El arte que nació de la ruina

El Palazzo Fortuny revisa su simbolismo en Futuruins

Venecia,

 

Anne y Patrick Poirier en "Futuruins", en el Palazzo Fortuny
Anne y Patrick Poirier en “Futuruins”, en el Palazzo Fortuny

La expectación suscitada por los grandes hallazgos arqueológicos del siglo XVIII en Italia tuvo un enorme impacto en el conocimiento de la Antigüedad y llevó a las ruinas, como las de Pompeya y Herculano, a extraordinarios dibujantes y grabadores que documentaron los descubrimientos; sus obras llegarían después a manos de eruditos, artistas, nobles y Universidades (y nuestro monarca Carlos III tuvo mucho que ver en aquella difusión de la actividad arqueológica).

En buena medida desde entonces, desde la realización de esas excavaciones que sacaron a la luz bellísimas ruinas en estado fragmentado, piezas que se realizaron atendiendo a cánones unitarios y armónicos pero que el tiempo rompió sin restar belleza, el arte de los siglos XIX y XX evolucionó restando valor al carácter cerrado y completo de las obras de arte, a su -antes esencial- sentido unitario.

Las décadas centrales del siglo XVIII supusieron, en suma, un periodo de transición que sentó algunos de los principios sin los que no podemos entender hoy el arte contemporáneo, con Roma como centro del debate; de hecho, esta misma ciudad fue a menudo su argumento y, tanto como ella, un elemento arquitectónico: las columnas. No hay que olvidar que Roma, entonces objeto de estudio y coleccionismo, era destino inevitable de los nobles, artistas, intelectuales o arquitectos que completaban su formación realizando el Grand Tour y se dejaban seducir por sus vestigios.

Las expediciones arqueológicas proporcionaron en este tiempo la ocasión de abrir la caja de pandora de reflexiones, tanto históricas como estéticas, sobre nuestros modos de salvaguardar la memoria del pasado y de generar, a partir de ellas, un arte nuevo. A la vez que estos restos evocaban la grandeza antigua, un tiempo pasado menos conocido de lo creído, dieron lugar a la puesta en cuestión de las rígidas enseñanzas académicas neoclásicas, su normatividad y dogmatismo: la evidente belleza y el potencial plástico de esas obras no parecían quedar lastrados por su estado de conservación, por tratarse de fragmentos.

El paso siguiente lo conocemos: la creación de piezas concebidas desde su inicio como obras inacabadas (de la mano de Rodin o Brancusi, entre tantos otros) y de nuevas lecturas, tan demoledoras como imaginativas, de la tradición clásica (fue el caso de Piranesi).

Al uso y simbolismo artístico de las ruinas se dedica “Futuruins”, una muestra abierta hasta el 24 de marzo en el Palazzo Fortuny de Venecia, quizá una de las ciudades más adecuadas más adecuadas para acoger una muestra así; siempre a medio camino entre el pasado y el presente, al menos una vez el año despierta alertas sobre su conservación y su posible conversión en ruina; rodeada, eso sí, de expectación y cruceros.

Forman parte de esta colectiva, coorganizada con el Hermitage de San Petersburgo, más de 250 obras procedentes de los museos venecianos y del ruso y también de varias colecciones italianas e internacionales: se trata de piezas que ilustran los múltiples significados atribuidos a las ruinas a lo largo de los siglos. No se refiere solo la exposición a los restos del pasado puramente materiales, arquitectónicos o escultóricos, que entendemos como tales, sino también a los autores e ideas olvidados merced a una desmemoria que es a veces fruto del paso del tiempo y otras de la negligencia, la desidia o las tragedias naturales, la guerra y el terrorismo.

Se incide en el sentido metafórico o alegórico dado con frecuencia al fragmento: han simbolizado el inexorable transcurso de la historia, la muerte como cara oculta de la vida, la creación y la destrucción o la dualidad entre cultura y naturaleza. Sin abordar la estética de las ruinas no podemos estudiar la historia de la civilización occidental ni entenderíamos por qué los fragmentos hoy son válidos, contienen pasado y presente y también pueden construir futuro.

Anselm Kiefer. In the Beginning

En “Futuruins” encontraremos un buen número de trabajos de artistas contemporáneos que han reflexionado sobre tiempos y hallazgos desmembrados, como Olivio Barbieri, Botto & Bruno, Alberto Burri, Sara Campesan, Ludovica Carbotta, Ugo Carmeni, Lawrence Carroll, Giulia Cenci, Giacomo Costa, Roberto Crippa, Lynn Davis, Giorgio de Chirico, Federico de Leonardis, Marco del Re, Paola de Pietri, Jean Dubuffet, Tomas Ewald, Cleo Fariselli, Kay Fingerle, Maria Friberg, Luigi Ghirri, Gigi Gore, John Gossage, Thomas Hirschhorn, Anselm Kiefer, Francesco Jodice, Wolfgang Laib, Hiroyuki Masuyama, Jonatah Manno, Mirco Marchelli, Steve McCurry, Ennio Morlotti, Sarah Moon, Margherita Muriti, David Rickard, Mimmo Rotella, Anri Sala, Alberto Savinio y Elisa Sighicelli. También una instalación ambiental de Anne y Patrick Poirier y obras creadas específicamente para esta muestra a cargo de Franco Guerzoni, Christian Fogarolli, Giuseppe Amato, Renato Leotta y Renata De Bonis, piezas que quieren ser estímulos para repensar los objetos que pueden caracterizar nuestro presente.

En el caso de muchos de estos autores de hoy, la poética de las ruinas dieciochesca se enlaza con los episodios y asuntos que marcan nuestra época: el atentado contra las Torres Gemelas, la destrucción del Museo de Bagdad o el cambio climático.

Entre las obras procedentes de las colecciones venecianas, destacan las medusas de Arturo Martini y Franz von Stuck, las inquietantes ruinas nocturnas iluminadas por el fuego de Ippolito Caffi y cerámicas de Urbino centradas en el tema del nacimiento y la muerte. Del Hermitage ruso han llegado trabajos de Durero, Monsù Desiderio, Giovanni Paolo Pannini, Jacopo y Francesco Bassano, Parmigianino, Veronés, Jacob van Host el Viejo, Arturo Nathan o Alessandro Algardi, entre otros.

Robert Gligorov. Boom, 2002
Robert Gligorov. Boom, 2002

 

“Futuruins”

PALAZZO FORTUNY

San Marco 3958

Venecia

Del 19 de diciembre de 2018 al 24 de marzo de 2019

 

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