formales. Una de sus primeras exhibiciones la presentó en 1973 en la Galería Atenas de Zaragoza, junto a su amiga Isabel Oliver, y ambas dedicaron sus propuestas a defender una desmitificación de los modos de representación: nuestra autora a partir de animales rodeados de naturaleza, Oliver atendiendo únicamente al paisaje.

Optaron ambas, por tanto, por hacer suyo un estilismo crítico opuesto a lo panfletario y abierto, como decíamos, a la investigación sobre la propia pintura, buscando a su vez la participación, tanto perceptiva como física, de los espectadores en su visita. Hizo suyo Torres el recurso barroco del trampantojo, lo actualizó y dispuso una instalación floral elaborada a partir de múltiples sobre conglomerado frente a un gran lienzo que representaba cebras pastando. Las líneas de estos animales alteraban la percepción de la luz polarizada, además de diluirse en la vegetación, como apuntó en su momento Juan Manuel Bonet.

Rosa Torres. Rinoceronte, 1973
Rosa Torres. Rinoceronte, 1973

También la Galería Sen, en 1973, expuso sus enormes pinturas de animales en su entorno, una línea de estudio fundamental en su primera década creativa. Pudieron verse entonces serpientes, leopardos, un jabalí y un rinoceronte cuyas formas reconocibles se van diluyendo hasta quedar convertidas en pequeñas pinceladas que, contempladas de cerca, son únicamente eso: aglutinante y pigmento dispuestos sobre un soporte blanco, una imagen casi abstracta en la que la forma y el fondo parecen fundirse. El público tiene, así, que desplazarse hacia detrás y hacia delante para tratar de identificar motivos, un recurso que funde referencias al pop y al op art, despojando al primero de su cariz político para comprometerse la artista exclusivamente con el hacer, con el oficio.

Apunta Isabel Tejeda que para la valenciana, como para no pocos creadores de los ochenta, el tema era un pretexto para pintar: aunque los animales fueran, como avanzábamos, constantes en sus imágenes primeras, ya en 1974 expuso en el Colegio de Arquitectos de Valencia y Murcia paisajes carentes de ellos y conformados a partir de grafías independientes, esto es, de garabatos de color, nuevos referentes lingüísticos. Y al año siguiente, regresó a Sen para enseñar piezas en las que tomó como punto de partida una sola composición del Aduanero Rousseau: versiones ideadas observando un fragmento de sus monos en bosques tropicales conforme a procesos que seguramente observó en Equipo Crónica, esto es, el trabajo en series a partir de un único motivo para favorecer que lo anecdótico pierda relevancia y el artista pueda centrarse en la esencia, el eje, de sus inquietudes. Sabemos que en este proyecto desarrolló, asimismo, bocetos que después escalaba a grandes dimensiones y no está de más recordar que eligió Torres inspirarse en un artista que imaginaba la naturaleza salvaje a partir de la domesticada, al igual que sus rinocerontes homenajeaban a Durero, quien efectuó el grabado del suyo sin haber visto ninguno.

Rosa Torres. Serie Rousseau Fôret, 1973
Rosa Torres. Serie Rousseau Fôret, 1973

La paleta inicial de la pintora era generalmente apagada, predominando los tonos tierra (salvo en algunas de esas invocaciones a Rousseau, que contienen colores más vivos e incluso imaginarios); es posible que se deba a la huella, tan potente como quizá inconsciente, de la Escuela Española, o a la más cercana en el tiempo de Tàpies y Estampa Popular.

A raíz de la mencionada muestra de 1975 en Sen, emprendió Torres una línea de trabajo muy original que fundía su práctica pictórica con la poesía visual, imágenes en las que apela a los discursos conceptuales que el pop había heredado del neodadaísmo. Dibujaba o escribía, tanto monta, con tinta china sobre papel los nombres de sus motivos componiéndolos, en un claro ejercicio de ironía que Tejeda conecta con la serie Do It Yourself (Seascape) de Warhol, en la que aquel copió ilustraciones infantiles dividiendo las imágenes en pequeñas zonas numeradas para colorear, restando peso a la noción de autoría y lo que ella implica.

