El Museo del Prado ha iniciado hoy un nuevo modelo de exposición de pequeño formato que completará los que ya dedica a sus obras restauradas y a las invitadas: dos veces al año, previsiblemente en primavera y otoño, realizará presentaciones de sus adquisiciones más relevantes, exponiéndolas en las salas donde van a mostrarse habitualmente en el caso de que su estado de conversación y sus características lo permitan.
De esa primera exposición de las obras que recientemente han pasado a completar las colecciones de la pinacoteca podemos ya disfrutar: la componen el óleo sobre cobre San Juan Bautista en un paisaje, de Maíno, que continuará mostrándose al público en su ubicación actual de forma permanente; de la lámina de cobre grabada a buril por Gregorio Fosman Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid y de la acuarela de Luis Paret La celestina y los enamorados; estas dos últimas se exhibirán en principio durante tres o cuatro meses, y con posterioridad ocasionalmente.
La obra de Maíno, de pequeño formato (aproximadamente 20 x 12 centímetros), la dio a conocer Enriqueta Harris en 1935, en sus Aportaciones para el estudio de Juan Bautista Maíno, pero no se conocía su localización desde entonces y no pudo formar parte de la gran exposición que el Prado dedicó al pintor de Pastrana en 2009. Después de que sus propietarios, privados, solicitaran para la pieza un permiso de exportación, el Estado ejerció su derecho de compra preferente en 2017 (por 375.000 euros) y así ha pasado a los fondos del Prado, donde ahora se exhibe en una vitrina que permite que el espectador se acerque lo suficiente para observar la obra en detalle sin comprometer su conservación.
Se trata, como decíamos, de un óleo sobre cobre al que se añadió una cubrición de plata; técnica que también empleó Reni y que los coleccionistas italianos consideraban extraordinaria en el siglo XVII. Hablamos de una joya, tanto en ese sentido meramente suntuario como por la calidad de la pintura, su luz poética y su nivel de detalle: si os fijáis bien – muy bien- encontraréis pájaros o ciervos bebiendo agua imperceptibles en un primer vistazo; parecen realizados con pinceles de dos pelos. Fue una de las cinco únicas obras que Maíno firmó y contiene, pese a lo reducido de su tamaño, las grandes novedades de la pintura del momento: se aprecia la influencia del San Juan Bautista de Caravaggio y también la impronta de los artistas romanos que en aquellos años trabajaban en el ámbito del paisaje desde un enfoque autónomo y poético, como Carracci o Polidoro da Caravaggio.
Según Leticia Ruiz, Jefe del Departamento de Pintura Española del Renacimiento del Prado, Maíno probablemente la realizara en Roma hacia 1610, dado que aún no firmaba como Fray. En la sala donde podemos contemplarla, la 7A, la rodean otras obras suyas de entonces, algunas con paisajes destacados; hay que recordar que Maíno fue uno de los primeros pintores en cultivarlos como género autónomo en nuestro país. Son una decena las obras del pintor que el Prado expone habitualmente al público, a las que ahora se suma esta; dos más se encuentran en depósito en Vilanova i la Geltrú y otra se guarda en los almacenes del museo.
La segunda adquisición reciente del Prado que se expone en el centro desde hoy, en la sala 16A, tiene estrecha relación con la muestra que conmemorará el cuarto centenario de la Plaza Mayor madrileña en el Museo de Historia de la calle Fuencarral. A iniciativa de la comisaria de esa próxima exhibición, Beatriz Blasco Esquivias, y dado que esta pieza no formará parte de ella porque no puede salir del Prado, se ha decidido exponerla en paralelo a esa otra exhibición que se titulará “La Plaza Mayor: retrato y máscara de Madrid”.
Hablamos de una lámina de cobre grabada a buril por Gregorio Fosman que serviría para llevar a cabo una de las estampas que ilustran el libro del alcaide de la Inquisición José del Olmo que relaciona los pormenores del Auto de fe de 1680 en Madrid. Ese volumen forma parte de la Biblioteca del museo y la lámina, tres años después, inspiraría la gran pintura de Francisco Rizi Auto de Fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid, que podemos ver en la pinacoteca justo detrás de la vitrina donde se muestra la lámina.
