Solo permaneció doce años en activo, aproximadamente desde 1960 hasta 1972, pero fueron suficientes para que la artista estadounidense Lee Lozano forjara una producción marcada, de un lado, por rechazos y transgresiones y, de otro, por silencios y evasiones, por la autoexclusión voluntaria que tantos artistas han cultivado con unos y otros resultados en la época contemporánea.
En la mayoría de sus trabajos plasmó su muy personal y radical visión del cuerpo y la sexualidad, partiendo de un sentido estético nunca apacible que desafiaba las aún dominantes convenciones del buen gusto y cuestionaba las distancias entre el arte y la vida, lo privado y lo público, lo político y lo íntimo: repudió todo lo no presente en el ámbito de la vivencia y también cualquier idealización. Ella optó por mostrar objetos, cuerpos y fragmentos en su materialidad más física y descarnada, aunando lo orgánico y lo mecánico en puzles desconcertantes.
Pese a la evidente individualidad de su obra, es imposible desligarla de su contexto: de las filosofías de lo lúdico y los deseos de libertad de los sesenta y también de influencias como la de Herbert Marcuse y su Eros y civilización, ensayo que hablaba de la sexualidad “polimorfa perversa” y reivindicaba el placer y la gratificación de los instintos frente al trabajo útil. No es difícil tampoco encontrar ecos pop en sus piezas más sexuales de los comienzos, huellas minimalistas en sus pinturas de gran formato y profundizaciones en lo conceptual en sus pinturas últimas, perforadas y austeras, y sus textos. No obstante, no podemos adscribir a Lozano a ninguna de estas corrientes: mantuvo posiciones críticas respecto a ellas, como hacia cualquier marco instituido.
Repudió todo lo no presente en el ámbito de la vivencia y también cualquier idealización
En sus obras pictóricas de su primera etapa, recién iniciada la década de los sesenta, desarrolló iconografías contrarias a la ortodoxia: representaciones de genitales, imágenes de una sexualidad visceral en las que vincula zonas erógenas del cuerpo a elementos transmisores de energía, como enchufes, y nos habla de un placer sin propósito.
Aproximadamente a partir de 1963 comenzó a aproximarse al minimalismo y hacia la abstracción, en pinturas que amplían sus formatos y en las que la pincelada autónoma dio paso a una pátina mate que imprime valor icónico a los objetos, representados a partir de escorzos y detalles sesgados Lo erótico permanece, pero mitigado. Y su última vuelta de tuerca llegaría desde 1965: comenzó a investigar la espacialidad y las posibles cualidades verbales de sus trabajos, a los que en ocasiones incorporó títulos con connotaciones psicosexuales.
A la artista siempre le fascinó la energía (Ezra Pound la había asociado con el arte, por su capacidad de transferirse hasta fusionarse) y decidió evocarla al franquear cavidades de los espacios abiertos y llevarla también a sus escritos, espontáneos y muy reveladores de sus intereses.
En algunas de sus obras finales incorporó muescas para hacer presente en su obra el tiempo y el azar, introduciendo puntos de fuga que remiten a la voluntad de Lozano de escapar al sistema. Consciente de que este estaba asumiendo la crítica contra el mismo y las alternativas transformadoras; de que, dado su poder, las prácticas revolucionarias contribuían a reproducir el orden contra el que se rebelaban, la creadora americana eligió intentar bajarse del tren en marcha, retirarse de la actividad artística como única salida para no ser absorbida por la mecánica institucional. Decía Susan Sontag que la actitud más seria en relación al arte es la que lo reconoce como un medio de algo que quizá solo puede ser logrado abandonando el arte.
La muestra del Reina Sofía se nutre de obras procedentes de museos americanos, colecciones particulares y del legado de la artista y sigue un orden cronológico, aunque no estricto, porque se cierra con la serie Wave Paintings, dado que las piezas que la componen necesitan contemplarse en una sala a oscuras.
La realizó en 1969, cuando se encontraba en el cénit de su carrera, y la expuso en el Whitney Museum de Nueva York al año siguiente. Consta de once trabajos que demandaron de la artista un gran esfuerzo físico: todos las llevó a cabo bajo el efecto de las drogas, la última de ellas de pie durante 52 horas, lo que otorga al conjunto un aire alucinatorio. Antes de realizarlas, Lozano había investigado el fenómeno de las ondas electromagnéticas, sobre las que también indagaron en paralelo Robert Barry y Michael Snow.
La comisaria Teresa Velázquez ha explicado hoy que el aliento primario de sus obras responde al deseo de experimentar una vida más profunda en el arte.
“Lee Lozano. Forzar la máquina”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
28012 Madrid
Del 30 de mayo al 25 de septiembre de 2017
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