Y hacia finales de aquella década continuaba la artista elaborando paisajes que eran sobre todo, como Joan Toledo explicó al contemplarlos de nuevo en Sen, en 1979, pinceladas, trazos de rotulador, manchas de color que se reproducen del modo más neutro, imitando al máximo sus características propias de forma, textura y color específicos, a base de formas perfectamente delimitadas y tintas planas, realizadas mecánicamente, minuciosamente.

Rosa Torres. Paisajes, 1976
Rosa Torres. Paisajes, 1976

Abrían aquellas piezas muchos caminos posibles en el tratamiento de pintura, soporte y collage y algunos de ellos los transitaría Torres a raíz de su participación, en 1982 y junto a José Abad, Francisco Cruz de Castro, Eugenio Chicano y Josep Guinovart, en el Pabellón español de la Bienal de Venecia. A Italia llevó, bajo el comisariado de González Robles, una decena de jardines de gran formato similares a la obra Jardines (1981), que ahora puede verse en Fernández-Braso y que recuerda el luminismo que le es cercano.

Puestas ya sobre el tablero las claves de su lenguaje, en los ochenta analizó, combinó e incluso transgredió sus recursos, que son las bases mismas de la representación. Esquematizó formas y troceó imágenes de modo que cada color o motivo gozara de potencial de fragmentación, pudiendo interpretarse sus composiciones como un todo pero también de manera inacabada, como se advierte en Camino con chopos (1987). Sus brochazos de tintas planas no apelan a emociones sino que las enfrían, en parte por la preparación de la que son fruto: lleva a cabo múltiples bocetos buscando la forma, ensayando con el color, definiendo tipos de pinceladas.

Rosa Torres. Tres árboles y lago, 1993
Rosa Torres. Tres árboles y lago, 1993

Un ejemplo evidente de los pormenores de la traslación de uno de esos bocetos a la tela de grandes dimensiones es Tres árboles y lago (1993), en cuya articulación clásica cada elemento natural parece, en su independencia, flotar sobre la escena: no pinta Torres un árbol, sino la idea de árbol, y no práctica sus análisis y sistematizaciones a partir del propio paisaje, sino de fotos o de obras de arte. Es así, incluso, en las telas de aparentes referentes geográficos concretos, como las tituladas Sicilia (2000, 2001) o Sierra de Tramontana (2009).

A veces, su mano desaparece cuando también lo hace el brochazo y grandes bloques compactos sintetizan la imagen original (Rocas y mar, 2022); en otras ocasiones, como en La masía (1991) o Bosque (2012), el dibujo es eje estructurador de las composiciones y el grosor de las líneas facilita la independencia de estas respecto al color. Este último adopta, de esa manera, formas geométricas lejanas de las orgánicas que determinarían los motivos (Pinar ciego, 2010).

Rosa Torres. La masía, 1991
Rosa Torres. La masía, 1991

Podremos detenernos asimismo, en Fernández-Braso, ante pinturas que rinden tributo a otras obras bien conocidas de la Historia del Arte, al margen de Durero y Rousseau, conviviendo con sus habituales temas paisajísticos: es el caso de su versión del Concierto campestre de Tiziano, de Acis y Galatea, de autor desconocido; o de sus reinterpretaciones de Cézanne o Léger, nuevas indagaciones, no en los motivos, sí en la gramática pictórica.

En palabras de la artista: He querido realizar unas obras que son a la vez homenaje y reflexión sobre estas composiciones clásicas, como si se tratara de un paseo de ida y vuelta por la historia de la pintura, hacia atrás y hacia delante, practicando una mirada en cierta manera camaleónica, un ojo puesto en el pasado, otro puesto en el futuro (…). Todo ello es, en definitiva, pintura viva, un punto de partida, una base consistente, firme, donde asentarse para mejor propiciar el impulso y la audacia de un salto a través de las puras formas, los colores.

Rosa Torres. Santa Victoria, 1999
Rosa Torres. Santa Victoria, 1999

 

Rosa Torres. “Pinturas y algunos bocetos. 1972-2022”

GALERÍA FERNÁNDEZ-BRASO

c/ Villanueva, 30

Madrid

Del 8 de septiembre al 22 de octubre de 2022

 

Comentarios