La luz domesticada de Nicolás Muller

Sus imágenes inéditas llegan este verano al Museo Barjola

Gijón,

Nicolás Muller perteneció a una generación de fotógrafos húngaros sin parangón que alumbró muy diversas y ricas maneras de mirar la ciudad y lo cotidiano; de ella formaron parte nada menos que Robert Capa, André Kertész, László Moholy-Nagy, Martin Munkácsi, Brassaï o Lucien Hervé. Nacido en 1913 en Orosháza, cuando esta ciudad aún integraba el Imperio Austrohúngaro, conoció por tanto una Europa cosida a cicatrices, vivió de cerca el avance del nazismo y, como judío, trató de escapar de él recalando progresivamente en Austria, Italia y Francia y, finalmente, en Marruecos, Portugal y España, hasta su fallecimiento en Llanes en el año 2000.

El centro de su obra fue la vida campesina y obrera, los rostros y manos ajados de agricultores, vendedores ambulantes o empleados de fábricas que trabajaban para vivir y vivían para trabajar; los retrataba desde enfoques muy personales, definiendo los encuadres antes de disparar, pero estos, de cara a las publicaciones, no siempre fueron respetados.

Nicolás Muller. Mercado de Vilar Formoso IV. 1939 Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Fondo Nicolás Muller
Nicolás Muller. Mercado de Vilar Formoso IV, 1939 Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Fondo Nicolás Muller

Un centenar de imágenes que no llegó a producir o que fueron recortadas o modificadas con esos fines editoriales forman parte de la muestra “La mirada comprometida”, que desde hace meses itinera por varios centros españoles y que este mes se ha instalado en el Museo Barjola de Gijón: fueron halladas por su hija, Ana Muller, también fotógrafa, en una caja de zapatos encontrada en el estudio que el artista tuvo en Madrid. Contenía millares de negativos guardados en pequeños sobres de los que no se tenía noticia y el descubrimiento permitió confirmar que la producción del húngaro iba más allá de sus documentos custodiados por el Archivo Regional de la Comunidad madrileña (nada menos que 80.000 trabajos) y es susceptible de ampliaciones.

Lo que encontramos en esas obras, datadas entre los treinta y los sesenta, y ahora en la muestra gijonesa comisariada por la propia Ana Muller y José Ferrero, es un recorrido visual por aquellos países en los que el autor se exilió y por la evolución de su mirada hacia los más humildes; hay que recordar que el primer libro que publicó, ya en 1937, llevó por título Vida de nuestros campesinos.

La de Muller en aquellos años es más que digna de novela y serviría para explicar la historia del continente entonces: comenzó a fotografiar en Hungría y escapó del avance alemán primero en Francia, donde solo pudo permanecer un año, hasta que ese país entró en guerra; sin embargo, esos meses le permitieron conocer a artistas como Picasso y experimentar una libertad olvidada. Su estancia en Portugal fue también breve, al ser encarcelado bajo la dictadura de Salazar y quedar obligado a marcharse después; Tánger sería su nueva residencia, donde abrió un estudio fotográfico dedicado al retrato y pudo exponer su trabajo, hasta que finalmente se asentó en Madrid, ya a fines de los cuarenta.

Nicolás Muller. Grupo de niñas. Tánger, 1945. Fondo Ana Muller
Nicolás Muller. Grupo de niñas. Tánger, 1945. Fondo Ana Muller

Aquí consolidaría su trayectoria. Obtuvo la nacionalidad española, su nuevo estudio estuvo en el Paseo de la Castellana y participó en numerosas tertulias intelectuales; por su objetivo pasaron Camilo José Cela, Ortega y Gasset (su mentor desde Revista de Occidente, que alabó su luz domesticada), Julián Marías, Menéndez Pidal, Laín Entralgo, Wenceslao Fernández Flórez o Pío Baroja, de quienes realizó retratos que ya son emblemas. Tras su retiro en Asturias fue su hija quien siguió su estela con la cámara y a la que le debemos estos hallazgos.

Fernando Vela, secretario de Ortega, definió con precisión su trabajo: La fotografía de Nicolás Muller es pura, capaz de extraer el alma de las cosas y con un nítido perfil de autor. Lo cotidiano fue el centro de su obra; subrayó su verdad e incidió en su belleza, trabajando en blanco y negro y optando por los formatos cuadrados justamente para terminar facilitando la tarea a sus clientes. Además de en los trabajadores esforzados, se fijó especialmente en ancianos y niños, de rostros especialmente expresivos; es inevitable pensar que su espíritu tiene mucho de humanista, que en su mente estuvo captar condiciones humanas particulares y generales en circunstancias concretas y que se mantuvo siempre lejos de pretensiones e impostación.

Nicolás Muller. Comida de empresa. Madrid, 1950. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Fondo Nicolás Muller
Nicolás Muller. Comida de empresa. Madrid, 1950. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Fondo Nicolás Muller

 

 

Nicolás Muller. “La mirada comprometida”

MUSEO BARJOLA

c/ Trinidad, 17

Gijón

Del 1 de julio al 22 de agosto de 2021

 

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