Mark Rothko y el mirar temerario

El Museo de Bellas Artes de Boston subraya el carácter envolvente de sus obras

Boston,

Fue el representante más refinado de la pintura de campos de color (la corriente expresionista del Color Field Painting) y en los últimos años de la década de los cuarenta nos dio sus imágenes más celebradas y evocadoras de sosiego: superficies llenas de color, normalmente con dos grandes manchas dominantes, en las que ninguna de las tonalidades parece sólida, porque tras ellas se adivinan, con técnicas de veladuras, otras posibilidades cromáticas.

Destacan por su simplicidad y por una sutileza que parece condensar, para quienes tienen el privilegio de contemplarlas de cerca y sin demasiada multitud, el misterio de lo sobrenatural.

Se han interpretado como paisajes, un aspecto muy revelador en el contexto estadounidense, donde se asocia este género a la sublimidad de forma más intensa que en Europa, de hecho Rosenblum señaló la relación entre el concepto estético de lo sublime presente en el paisajismo nórdico romántico con el expresionismo abstracto norteamericano.

En una etapa, la posterior a la II Guerra Mundial, en la que lo religioso parecía estar de retirada, el anhelo -consustancial a la naturaleza humana- de lo sobrenatural se manifestaba en el arte y en la pintura abstracta, y en producciones como la de Rothko de forma muy clara.

Su actitud de replegarse hacia el interior en lugar de mirar hacia afuera en busca de temas es común a otros expresionistas abstractos, pero Rothko (también Pollock o De Kooning) se diferenciaron de ellos por su búsqueda de una pintura de significación universal y trascendente.

Todos los pintores de la Escuela de Nueva York defendían la idea de que también las imágenes abstractas tenían un significado, aunque este no se tradujera en los términos habituales; Rothko añade a esa creencia una clara connotación espiritual, no vinculada a ninguna religión concreta, quizá a todas. Lo demostró en su Capilla de Houston, en la que quiso crear un espacio de comunicación íntima con el espectador, alcanzando con él un nivel de diálogo que superase la subjetividad individual y las conexiones con las particularidades y vicisitudes de la vida ordinaria.

Se trataba de conseguir un climax de espiritualidad similar al de espacios como la capilla Pazzi, y también una experiencia de sublimidad comparable a la de los paisajes de Friedrich. Pese al esplendor logrado, Rothko se enfrentó a problemas para satisfacer esa necesidad de evocar lo metafísico y que su arte pudiera resultan tan revelador y taumatúrgico como el del pasado sin apelar a monstruos ni dioses.

El aura de la capilla Houston no es exportable, pero el Museo de Bellas Artes de Boston quiere demostrarnos que el carácter inmersivo es intrínseco a la obra de Rothko: si no nos involucramos emocionalmente en sus campos cromáticos, no estamos mirando bien. Ya lo decía el pintor: una pintura no es una representación de una experiencia, sino una experiencia en sí misma.

Mark Rothko. Untitled, 1955
Mark Rothko. Untitled, 1955

A ese centro de Boston ha cedido la National Gallery de Washington once trabajos fundamentales del artista para articular a partir de ellos una exposición envolvente por definición.  Se trata de pinturas a gran escala, el formato preferido de los expresionistas abstractos, que se exhiben al público como Rothko quiso mostrarlas inicialmente: buscando que el espectador se sumerja en una actividad más íntima, incluso temeraria, que la mera observación.

Junto a estas obras, pueden verse otras que forman parte de la propia colección del MFA de Boston y que son representativas del conjunto de su carrera, desde sus primeras composiciones surrealistas a los lienzos luminosos y de vivo cromatismo de su madurez y las llamadas “pinturas negras” en las que trabajó al final de su vida. Juntas, unas y otras trazan el desarrollo de una búsqueda muy personal: la de lograr la emocionalidad a partir del color.

Para subrayar cómo, además, Rothko llevó a cabo una honda reflexión sobre el acto de pintar, su obra temprana Thru the Window, datada en 1938-1939 y expuesta al público en Estados Unidos por primera vez, se exhibe junto a El artista en su estudio, una de las obras maestras de Rembrandt, fechada hacia 1628. Ambas comparten temática e interés de fondo: la divagación en torno al acto creativo.

Contemplar una y otra unidas prueba que, pese a las convenciones que apuntan a que la obra de Rothko supuso una ruptura dramática con el pasado, nada de este le era ajeno; que trabajó, como no podía ser de otro modo, partiendo de una tradición más larga.

 

“Mark Rothko: Reflection”

MUSEUM OF FINE ARTS, BOSTON

Avenue of the Arts

465 Huntington Avenue

Boston

Del 24 de septiembre de 2017 al 1 de julio de 2018

 

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