Murillo y los barrocos andaluces: maneras de contar

El Prado expone ciclos narrativos de Murillo, Antonio del Castillo y Valdés Leal

Madrid,

Las series ocuparon un lugar fundamental en la pintura española del siglo XVII y estuvieron muy presentes en las colecciones de la realeza y de las instituciones religiosas y también en los fondos particulares; a día de hoy, muchas de ellas, sobre todo las que quedaron en manos privadas, se encuentran dispersas, debido a herencias y otros repartos. Dos de las que se mantienen aún íntegras, realizadas además en fechas cercanas entre sí y por autores andaluces, las muestra hasta el próximo enero el Museo del Prado: se trata de la que Bartolomé Esteban Murillo dedicó a la parábola del hijo pródigo (procedente de la National Gallery de Dublín) y la que Antonio del Castillo brindó al relato del abandono del patriarca José por sus hermanos y su posterior perdón, siendo aquel ya gobernador de Egipto.

Estos trabajos se acompañan en la exhibición de otros de Valdés Leal que integraron una serie sobre la vida de san Ambrosio y también de pinturas de Murillo y Del Castillo, el mismo Valdés Leal, Alonso Cano y Juan de Sevilla que formaron, a veces, parte de series que han quedado disgregadas pero que nos permiten, en cualquier caso, comprobar el buen hacer de estos artistas a la hora de narrar, aunque hoy no podamos contemplarlas en su contexto inicial.

Componen así la exposición “El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz”, comisariada por Javier Portús, Jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1800) del Museo, una treintena de piezas procedentes de la citada National Gallery irlandesa, de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, los Museos de Bellas Artes de Asturias y Sevilla, la Biblioteca Nacional de España y sobre todo del propio Prado. Unas y otras vienen a subrayar la representatividad que adquirieron esas series narrativas en la pintura barroca española y, sobre todo, andaluza; la maestría que en esta tipología lograron los autores representados y también el gusto por ese relatar sobre tela que se desarrolló entre una clientela muy diversa; conviene recordar que la mayoría de estas obras, de tamaño mediano, se llevaron a cabo por encargo de comitentes particulares para decorar sus viviendas u oratorios.

Tuvieron en común igualmente, aquellas series, el desarrollar historias de origen bíblico, o con propósito hagiográfico, acogiendo biografías más o menos completas de ciertos personajes o bien determinadas etapas de las mismas; también el presentar, y quizá se hace especialmente patente en el caso de Valdés Leal y su vida de san Ambrosio, alusiones y referencias a los códigos e inquietudes espirituales o culturales de los promotores, en forma de modelos de sus figuras o de detalles relativos a la cultura material de su época.

La muestra demanda por tanto, a los espectadores, una mirada lenta, atenta a las aportaciones al relato de los objetos y los segundos planos; en definitiva, un acercamiento a la pintura más cercano al existente hace cuatro siglos que al más extendido hoy día, cuando solemos conceder a los lienzos entidad individual.

Antonio del Castillo. José ordena la prisión de Simeón, hacia 1650. Museo Nacional del Prado
Antonio del Castillo. José ordena la prisión de Simeón, hacia 1650. Museo Nacional del Prado

El recorrido comienza presentándonos La historia de José en Egipto de Del Castillo, serie inspirada en una narración del Génesis a menudo considerada antecedente del relato de la vida de Jesucristo y plena de tintes novelescos, de ahí que suscitará el interés de diversos literatos, además del de artistas y público. José, el preferido entre sus hijos por Jacob, fue entregado a unos mercaderes por sus hermanos, que lo envidiaban e inicialmente incluso planearon matarlo. Aquellos mercaderes, a su vez, lo vendieron al ministro del faraón, Putifar, cuya mujer le acusó falsamente de intentar seducirla. Se vio en prisión, pero sus dones proféticos, prudencia y sabiduría le llevaron al gobierno de Egipto; desde él, perdonó a sus hermanos. La historia, como se percibe fácilmente, aúna mensaje moral y aventuras.

En la serie del pintor cordobés, encargada por un cliente privado, destaca la importancia del paisaje, que por momentos parece adquirir tanto peso como el contenido de sus imágenes. Se hace patente, asimismo, su buen hacer al manejar la gestualidad y la captación de emociones en las figuras y su dinamismo y fluidez al encadenar episodios de esa vida de José.

