La última comunión de san José de Calasanz, de Goya, ya puede verse en el Prado

La obra fue pintada en el mismo año en el que se inauguró el museo

Madrid,

Hace justo una semana compartíamos la noticia de la presentación en el Museo del Prado de La Fuente de la Gracia, una joya del arte flamenco, que tras una importante restauración que ha durado quince meses volvía a lucir en todo su esplendor. Hoy regresamos a la pinacoteca madrileña para daros otra buena noticia: la llegada a la sala 66 del edificio Villanueva de La última comunión de san José de Calasanz, una magnífica pintura realizada por Goya que visita el Prado con motivo de su bicentenario. Miguel Falomir –que ha recordado que la obra ya pasó anteriormente por el museo para ser restaurada en su taller– se ha referido a ella como la obra de Goya más importante fuera del Prado y Manuela Mena ha llamado la atención sobre la “magia y el magisterio” de Goya, que contaba ya con 75 años de edad cuando cumplió con este encargo de los padres escolapios, siendo todo un ejemplo de la fuerza mental y física que aún conservaba el artista.

Francisco de Goya. Última comunión de San José de Calasanz, 1819. Colección Padres Escolapios, Madrid
Francisco de Goya. Última comunión de San José de Calasanz, 1819. Colección Padres Escolapios, Madrid

La obra fue pintada en 1819, el mismo año en que se inauguró el Museo del Prado –por lo que comparten redondo aniversario–, y tiene la particularidad de ser el último cuadro de asunto religioso pintado por Goya, dos años después del dedicado a las Santas Justa y Rufina para la catedral de Sevilla. Representa la última comunión de José de Calasanz, tomada apenas tres semanas antes de morir, y estaba destinada al altar de la iglesia de San Antón del colegio de las Escuelas Pías de Madrid. Es esa apariencia de obra de altar la que se le ha querido conceder también aquí en el museo, potenciando la escenografía a través de su colocación y de la iluminación. Mena, máxima especialista en la figura de Goya, comentaba hoy algunos detalles como el hecho de que la iconografía del santo fuera producto de la mente del pintor, que no contaba con referentes anteriores salvo la información que él mismo habría obtenido leyendo la vida del santo, aunque también existe la posibilidad de que se hubiera inspirado en el San Jerónimo de Domenichino. Es probable, no obstante, que conociera la mascarilla hecha a José de Calasanz tras su muerte, lo que le habría permitido acercarse con mayor veracidad a detalles de su rostro. En cualquier caso, logra expresar la religiosidad del santo y su fe, al mismo tiempo que ensalza el sacramento de la Eucaristía, que tanta importancia había tenido para Calasanz. Él aparece en primer término y está acompañado por varios sacerdotes y por un grupo de niños en los que vemos representados todos los estados del alma, desde la fe a la duda, la ingenuidad o la entrega casi mística. Por otro lado, la escena puede entenderse como una metáfora de las tres edades, del transcurso de la vida y su relación con la educación.

En cuanto a la técnica, el cuadro es un ejercicio de virtuosismo en el empleo de la luz, que sirve a Goya para crear efectos de volumen y de perspectiva, siendo además la que le permite introducir una ilusión óptica que prolonga el espacio real de la iglesia con una dimensión espiritual. Esa potente luz que podríamos entender como divina rompe la densa oscuridad de la nave, proporcionando una rica gama de negros y grises frente a la que destacan los brillos de la casulla y del cojín sobre el que se arrodilla el santo.

La última comunión de san José de Calasanz permanecerá en el Prado por un periodo de un año, ampliable a dos, dentro del programa “La obra invitada”, patrocinado por la Fundación Amigos del Museo del Prado.

 

 

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