La zona de interés: terror dentro y fuera del campo

25/01/2024

La zona de interés. Jonathan GlazerHace un par de años, en 2022, se estrenó en cines La conferencia, película alemana dirigida por Matti Geschonneck que recreaba, con frialdad y el grado de fidelidad que los testimonios históricos permiten, el desarrollo de la Conferencia de Wannsee, la reunión en la que participaron, en 1942, catorce altos funcionarios al servicio de Hitler con el fin de decidir los pormenores de la ejecución de la llamada solución final: cifras y destinos de deportaciones y exterminios. Con una villa en el campo como escenario único, sin necesidad de acompañar de imágenes contundentes los diálogos de estos dirigentes nazis, lograba transmitir horror desde las palabras y la gelidez.

Algunos pasos más allá llega, en su búsqueda de mecanismos que introduzcan al espectador en la misma barbarie sin llevar (visualmente) a la pantalla los campos de concentración, Jonathan Glazer en La zona de interés. Este filme no escapa apenas de otra casa de campo: la que reproduce aquella que Rudolf Hoss, que no participó en Wannsee, compartió con su esposa y sus cinco hijos junto a Auschwitz, sin ninguna necesidad material y beneficiándose de las pertenencias más atractivas de quienes eran masacrados solo a unos metros. El espectador no verá sufrimiento, pero sí oirá constantemente el sonido de los hornos e incluso podrá tener la sensación de oler la podredumbre generalizada: la exhibición de una normal vida cotidiana en ese lugar monstruoso nunca diluye la tragedia, no permite olvidarla en ninguna secuencia, sino que cada conversación banal, cada baño en la piscina y cada niño oliendo las flores subrayan y vuelven a subrayar los gritos y la maquinaria que escucharemos de fondo, la humareda unos pasos más allá.

Basándose en la novela del mismo título de Martin Amis, que más bien hace hincapié en las terribles consecuencias de dejarse guiar acríticamente en la estela de Arendt, el director británico hace del manejo constante del fuera de campo la base de esta película (nada objetivamente relevante ocurre en su trama sino unos metros más allá, siendo el día a día de Hoss y sus parientes una nota a pie de página del Holocausto), y no lo hace solo como desafío cinematográfico, sino participando de lleno en el debate, antiguo y nunca cerrado, sobre la posibilidad o imposibilidad de representar sucesos como estos y de la conveniencia o no de poner imágenes -o palabras, como dijo Adorno- al terror.

El público experimenta turbación ante esos sonidos que, diegéticos, se corresponden casi en todo momento con los que las cámaras podrían captar en ese contexto y que remiten continuamente a una matanza, pero los miembros de la familia Hoss, salvo instantes puntuales, y eso sí significativos, apenas parecen verse sacudidos por ellos: uno de los niños pide perdón junto a la ventana, seguramente más por instinto que por conocimiento real de la situación al otro lado; la madre de Hedwig Hensel, esposa de este teniente de las SS, escapa de allí sin avisar ante la imposibilidad de dormir; el servicio, judío, a veces se maneja torpemente; su perro se encuentra constantemente inquieto y el mismo Hoss es captado, sobre todo en los instantes finales, buscando alejarse espacialmente de sus compañeros y mostrando algo parecido al asco.

Cuando contemplamos a esta familia aparentemente corriente, aunque no cálida, entre pasillos, e incluso en el jardín, lo hacemos como videovigilantes; probablemente buscando no incidir en expresividades ni dramas donde desconocemos si se experimentaron, sabemos que Glazer instaló distintas cámaras en el escenario de rodaje y que a menudo los actores interpretaron sin ser conscientes de si en un determinado momento estaban siendo filmados, y de en qué tipo de plano participaban: sus rostros, y sus gestos, no son nunca acentuados. La sensación de cotidianidad es constante y solo algunos diálogos (apreciativos sobre las prendas robadas a los judíos exterminados, anticipatorios de unas vacaciones, caprichosos) parecen dirigidos a helarnos la sangre, aunque como dijimos, sea el dibujo de una normalidad casi sin fisuras la que lo haga.

Ni siquiera hace hincapié el británico en particularidades concretas de este grupo, en las personalidades de sus hijos; quienes se dejan llevar en la práctica industrial de la muerte pudieron ser otros y su día a día no habría sido muy distinto -parece recalcar que forma parte de la condición humana el gregarismo, más en determinados contextos-. Nosotros los examinamos como si fueran especímenes al microscopio cuya humanidad o inhumanidad nos abruma.

La zona de interés. Jonathan Glazer

 

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