La Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid acoge los proyectos ganadores de la última edición del certamen Circuitos de Artes Plásticas, comisariado en esta ocasión por Carlos Delgado Mayordomo. Resulta curioso cómo, pese a no contar con un hilo conductor predefinido, encontramos que en este caso no es necesaria ninguna excusa para juntar el trabajo de una docena de artistas, todos ellos jóvenes (la convocatoria exige no haber pasado la barrera de los 35), y darnos cuenta de que existen una serie de cuestionamientos comunes frente a asuntos y preocupaciones sociales y culturales que, en realidad, no nos son ajenos tampoco a muchos de nosotros, pues son fruto de nuestro tiempo. Utilizando distintos recursos estéticos y conceptuales, todos ellos ponen de manifiesto su deseo de revelar asuntos invisibilizados como la memoria, el territorio, la corrupción y el género.
Piezas originales, con trasfondo crítico, que nos invitan a rascar más allá de la superficie porque, como señala Miguel Sbastida, uno de los participantes, su trabajo no es un capricho personal, sino que aborda un tema, el del calentamiento global y la degradación de la naturaleza, que nos afecta a todos. Y esta es una idea que podemos extrapolar a muchos de los proyectos que forman parte de esta muestra, a los que ahora nos aproximaremos pero en los que merece la pena detenerse y tomarse el tiempo para explorar tanto las investigaciones como los puntos de vista de sus creadores. En este sentido, os recordamos que se han organizado unas visitas guiadas que dirigirá el comisario de la muestra los días 22 de noviembre y 10 de enero.
Una de las primeras piezas con las que nos topamos (y esto puede llegar a ser literal si no miramos al suelo) es la de Rafa Munárrriz (Tudela, 1990). Se trata de un trabajo, fruto de una investigación más amplia desarrollada durante una residencia en Brasil, que habla del espacio urbano, de los transeúntes y de cómo nos movemos en entornos que han sido diseñados para establecer una serie de rutinas que acaban resultándonos impuestas. Frente a esto, Munárriz reivindica el desplazamiento por la ciudad desde lo lúdico, generando nuestros propios espacios. Como obra, esto se materializa en Pavimento inverso, un trozo de suelo formado por baldosas cuadradas en el que se repite un patrón a partir del molde de una suela de zapato, que al colocarse de manera conjunta ofrece múltiples direcciones en las que perderse, un mapa con muchos centros. Sobre territorio y desplazamientos también trabaja el mencionado Miguel Sbastida (Madrid, 1989), aunque en su caso asistimos a lo que el autor llama una procesión fúnebre por la degradación medioambiental del entorno, en este caso en concreto del glaciar Mendenhall, en Alaska. El artista plantea su obra como un conjunto que incluye fotografía, vídeo-instalación y un libro como soporte de una acción, una performance de dos horas de duración, durante las cuales camina llevando a la espalda un fragmento de glaciar que se ha desprendido y que él conducirá hasta el lago formado por la erosión del glaciar. Lo acompaña con un ensayo sobre el caminar como práctica estética en el que no faltan las referencias a grandes conocidos como Hamish Fulton o Andy Goldsworthy.
Coco Moya (Gijón, 1982) presenta una serie de cianotipias sobre mármol que nos remiten a una hipótesis ficticia elaborada por la artista, que a partir de una sencilla pregunta como es ¿qué ha pasado con las mujeres en la historia del arte? decide dejar a un lado la posición victimista y experimentar con otro tipo de narrativas centradas en la decisión voluntaria de las artistas de borrar su huella de los relatos más hegemónicos de la historia del arte. Moya plantea una Sociedad Secreta de la Ciudad las Damas (en alusión al tratado alegórico Le Livre de la Cité des Dames, escrito en 1405 por Christine de Pisan) en la que ellas mismas reclaman ese anonimato para llevar libremente adelante sus propósitos de caracter subversivo. Junto a esta pieza, titulada Vera Icon, presenta también Pensar la otra, un libro en el que estarían registradas algunas conversaciones de la artista con miembros de esa sociedad secreta. Es una obra interactiva y un tanto misteriosa. Si nos acercamos a mirarlo no veremos nada en sus páginas, pero un secreto se desvela si activamos el botón rojo situado junto a él… El tema de la identidad y los patriarcados también está presente en El color blanco, la pieza por la que El Banquete, colectivo creado en 2012 y compuesto por Alejadría Cirque, Marta van Tartwijk y Raquel G. Ibáñez, ha sido seleccionado por el jurado de esta edición de Circuitos: un vestido de novia, hecho para un hombre y que en realidad está pensado para convertirse en un vestido de divorcio. La historia, compleja, nace a partir de la decisión de organizar un matrimonio de conveniencia para facilitar la residencia a una chica brasileña, amiga de los artistas. Es un relato sobre el trabajo, los afectos y la amistad, que profundiza en la cuestión de género y el mundo laboral.
