Joan Hernández Pijuán, virtuosa imperfección

Rafael Pérez Hernando lo recuerda a diez años de su muerte

Madrid,

Este año se cumplen diez de la muerte de Joan Hernández Pijuán, que falleció en diciembre de 2005 en Barcelona y que fue también el primer artista en exponer en la sede de la Galería Rafael Pérez Hernando en la calle Orellana de Madrid, abierta un año antes de su fallecimiento. Esta sala lo homenajea con una muestra desde el 31 de enero.

Hernández Pijuán fue académico de San Fernando y Premio Nacional de Artes Plásticas y de Arte Gráfico, pero sobre todo un artista que no renunció al valor de lo sencillo, de lo espontáneo e imperfecto en la búsqueda de un lenguaje propio.

A medio camino entre lo sensual y lo místico y fiel en sus comienzos al espíritu mediterráneo propio del Noucentisme, Pijuán se formó en París y se acercó gradualmente a la abstracción matérica propugnada por El Paso y Dau al Set para más tarde optar por una sobriedad aún mayor, próxima a las geometrías de Luca Pacioli.

Maestro también de la calcografía y la litografía, sus trabajos quizá más difundidos fueron las pinturas expresionistas de tonos oscuros y ecos existencialistas que llevó a cabo en sus comienzos, cuando colaboraba con colectivos como Sílex e Inter-nos y  participaba en los Salones de Octubre de Barcelona o las Bienales Hispanoamericanas de Arte, citas siempre de cariz alternativo que defendían un arte rupturista, contrario al academicismo. Fue su mentor entonces, y también una de sus figuras de referencia posteriores, Rafael Santos Torroella.

Tras sus estudios de grabado en la Escuela de Bellas Artes de París, Hernández Pijuán viró del expresionismo gestual a la citada abstracción geométrica, que él pobló de campos de color y también de objetos solitarios, como huevos, frutas o tijeras.

Con el paso del tiempo, su obra dejaría cada vez mayor espacio a las esencias y su afán por pautar sus composiciones en la superficie de la tela, subrayando a menudo la verticalidad u horizontalidad de ésta, le conduciría a incorporar incluso cinta métrica a sus trabajos.

Abogó entonces por la gradación de tonos y el empleo de franjas de colores grises o verdes, incidió en el valor expresivo de las texturas y las transparencias y marcó, en su amor por la naturaleza mediterránea, perfiles de cipreses, montículos, flores u hojas silueteadas…

Expresó así su fascinación por el paisaje: de muy pequeño pasé parte de la guerra y de la postguerra en La Segarra, y la memoria de este espacio, el orden, el aprovechamiento de las lindes, los muros de división, las cabañas, los espacios vacíos… Pienso que ese paisaje ha condicionado mi forma de ser y de vivir, y por ello también, claro, mi forma de pintar.

Dejó también espacio al azar y llegó a decir: intento siempre establecer un diálogo con el cuadro, donde el azar, lo imprevisto o lo indeterminado puedan desempeñar un papel importante en el transcurso de la realización de la obra.

 

 

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