Giorgio de Chirico, toda la ambigüedad

CaixaForum Madrid dedica una antología al pintor de los sueños vacíos

Madrid,
Giorgio de Chirico. Autorretrato con traje negro, ca. 1948-1954. Galleria nazionale d’Arte Moderna de Roma, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017
Giorgio de Chirico. Autorretrato con traje negro, ca. 1948-1954. Galleria nazionale d’Arte Moderna de Roma, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017

El poder intelectual de un hombre se mide por la cantidad de humor que es capaz de utilizar, decía Giorgio de Chirico. Y tirando de ironía, entre los cuarenta y los cincuenta se retrató a sí mismo como actor teatral del s. XVII, vestido con traje noble y rodeado de plantas y ruinas, en una obra absolutamente ambigua que ahora podemos ver en CaixaForum Madrid, en el marco de “El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad”, la primera muestra del artista de origen griego en España en la última década, que llega a la capital tras pasar por Barcelona.

Nacido en la isla griega de Volos (nada podemos entender de este autor sin profundizar en el clasicismo), De Chirico había iniciado su trayectoria en 1909, realizando los primeros cuadros que ya llamó “enigmáticos”. Después se trasladaría a París, conocería a Apollinaire, Brancusi, Picasso o Derain y, tras padecer una crisis nerviosa y conocer en un hospital militar al futurista Carlo Carrá, inició su andadura como pintor metafísico.

Fue pasada aquella experiencia cuando, paulatinamente, sus obras comenzaron a estar marcadas, al margen de temáticas concretas, por la soledad y el extrañamiento, por una sensación de inquietud de la que el observador puede fácilmente participar con solo dedicar unos minutos a la observación concentrada.

La transformación fue paulatina; lo prueba otro evocador retrato presente en la muestra que acaba de abrir CaixaForum: el de la Señora L. Gartzen (1913), clásico en la contundencia de la figura y en su ubicación junto a la ventana, también en la luz de su cielo, pero ya críptico: ella está sumida en un mundo propio a cuyas profundidades se nos niega la entrada.

Progresivamente aparecen en sus obras maniquíes cuya inexpresividad obvia nos niega el acceso a un mensaje, anchas calles vacías entre arcadas tan contemporáneas como deudoras de lo clásico, vacíos iluminados por sombras de aire teatral.

Hoy lo hemos convertido casi en objeto turístico, pero De Chirico no es un autor fácil, y tampoco lo fue en los años convulsos de guerras, entreguerras y postguerras traumáticas en los que trabajó. De hecho su obra fue muy incomprendida hasta que los surrealistas lo ensalzaron como fuente de sus ambientes oníricos, de sus paseos por las fronteras entre lo real y el sueño.

Progresivamente aparecen en sus obras maniquíes cuya inexpresividad obvia nos niega el acceso a un mensaje, anchas calles vacías entre arcadas tan contemporáneas como deudoras de lo clásico, vacíos iluminados por sombras de aire teatral

Eso fue en los años veinte, pero De Chirico no se detuvo demasiado en aquel periodo dulce y a mediados de aquella década decidió virar, hasta cierto punto: se alejó de las corrientes de vanguardia para desarrollar temas clásicos que reutilizaría una y otra vez, coincidiendo con el desarrollo en Italia de una corriente de retorno a “la belleza” a la que la Fundación MAPFRE ha dedicado recientemente una exposición.

Pintó animales en la playa, gladiadores –esa palabra contiene un enigma, decía- o interiores que, aun bebiendo fielmente de la tradición, convertían al espectador en sujeto desorientado en un laberinto, de ideas, nunca de formas. Perdidos nos encontramos ante su Plaza de Italia con fuente (hacia 1968), uno de sus motivos más conocidos, pese a que todas las líneas apunten en la misma dirección y el tren del fondo y el agua de la fuente sean signos de que, a veces, seres vivos pasan por allí.

Giorgio de Chirico. Plaza de Italia con fuente, ca 1968. Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017
Giorgio de Chirico. Plaza de Italia con fuente, ca 1968. Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017

La exhibición que ahora acoge CaixaForum se enmarca en una línea de atención a los maestros de los siglos XIX y XX (antes llegaron Delacroix, Pissarro o los impresionistas de la Phillips Collection) y hace hincapié en la investigación continua del artista en tres ámbitos: el técnico, el estético y el iconográfico o simbólico. Aunque podamos considerar que en su producción este último resulta el más potente, debemos tener en cuenta que De Chirico nunca abandonó la idea de que su uso de la técnica pictórica debía probar sus conocimientos del oficio y tampoco la de que la estética, la suma de estilo y técnica, debía ser siempre uno de los objetivos de su trabajo.

Para adentrarnos, superando la desorientación primera, en las obras de este autor tenemos que situarnos primero en el contexto histórico incierto que conoció -en el que seguramente la crueldad de lo real empujara a muchos a convertir mentalmente la destrucción en ficción- y conocer también las lecturas permeables a aquel tiempo histórico que sabemos que De Chirico tuvo en sus manos: Schopenhauer o Nietzsche, por ejemplo.

La mayoría de las casi 150 obras que reúne esta antología proceden de los fondos de la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico; un pequeño número ha sido cedido por museos y colecciones privadas. Entre las pinturas expuestas más significativas podemos citar Los arqueólogos (1927), donde por primera vez abordó el asunto de la arqueología, vinculándolo al carácter efímero y desordenado de la existencia; Edipo y la esfinge, en la que estudió con cierta ironía -fijaos en los gestos- el que es un enigma eterno o Visión metafísica de Nueva York (1975), que podemos entender como un compendio de su repertorio de estructuras geométricas y arquitectónicas metafísicas.

No faltan algunas esculturas en terracota y bronce (como la naturalista Las sibilas, de 1970), litografías, acuarelas y dibujos, entre ellos el muy misterioso La esposa fiel, el testimonio de su gestación del tema de los interiores metafísicos. Concedía una especial dimensión al trabajo en papel: Nuestros maestros, en primer lugar, nos enseñaron a dibujar; el dibujo, arte divino, base de cada construcción plástica, esqueleto de cada obra buena, ley eterna que todo creador debe seguir.

La sposa fedele, 1917. Galleria Nazionale d’Arte Moderna de Roma, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017
Giorgio de Chirico. La sposa fedele, 1917. Galleria Nazionale d’Arte Moderna de Roma, Roma © Giorgio de Chirico, VEGAP, Barcelona, 2017

 

 

“El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad”

CAIXAFORUM MADRID

Paseo del Prado, 36

Madrid

Del 23 de noviembre de 2017 al 18 de febrero de 2018

 

 

 

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