Su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero, y comenzó un 26 de julio, como hoy, de 1875, aunque siendo Antonio Machado muy pequeño su familia se trasladó a Madrid, donde él cursó, como su hermano Manuel, los cursos de la Institución Libre de Enseñanza y obtuvo el título de bachiller.
Tras estudiar algunos años Filosofía y Letras, se trasladó a París, con su vocación literaria como único equipaje, y en Francia vivió una vida de corte bohemio, trabajando como traductor para la editorial Garnier y asistiendo a los cursos de filosofía de Henry Bergson. Fue en aquel tiempo cuando entró en contacto con Juan Ramón o Villaespesa y entabló amistad con Baroja.
La vocación inicial de Machado no fue la poesía, sino el teatro: siendo adolescente, había asistido a las reuniones teatrales de Victoria Minelli y había adaptado obras clásicas para representaciones infantiles. Después quiso ser actor y entró como meritorio en la compañía Guerrero-Mendoza, pero la experiencia debió ser desagradable y abandonó.
Como poeta, se formó Antonio Machado leyendo los tomos de la Biblioteca de Autores Españoles y el Romancero, este último en la edición de su tío Agustín Durán. No hay que olvidar tampoco que su padre, llamado como él, recopiló, como folclorista, numerosos cantares andaluces.
Su primera obra poética, Soledades, data de 1903; en torno a aquel año, publicó poemas en la revista Helios y viajó junto a Valle-Inclán y, ya en 1907, logró la Cátedra de francés del Instituto de Soria, coincidiendo con la reedición y ampliación de aquel primer libro, ahora llamado Soledades, galerías y otros poemas.
Soria marcaría su vida: allí conoció a la que sería su mujer, Leonor Izquierdo, con quien se casó en 1909, y poco después escribió La tierra de Alvar González, con recuerdos de los romances y las historias de los pastores sorianos. Aquellos poemas formarían parte después de Campos de Castilla, su mejor obra, que le valió la felicitación de Unamuno y los halagos (enormes) de Azorín u Ortega y Gasset. Se trata de una proyección del alma lírica sobre el paisaje: no constata el medio en que vive, como otros poetas, sino que ofrece una visión emocionada del mismo. Caminos, campos y ríos no son los que vio, sino los que proyectó en su interior melancólico, con un lenguaje suyo y honesto.
Campos de Castilla es una proyección del alma lírica sobre el paisaje: no constata el medio en que vive, sino que ofrece una visión emocionada del mismo.
Esos reconocimientos coincidieron en el tiempo con la muerte de Leonor a causa de una hemoptisis violenta y con la profunda tristeza en que quedó sumido Machado. Sin su esposa, siente que no tiene nada por hacer en Soria y pide ser trasladado al primer lugar donde haya una vacante: ese lugar fue el Instituto de Baeza, donde tomó posesión en 1912. En este pueblo de Jaén vivió una etapa tranquila, fecunda para su literatura y también para otros intereses: se licenció en Filosofía pura, siendo presidente de su tribunal el mismo Ortega.
Como todo noventayochista caminó mucho, paseó entre Baeza y Úbeda, y también conoció a Lorca: en una excursión de fin de carrera, alumnos granadinos llegaron a esa localidad y entre ellos se encontraba el poeta. En una velada, el autor de Yerma interpretó al piano composiciones de Falla y leyó sus poemas inéditos; Machado también hizo lo propio.
En esta etapa, en la que se publicaron sus Poesías completas, el sevillano ya había madurado completamente como poeta. Segovia fue su siguiente destino, en 1919. Desde allí viajaba a menudo a Madrid, vivió en estrecho contacto con su hermano, Manuel, y en su Universidad Popular conoció a Guiomar, a quien evocó, como a Leonor, en sus versos.
En 1924 aparecieron sus Nuevas canciones y desde entonces, y hasta sus últimos años, se mantuvo en un silencio poético al que los críticos no han encontrado explicaciones sólidas. Podemos decir que hasta ese año llega el Machado más conocido, el del paisaje castellano y las soledades interiores, el de la filosofía popular compendiada en decires y cantares. Desde entonces apenas escribió en verso, optando por la prosa y el teatro para transmitir sus reflexiones al público.
Colaboró con Manuel en las piezas teatrales Desdichas de las fortunas, que recoge el espíritu pesimista de una época de decadencia; Las Adelfas, un drama psicoanalítico bajo la influencia de Freud; Juan de Mañara, su versión del Don Juan; la comedia política La prima Fernanda o El hombre que murió en la guerra (esta obra es enteramente de Antonio salvo en su desenlace, dulcificado por su hermano para que en la posguerra pudiera estrenarse).
Podemos considerar que el teatro machadiano recupera lo mejor del drama español del Siglo de Oro uniéndolo a asuntos contemporáneos.
En 1937, Antonio fue nombrado académico en la RAE, pero no tomó posesión por humildad (dijo a Unamuno que Dios da pañuelos al que carece de nariz) y en él se produjo desde entonces un cierto cambio ideológico, que se hizo manifiesto en el paso del yo al nosotros: de la intimidad reconcentrada de su lírica al compromiso con las circunstancias de su tiempo. No fue un cambio brusco, pero sí notable.
Cuando, en 1931, se proclamó la República, él se había puesto a su servicio colaborando en varias empresas culturales, sin ninguna tendencia política concreta en su filiación pero con la intención de favorecer a los más necesitados. La guerra confirmó esa posición, patente en Juan de Mairena, La Guerra (obra en prosa y verso ilustrada por su hermano José) y en sus colaboraciones con revistas como Hora de España o Cuadernos de la Casa de Cultura.
En el Segundo Congreso de Escritores, pronunció Machado un gran discurso sobre la defensa y difusión de la cultura, poco antes de cruzar en 1939 la frontera francesa e instalarse en Collioure, donde murió ese mismo año, como él dijo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.
Podemos decir que el pensamiento de Antonio Machado y su poética siguen teniendo plena vigencia. Partía de un humanismo integral, lejano a políticas partidistas aunque las circunstancias le llevaran a acercarse a las posturas y al destino de los republicanos exiliados.
Entendía Machado la poesía como palabra esencial en el tiempo, o como diálogo del hombre con su tiempo, es decir, como creación de un universo en contacto con la circunstancia que al poeta le toca vivir. Así lo manifestó en varios textos; por ejemplo, en Poética, escrito para la Antología de Gerardo Diego, habló del gran problema que al poeta plantean estos dos imperativos, en cierto modo contradictorios: esencialidad y temporalidad.
Se sentía en desacuerdo con los poetas del 27, porque vio en ellos una destemporalización de la lírica y un empleo de imágenes más en función conceptual que emotiva. Pensaba Machado que la poesía no podía ser intelectual sino sentimental (en sentido amplio), porque el intelecto ni siente ni canta.
Podemos decir que lo innovador de su lírica está en la expresión, porque sus temas son los de todos los tiempos: el tiempo, el amor y el sueño, vistos desde una perspectiva nueva. Sin embargo, su métrica se desliga de los esquemas tradicionales e introduce variantes.
Es esencial su constante preocupación por el ser, la muerte, la resignación humorística y fatal ante la vida, la vida como sueño y la preocupación sociopolítica, pero sin ningún afán propagandístico. Salinas decía que la poesía de Machado es un ser vivo en toda su integridad, en la inflorescencia de todas sus primaveras.