Lo habitual era que este tipo de piezas de cobre se perdieran al reutilizarse tras servir a su finalidad directa, pero esta de Fosman, datada en el mismo año 1680, ha podido perdurar quizá porque en su dorso aparece la copia de la copia de una pintura de Correggio: La Madonna del conejo o La zingarella. Su original se encuentra en el Museo napolitano de Capodimonte y la copia primera en El Escorial. Ese dorso no podemos verlo ahora, porque en este caso interesaba resaltar la relación de la lámina con la obra de Rizi, pero es posible que en un futuro sí se exhiba.
Se desconoce quién es el autor de esa copia de la copia, pero en una próxima conferencia sobre esta obra en el Prado se apuntarán opciones (si estáis interesados, sabed que será el domingo, 27 de mayo, a las 12:00. La impartirá Margarita Vázquez).
El coste de esta obra ha sido de 6.000 euros, sufragados con fondos del museo, y tenemos también que subrayar su valor documental a la hora de mostrar los pormenores de un auto de fe, actos a medio camino entre lo religioso y lo político, dada la presencia del Rey y de buena parte de la Corte. Contiene la lámina una relación de los presentes y de algunos ajusticiados en ese auto general que tuvo lugar en la Plaza Mayor por iniciativa de Carlos II. Fueron 120 los reos.
Por último, la acuarela de Luis Paret La celestina y los enamorados, expuesta en la Sala 93, fue adquirida por el Estado en 2017 y se presenta ahora en el Prado coincidiendo con la exposición que la Biblioteca Nacional va a dedicar, desde el 25 de mayo, a los dibujos del pintor madrileño, uno de los artistas españoles más próximos al rococó francés. El Prado ha cedido a esta institución algunos de sus dibujos de Paret.
Se dice de esta obra que es una de las mejores acuarelas españolas del siglo XVIII por la calidad de su factura y por lo especial de su temática. José Manuel Matilla ha recordado hoy que el artista fue deportado a Puerto Rico por, supuestamente, proporcionar mujeres al infante don Luis y el hecho tiene cierta relación con este trabajo, excepcional por lo infrecuente de su formato (rodean a la acuarela en el museo pinturas del mismo tamaño o más pequeñas de Paret, entre estas últimas Joven durmiendo en una hamaca) y por el hecho de tratarse de una obra acabada y autónoma, concebida incluso para colgarse con marco dorado, pese a ser el papel el soporte más habitualmente empleado, aún entonces, para bocetos y ensayos -y así sería hasta el siglo siguiente-.
Su asunto de fondo también es reseñable por su carácter anticipatorio: la acuarela se fecha en 1784 y aborda temas que cultivaría, más de una década después, Goya en sus Caprichos. Paret, contemporáneo al aragonés, contó con La Celestina de Rojas en su biblioteca y fue procesado por ello, dado que la Inquisición había prohibido la novela. Está claro que la leyó, porque tanto la figura de la alcahueta como el ambiente decrépito que la rodea se inspiran en ella.
Vemos en la acuarela objetos viejos que ya se habían pasado de moda en 1784, un murciélago, una gata que solo puede ser hembra por sus tres colores, un gallo muerto, un bucráneo, flores de adormidera (con fines previsibles), tarros para preparar brebajes amorosos… y, sobre todo, al fondo, una pareja que se susurra al oído frente a una cama: retrata Paret un submundo oculto de supersticiones que inspiraría a Goya y después a muchos románticos.
Fernando de Rojas aportó al pintor las fuentes temáticas; las propiamente artísticas le llegaron del grabador francés Jean-Baptiste Le Prince, que en 1785 publicó su última serie de estampas. Una de ellas era El tacto, en la que un médico toma el pulso a una anciana mientras al fondo unos jóvenes disfrutan en actitud amorosa.
Es posible -ha explicado Matilla- que esta celestina la pintara Paret para el infante don Luis, dado su atrevimiento. Su coste ha sido de 130.000 euros y, antes de que el Estado la donara al Prado, perteneció al historiador del arte José Milicua; fueron sus herederos quienes la pusieron a la venta.
Si queréis conocer mejor a Paret, sabed que el Prado expone su colección de pinturas de este autor al completo; no así sus dibujos, más delicados, caracterizados por su virtuosismo técnico y su elegancia.
En otoño tendremos más noticias -y os las contaremos- de las recientes adquisiciones del Prado, que, como ha explicado Matilla y como prueban estas piezas, buscan completar sus colecciones, cerrar en torno a ellas círculos abiertos y ofrecer al público una visión lo más panorámica posible de la obra de sus artistas.
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