Hace un lustro, y justo en estas fechas, el jamaicano Nari Ward presentaba su primera gran muestra en Nueva York, en su New Museum: bajo el título de “We the people”, recordaba aquella exposición cómo su trayectoria se inició a principios de los noventa, cuando comenzó a idear piezas derivadas de la acumulación y la reutilización de cantidades ingentes de materiales humildes que aludían tanto a las tradiciones populares de su país como a las prácticas creativas de reciclaje que conoció en su infancia y juventud, además de a las texturas de los elementos constructivos más habituales en Harlem, donde Ward reside y trabaja.
Antes de iniciar sus procesos manuales, este autor investiga microhistorias de lugares concretos, separados a veces por miles de kilómetros, para tratar de encontrar conexiones inesperadas entre comunidades geográficamente distantes y culturalmente distintas, prestando atención a las tensiones que en cada una de ellas se generan entre los hábitos tradicionales y la modernidad. Además de Jamaica, Nueva York ha sido una fuente fundamental en esas indagaciones, especialmente el citado barrio de Harlem, que le ha proporcionado tanto temas como materia prima.
Sus esculturas más tempranas las llevó a cabo con elementos recogidos de sus calles o edificios abandonados; hablamos de cochecitos de bebés usados a menudo por personas sin hogar para transportar sus pertenencias, mangueras contra incendios, biberones o carritos de la compra. Seleccionaba Ward estos objetos por su conexión con vidas individuales o historias vecinales, por su posible valor metafórico y por los relatos que podían evocar en relación con una cotidianidad a la vez íntima, colectiva y urbana.
Su producción desde aquellos primeros años noventa ha evolucionado al ritmo que Harlem y los periódicos le marcan: viene abordando realidades políticas y sociales complejas, pegadas a su tiempo y cuyas implicaciones no son únicamente neoyorquinas ni estadounidenses. En sus trabajos, más allá de la técnica que emplee, encontramos referencias a la gentrificación de la que su barrio ha sido objeto en las últimas décadas y también al convulso estado político actual de Estados Unidos; se sirve del lenguaje y de recursos arquitectónicos y formas escultóricas muy diversas para reflexionar sobre la vigencia del racismo o el ejercicio del poder, sobre el imperio del consumismo, la pervivencia o no de las identidades nacionales y los efectos de las migraciones y, también, sobre memoria histórica e imaginarios colectivos o sobre el sentido de pertenencia a una comunidad frente a un individualismo en horas altas. No obstante, Ward no busca ofrecer en sus trabajos significados cerrados: las interpretaciones quedan intencionadamente abiertas para que el espectador, en su contexto específico, pueda sentirse apelado. Ha percibido el artista que en Europa y América manejamos percepciones distintas, muy frecuentemente, de lo que nos transmiten esos objetos encontrados.
Una selección de sus proyectos, a medio camino entre la espiritualidad y el propósito conceptual, entre el tiempo pasado y los asuntos contemporáneos y urgentes, se exhibe hasta el próximo julio en Milán, en Pirelli HangarBicocca y bajo el comisariado de Roberta Tenconi y Lucia Aspesi. “Ground Break”, que así se llama esta nueva antología, hace hincapié en sus propuestas performativas, en las nacidas de colaboraciones y en las que implican una dimensión temporal: se trata de vídeos, trabajos sonoros, esculturas e instalaciones datados a lo largo de tres décadas; en algunos casos, veremos igualmente producciones recientes.
El eje narrativo del recorrido lo marcan las instalaciones a gran escala que este autor realizó originalmente entre 1996 y 2000 para la coreografía, concebida para la danza y el teatro, Geography Trilogy de Ralph Lemon, que pudo disfrutarse por primera vez en el Walker Art Center en 1997; hablamos de Geography Bottle Curtain, Geography Pallets, Geography Bedsprings y Geography Temperature Curtain. Ligadas a los conflictos territoriales, a la convivencia entre culturas y a los efectos del colonialismo a largo plazo, aquí se presentan en un entorno expositivo por primera vez desde entonces: articularán una suerte de nueva coreografía al relacionarse con el resto de esculturas, vídeos e instalaciones, y junto a los visitantes y su propio movimiento; además, un programa de performances y acciones participativas viene desarrollándose acompañando a la muestra desde el pasado marzo (las próximas tendrán lugar los días 13, 14 y 21 de abril, 5 y 19 de mayo, 9 de junio y 7 de julio).
En la pieza que da título a la exhibición, fechada este mismo año y realizada por encargo del centro milanés, Ward se interesa por la noción de monumento callejero como dispositivo para el intercambio devocional y espiritual en relación con la memoria colectiva de una comunidad. Supone una versión nueva y ampliada de una obra suya anterior, Ground (in Progress) (2015) -que constaba de alrededor de 4.000 ladrillos revestidos de cobre dispuestos en el suelo, componiendo un patrón abstracto con significado simbólico-, y por su nombre remite a periodos de perturbación y cambio que parecen inestables y precarios, pero que pueden generar esperanza, recuerdos alternativos y nuevas posibilidades de existencia; quizá sea el caso de los últimos años.
Asimismo, por primera vez se exhiben juntos y en pantallas LED tres vídeos importantes en la trayectoria del jamaicano: Father and Sons (2010), Jaunt (2011) y Spellbound (2015), relativos a la historia personal del artista, al pasado colonial, al sentido de sacrificio y de pertenencia o a su comprensión de la justicia social.
Nari Ward. “Ground Break”
Via Chiese 2
Milán
Del 28 de marzo al 28 de julio de 2024