También en paralelo podemos hablar del trabajo de Julia Valera (Madrid, 1986) y Marian Garrido (Avilés, 1984). La primera propone una obra formada por 34 cinturones de cuero con espejos, que por su disposición quiere reproducir un cuerpo humano, una figura que se forma y se diluye a través de los reflejos. Aunque se trata de una pieza con la que lleva años trabajando, su autora nos cuenta que enlaza con otras de sus preocupaciones, más recientes, como la vulnerabilidad de los cuerpos y el uso de determinadas imágenes por parte de los medios de comunicación. Mirian Garrido, por su parte, pone el punto de fantasía dentro de le exposición con su instalación Electric Slime. En ella plantea un juego entre ciencia y magia, pero sobre todo establece un juego de líneas temporales, trastocando nuestra realidad pasado–presente–futuro, colocándonos en un futurible que, en realidad, está revelando muchas cosas acerca de cómo vivimos, qué consumimos y la forma en la que nos comportamos hoy en día.
A estas alturas quizás ya habréis podido adivinar que, a pesar de su diversidad, el comisario ha logrado establecer un juego de parejas en función de vínculos entre las piezas y los temas tratados, que aunque no afecta a su disposición en la sala, si queda reflejado en el catálogo editado con motivo de la muestra. Así, bajo el epígrafe “Ornamento y delito”, Carlos Delgado pone en paralelo a Víctor Santamarina (Madrid,1990) y a José Jurado (Córdoba, 1984), pues ambos exploran la repetición de determinados motivos ornamentales a la hora de configurar redes de transmisión ideológica o de simbolizar determinados órdenes socioeconómicos. En Santamarina el punto de partida son precisamente los patrones de decoración de iglesias románicas italianas y cómo la transmisión de elementos culturales imponen un significado a los edificios. Ornapuncher se compone de un expositorio de molduras de escayola y varias de esas piezas que bien de forma exenta o integradas en el espacio aparecen repartidas por la sala. Estos patrones nos retrotraen hasta la Antigüedad clásica y vemos cómo formas que tenían una función de sustento del edificio pasan a convertirse en elementos decorativos.
A partir de un hecho un tanto surrealista como fue la creación, hace aproximadamente un año, de una web en la que se podían comprar objetos incautados por la justicia a Jose Antonio Roca (uno de los cerebros del conocido como Caso Malaya, actualmente cumpliendo condena), a José Jurado se le ocurrió hacer una apropiación iconográfica de uno de aquellos objetos, concretamente de un hierro de marcar caballos de la ganadería del Marqués de Velilla, que le inspiró para ponerse a trabajar en La reja, la obra que presenta en Circuitos. Una vez recreada la herramienta, pues no llegó a comprarla sino que se trata de una reconstrucción, el artista plantea la repetición de ese elemento hasta dar forma a una ventana en la que podemos encontrar varios significados, desde el más obvio que establecería un paralelismo con la reja de la cárcel, a ese sólido patrón que parece tener una secuencia infinita en los casos de corrupción en el país.
Finalmente, Javier Velázquez (Madrid, 1990) y Antonio Menchen (Toledo, 1983) toman como punto de partida dos fuentes culturales tan potentes como son Luis Buñuel y el Greco para establecer y plantear relecturas, desde la imagen, que nos lleven a preguntarnos por lo que vemos, cómo lo vemos y sobre qué discurso ideológico se está sustentando. Si el primero pretende a priori sacarnos una sonrisa, lo que consigue es sacarnos los colores por pasar tan a la ligera por cuestiones que por cotidianas logran insensibilizarnos. A partir de la película Los olvidados, de Buñuel, el artista interviene con su voz y con su imagen sobre la proyección para ofrecernos algo así como un manual de cómo aprender a reírnos de la desgracia ajena. Menchen, por su parte, navega por territorios aún más complejos y en Sin título (modelos para una escena), parte de la tesis de Gregorio Marañón de que el Greco podría haber tomado como modelos a los enfermos mentales del Hospital del Nuncio de Toledo y de cómo para intentar demostrarlo encargó realizar unas fotografías de algunos de ellos vestidos de apóstoles, a la manera de los retratos del Greco. Frente a este desvarío, la película de Menchen, que forma parte de un proceso de investigación mucho más amplio, va por el terreno contrario a la hipótesis de Marañón y está más próximo a las propuesta de Deleuze de “deshacer el lenguaje como toma de poder, hacerlo tartamudear” para, de esta manera, lograr “expresarse en forma de preguntas, que más bien hacen enmudecer las respuestas”.
“XXVIII Circuitos de Artes Plásticas”
SALA DE ARTE JOVEN DE LA COMUNIDAD DE MADRID
Avda. de América, 13
Madrid
Del 16 de noviembre de 2017 al 14 de enero de 2018
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