Paraíso, antes, durante y después

19/05/2017

Paraíso, Andréi KonchalovskiParece evidente que ya tiene poco sentido filmar o escribir sobre el Holocausto sin hacerlo desde una perspectiva original, y también que es posible tenerla y que aún hay mucho por contar, muchos puntos de vista por explorar (no nos quedan nada lejos Adiós a Europa, Las inocentes y sobre todo El hijo de Saul, por más que esta última parezca negar ya más palabras).

El último en introducirnos en los campos de concentración, utilizando en su caso el blanco y negro para adentrarnos en una historia que se nos presenta en varios tramos temporales, es Andréi Konchalovski, que en Paraíso ha realizado el complicado ejercicio de entrecruzar las historias de tres conocedores del horror que, por circunstancias casuales, llegaron a entablar contacto entre sí y que reflexionan sobre su pasado y sus culpas desde mundos paralelos, porque todos están muertos. Dos de ellos se encontraron en posición de ser verdugos, uno de ellos a pie de campo, como soldado, y otro desde la comodidad de la distancia, como burócrata que hacía el mal obedeciendo tal como explicó Hannah Arendt, y la tercera sí es víctima, una aristócrata rusa que ayudó a salvarse, hasta las últimas consecuencias, a niños judíos.

La maniobra de hacer hablar a los muertos en primera persona y como tales muertos es siempre un ejercicio arriesgado, por la tendencia inevitable a que su discurso no resulte el creíble como propio sino el del director. Es fácil caer por el precipicio… y a veces podemos estar a punto de pensar que en Paraíso ocurre, sin embargo, el carácter redondo de los tres protagonistas y el retrato fluido de sus relaciones en los instantes en que no están marcadas por la muerte evita que tengamos la sensación de que nos encontramos ante la historia de un juicio cantado en el que las decisiones divinas coinciden sin más con las de Konchalovski como una especie de mensajero del demiurgo tras la cámara.

En cualquier caso, las reflexiones de los tres tras la barbaridad sí nos invitan a pensar en nuestra tendencia a autojustificarnos -a veces con fiereza, puro delirio- frente a las evidencias de error, en la evolución de nuestra forma de ver las cosas, nuestros actos, con el paso del tiempo, y en lo frecuente de esa terrible costumbre que es transformar nuestra consideración de la gente en función de los criterios de la mayoría.

Aunque no sean nuevas y nos resulten completamente justificables, las secuencias de conflictos y mezquindades entre las mismas víctimas de los campos se encuentran entre las más duras de la película. Konchalovski se las ha arreglado, no obstante, para transmitir el horror sin dejar a un lado cierto sentido estético y alguna poesía en forma de música, referencias literarias y evocaciones del pasado.

Paraíso, Andréi Konchalovski

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