En cuanto a la parábola del hijo pródigo interpretada por Murillo, eje de la muestra, hay que recordar que forma parte del evangelio de san Lucas y que ayer y hoy simboliza valores esenciales del cristianismo, como el perdón y la prudencia, desde la perspectiva cotidiana que le concede el referirse a una situación familiar con la que tantos podrían identificarse. Fácilmente comprensible por un público amplio y artísticamente susceptible de un abundante despliegue dramático, resulta también fácil de resumir y Murillo logra ambas vertientes: dar testimonio de su manejo maestro de la emotividad y compendiar el relato, en su caso para el Hospital de la Caridad hispalense.

La presentación de estas obras, llegadas como decíamos de Irlanda, en el Prado es noticia notable por varias razones: se trata del principal ciclo narrativo para comitente privado que se conserva del autor y es su única serie custodiada al completo en una misma colección. Murillo eligió representar esta historia vertebrándola en seis momentos fundamentales que permiten identificar sin problemas la narración y los valores que propone.

Cuatro pequeños cuadros, riccordi antes tenidos por ensayos, del mismo Murillo y pertenecientes al Prado pueden contemplarse junto a las imágenes de la National Gallery, así como grabados de Jacques Callot sobre la misma parábola que contienen detalles compositivos inspirados en el andaluz, como se aprecia sobre todo en la escena en que el hijo disoluto y absuelto es expulsado del círculo de cortesanas a quienes no pagaba o en la de su arrepentimiento. Hay que tener en cuenta que, en el siglo XVII, la transmisión de motivos y narraciones mediante estampas era muy habitual, y ocurrió también en los casos de estos artistas.

Murillo. El hijo pródigo expulsado por las cortesanas, hacia 1660-1665. National Gallery of Ireland
Murillo. El hijo pródigo expulsado por las cortesanas, hacia 1660-1665. National Gallery of Ireland
Murillo. El hijo pródigo abandonado (El hijo pródigo apacienta a los cerdos) , hacia 1660-1665. National Gallery of Ireland
Murillo. El hijo pródigo abandonado (El hijo pródigo apacienta a los cerdos)  hacia 1660-1665. National Gallery of Ireland

La tercera serie recogida en el Prado es La vida de san Ambrosio de Valdés Leal. El santo fue precursor, en la historia de la Iglesia, en conceder primacía al poder divino sobre el terrenal y también alcanzó prestigio como escritor de sermones. Noble por origen familiar, fue gobernador de Liguria y Emilia y dirimió con buen tino las disputas entre católicos y arrianos, razón esta última de que fuera nombrado obispo. Como tal, defendió los derechos de la Iglesia ante el imperio de Teodosio.

Cuando Valdés Leal, sevillano como Murillo, recibió el encargo de llevar su vida a lienzos por parte del arzobispo Ambrosio Ignacio Spínola, era uno de los pintores más activos en esa ciudad. Es probable que las piezas de esta serie, destinada al oratorio privado de este en el Palacio Arzobispal, fuesen siete, pero nos han llegado dispersas y ha cobrado, con el tiempo, mayor relevancia entre ellas la que recoge el enfrentamiento entre santo y emperador, aunque al espectador le llamará sobre todo la atención la centrada en la supuesta atracción de las abejas por la boca del santo en la cuna, anticipando su don de palabra.

El arzobispo sevillano presta, como era habitual en estos casos y más aún al compartir nombre, sus rasgos al retratado y también se hacen evidentes las referencias arquitectónicas sevillanas.

Valdés Leal. San Ambrosio niega al emperador Teodosio la entrada al templo, hacia 1673. Museo Nacional del Prado
Valdés Leal. San Ambrosio niega al emperador Teodosio la entrada al templo, hacia 1673. Museo Nacional del Prado

Una última sección de esta exposición nos ofrece pinturas que o bien pertenecieron a series o bien comparten contexto histórico, particular o compositivo con las obras anteriores; hablamos de lienzos que incorporan narratividad en torno a pozos o banquetes, como escenarios ambos de sociabilidad antes de la industrialización. Pertenecen a cinco autores distintos ligados a Andalucía, de modo que el Prado nos da la oportunidad de comparar sus estilos a la hora de usar el pincel y de contar encuentros: se trata de los ya representados Murillo, Del Castillo y Valdés Leal y de Juan de Sevilla y Alonso Cano.

Los pozos les ofrecieron, además, la oportunidad de cultivar el paisaje; los banquetes, de desplegar su maestría en la naturaleza muerta. Unos y otros dan cuenta de los usos y costumbres de un tiempo y también nos proporcionan la ocasión de ahondar en la representación de afectos y emociones.

Alonso Cano. Cristo y la samaritana, hacia 1635-1637. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Alonso Cano. Cristo y la samaritana, hacia 1635-1637. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

 

 

“El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Paseo del Prado, s/n

Madrid

Del 21 de septiembre de 2021 al 23 de enero de 2022

 

 

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