No sé decir adiós o cómo nombrar el misterio

23/05/2017

No sé decir adiósDos excesos emocionales de una Nathalie Poza con poca capacidad de soportar frustraciones ponen inicio y fin a “No sé decir adiós”, el primer largo de Lino Escalera que se estrenó en cines el viernes pasado y que, como bien condensa su título, se centra en las incertidumbres sobre cómo comportarnos y cómo no cuando se aproxima la muerte de un padre o cuando uno mismo es quien va a desaparecer; qué palabras hay que poner a lo que no se nombra, si es que hay que poner alguna.

Y esos excesos que son prueba de una personalidad falta de equilibrio, incapaz de contenerse y de no exteriorizar la rabia de la que ella es primera víctima, son el contrapunto a la personalidad de su hermana, una Blanca, interpretada con mesura por Lola Dueñas, que ha aprendido a vivir con sencillez y a dar el espacio justo a sus deseos. Las dos, huérfanas de madre, difieren mucho en su actitud a la hora de enfrentarse a la enfermedad sin remedio de José Luis (Juan Diego Botto), que en ocasiones parece no ser demasiado consciente de lo rápido de su desenlace y, en otras, lo acepta con la resignación y calma de las generaciones de antes.

La riqueza de la película, constantemente austera y con concesiones escasas ni a los cielos despejados ni al humor, que cuando aparece es negro y ligero, es ese examen a fuego lento de las formas de reaccionar -lo que se dice y lo que se calla, las prioridades y las esperanzas, el conformismo y la lucha inútil ante el cáncer galopante de José Luis- desde la óptica de cada una de las personalidades muy distintas de los protagonistas, tan distintas como pueden llegar a serlo en una familia distanciada y un tanto fría en la que no abundan ni en número ni en despliegue los gestos cálidos, que están.

La inminencia de la muerte del padre conlleva, por efecto de arrastre, que sus hijas hagan inevitablemente balance de sus propias vidas y manejen la (también inevitable) sensación de cierto fracaso, de que sus deseos de siempre están por cumplir y de que, a lo mejor, aún no es tarde para ponerse manos a la obra. El dolor también mueve a Carla a, por una vez, tener una conversación sincera y no superficial sobre su estado con quien, aparentemente, le es cercano – con las consecuencias, de evitación por la otra parte, que suelen tener este tipo de confesiones – y a Blanca a percibir que la comunicación con su marido no funciona.

Escalera retrata, con delicadeza y buen ritmo, sin levantar nunca los pies del suelo ni buscar moralejas, con sobriedad y sin patetismo, la cadena de revelaciones personales que puede desatar un duelo.

 

 

 

 

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