La sombra del pasado: todo lo grande y todo lo pequeño

16/04/2019

Florian Henckel von Donnersmarck. La sombra del pasadoFlorian Henckel von Donnersmarck, el director de aquel portento que fue La vida de los otros, ha regresado, tras su pinchazo en The Tourist, al que seguramente sea el territorio y el tiempo en el que se siente más cómodo, la convulsa historia de Alemania en el siglo pasado, en un filme que tiene poco que ver con el que le llevó a ganar el Óscar a la mejor película extranjera hace ya doce años.

Vuelve a hablar de los efectos privados de los totalitarismos, de arte, amor y libertad, y cuenta de nuevo entre sus protagonistas con Sebastian Koch, pero esta vez ha trenzado una historia que tiene mucho de río de vida y que evoluciona desde los treinta a los sesenta, siguiendo los pasos de un artista que, siendo niño, padece la tragedia familiar derivada de la locura nazi; siendo joven, ha de plegarse a los dictados del socialismo para prosperar y comenzar a crear y, convertido ya en adulto inconformista, opta por trasladarse con su esposa (Paula Beer) a la RFA buscando libertad artística y personal.

No cuesta identificar a este autor, interpretado por Tom Schilling (casi emblema de una generación en Oh Boy), como Gerhard Richter, aunque su biografía ha sido ficcionalizada partiendo de datos básicos de la del genio alemán: los padecimientos de su familia a cuenta de la persecución del nacionalsocialismo a enfermos y sospechosos de serlo (una tía muy querida fue asesinada), la vinculación de su suegro con los médicos que urdieron los terribles planes o su paso por la Academia de Düsseldorf, donde tendría a Joseph Beuys como maestro.

El propósito de Von Donnersmarck es muy ambicioso: su película intercala la historia personal, la historia alemana y europea, otra de amor que sobrevive a constantes trabas y que casi se convierte en símbolo de la capacidad de resistencia del ser humano y, por último y no es flanco menor, el relato de la evolución de un artista que trata de encontrar su propia voz y que sabe que quiere ser libre pero tarda en descubrir cómo canalizar esa libertad, qué es lo que le diferencia del resto. Cada uno de esos subrelatos podría haber generado perfectamente su propia película, pero el cineasta aúna y enlaza los cuatro en una que quiere ser magna y redonda y apelarnos a todos, complicadísimo propósito.

En buena medida lo consigue, aunque ocasionalmente siembre algún desconcierto al prestar una atención algo descompensada a lo que puede parecer anecdótico, como los afanes de sus compañeros artistas en Düsseldorf. Compensa esas confusiones con su vertebración muy adecuada de los tiempos, de un presente y un pasado que no dejan de enlazarse y de ahí el título: solo al final del filme podemos entender que el artista y su esposa han podido construir con las ruinas y penas pasadas en lugar de verse enterrados en ellas; es muy interesante cómo nos hace testigos de la evolución de sus personalidades y de su relación. También su construcción de esos personajes solo interesados en medrar, capaces de adaptarse con igual comodidad a una dictadura de cualquier signo; de quienes trabajan duro y tratan de hacer lo que consideran correcto, resultando una y otra vez castigados y de quienes sabían encontrar belleza en un mundo difícil y este les acabó devorando.

Las tres horas de metraje de La sombra del pasado no se notan y Von Donnersmarck es un narrador de ética y oficio que no deja cabos sin atar. No alcanza esta historia el vuelo de La vida de los otros, y quizá no le ha ayudado la épica de las intenciones, pero aún así estamos ante una película muy emocionante y nada fácil de olvidar.

Florian Henckel von Donnersmarck. La sombra del pasado

 

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