Una década después de que la Albertina vienesa brindara a Lee Miller una antología que prestaba especial atención a su trabajo durante la II Guerra Mundial, es la Tate Britain la que acoge, hasta el próximo febrero, la mayor retrospectiva organizada hasta ahora de esta artista, incidiendo en que su carácter intrépido y su afán por la experimentación nos proporcionarían algunas de las imágenes mas representativas de la primera mitad del siglo XX, y también en el carácter multifacético de su obra desde sus incursiones primeras en el surrealismo. Podemos ver en Londres más de dos centenares de fotografías, algunas inéditas, junto a material de archivo y documentación.
Nacida en 1907 en Poughkeepsie, en el Estado de Nueva York, Miller estudió escenografía y pintura, pero convertirse en modelo profesional (Beaton y Steichen la retrataron) le llevó finalmente a tomar la cámara. En esos primeros pasos posando arranca justamente la exhibición londinense, que recuerda que en 1929 se estableció en París y comenzó a trabajar mano a mano con Man Ray, conjugando la impronta surrealista con la experimentación técnica en un período que fue para ellos de intenso intercambio creativo. Juntos alumbraron la solarización, procedimiento que permite generar efectos de halo invertido mediante la exposición a la luz durante el revelado; uno de sus frutos lo encontraremos en la recién descubierta Sirène (Nimet Eloui Bey) (hacia 1930-1932). Paralelamente a sus investigaciones con Ray, Miller también se empleó como aprendiz en la edición francesa de Vogue, abrió su propio estudio fotográfico comercial y protagonizó el film surrealista de Jean Cocteau, fundamental, Le Sang d’un poète (1930), del que pueden verse extractos en la Tate.

A principios de la década de los treinta, Miller estaba ya, por tanto, plenamente inmersa en los círculos vanguardistas de París. Dirigía su objetivo hacia las calles de la ciudad y tomó fotografías que capturaban lo surrealista en lo cotidiano: un ejemplo temprano nos enseña una red de alquitrán semicoagulado que rezuma por el pavimento hacia un par de pies anónimos. Valiéndose de recortes, ángulos desorientadores y reflejos, la americana reimaginaba los paisajes parisinos para todos familiares, desde la Catedral de Notre Dame hasta un escaparate de Guerlain.
A su regreso a Nueva York, en 1932 y asentados sus pasos creativos, fundó Lee Miller Studios Inc. e inauguró su primera exposición individual. Tanto en Estados Unidos como en Europa, expondría en adelante regularmente junto a otros pioneros de la fotografía moderna, y su obra se publicaría en un buen número de revistas y periódicos artísticos. Tras desplazarse a El Cairo en 1934, continuó utilizando su cámara como herramienta de exploración: en la Tate Britain nos espera su célebre imagen onírica Oasis de Siwa, Retrato del Espacio (1937), junto con sus miradas a El Cairo contemporáneo, el desierto egipcio, la Siria rural y Rumanía -algunos de estos trabajos nunca antes se habían exhibido-.

Para entonces, Miller contaba ya con una amplia red transnacional de amigos; en Londres contemplaremos sus lúdicos retratos de artistas, escritores, actores y cineastas, como Charlie Chaplin y Leonora Carrington. El estallido de la II Guerra Mundial le llevó a mudarse justamente a Londres, donde rápidamente se convirtió en una destacada fotógrafa de moda, ahora para la revista Vogue británica, pero no dejó de atender a una actualidad de la que era imposible sustraerse. En la capital inglesa devastada por los bombardeos llevó a cabo You will not lunch in Charlotte Street today (1940) y Fire Masks (1941), que transmiten el patetismo y el absurdo de la ciudad en tiempos de guerra.

Miller se convirtió en una de las pocas corresponsales acreditadas y documentó, no solo las contribuciones de las mujeres en la retaguardia, sino también escenas desgarradoras del frente, así como la devastación y la privación que, tras la liberación, se padeció en Francia, Alemania, Luxemburgo, Bélgica, Dinamarca, Austria, Hungría y Rumanía. Presentadas en diálogo con extractos de sus vívidos ensayos en primera persona, publicados en las versiones británica y estadounidense de Vogue, estas fotografías exploran las brutales realidades del conflicto y sus consecuencias. La exposición también incluye los retratos de Miller y David E. Scherman en el baño privado de Hitler en abril de 1945; constituyeron un gesto performativo radical, llevado a cabo justo después de que la pareja regresara de fotografiar los campos de concentración de Dachau y Buchenwald.
Por el horror que nos muestran, sus imágenes de los campos parecen rayar cierta estética de lo irreal: nuestra vista sólo puede defenderse ante las pilas de cadáveres escuálidos contemplándolas como imágenes surreales. En ningún momento pensó en no herir sensibilidades: ella quiso que el espectador no retirara los ojos, que se creyera lo que veía porque existió frente a su cámara. Creánselo, decía.

En los años posteriores a 1945, Miller mantuvo una estrecha relación con un círculo internacional de amigos artistas: desde Isamu Noguchi en Nueva York y Dorothea Tanning en Arizona, hasta Henry Moore y Jean Dubuffet, que visitaron Farley Farm, la casa de esta autora en Sussex; sus retratos se encuentran entre sus creaciones más impactantes de posguerra. Antes de abandonar la exposición, los visitantes podrán ver un raro autorretrato de 1950 que muestra a Miller posando precariamente en una escalera entre dos espejos en el estudio londinense de Oskar Kokoschka. Mirando directamente al objetivo de su cámara, rodeada de obras de arte, se captura a sí misma como artista entre artistas.
Las galerías Tate, por cierto, tendrán nueva dirección en 2026. Maria Balshaw, su directora desde 2017, ha anunciado su retirada del cargo en la próxima primavera.


Lee Miller
Millbank, SW1P 4RG
Londres
Hasta el 15 de febrero de 2026
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